La adolescente que quería ser mujer lobo

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Fecha no redonda pero capicúa. Ayer se cumplieron 101 años del nacimiento de la escritora Shirley Jackson (San Francisco, 1916 – Bennington, 1965), autora de Siempre hemos vivido en el castillo, que editó Minúscula en 2012 y reeditó por su centenario. Aunque la fecha no es redonda, es capicúa y remite a un misterio a desentrañar o a un mundo que puede ser gótico, como muchos de sus cuentos y novelas. Era alcohólica (en una lista de escritoras alcohólicas que hace Olivia Laing en The Guardian, Jackson aparece junto a: Jean Rhys, Jean Stafford, Marguerite Duras, Patricia Highsmith, Elizabeth Bishop, Jane Bowles, Anne Sexton, Carson McCullers y Dorothy Parker). En su muerte prematura, el New York Times le dedicó una necrológica en la que la fecha de nacimiento está mal: por coquetería, se quitaba tres años. Jackson es una de las escritoras de referencia de Stephen King o Jonathan Lethem, entre otros. En España era más bien poco conocida, pero gracias a la labor editorial de Minúscula y a la prescriptiva de la escritora Ana Llurba llegué hasta ella.

Una cuentistas excepcional. Shirley Jackson mandó un cuento al New Yorker (“Después de usted, mi querido Alphonse) y se convirtió en colaboradora habitual. En 1948 se publicó el cuento que la hizo célebre: “La lotería”. El impacto que causó el cuento se puede medir en la cantidad de cartas que recibió la revista. El argumento es simple [SPOILER]: en la lotería lo que toca no es un premio, sino una muerte. El (des)afortunado o (des)afortunada muere apedreado por el resto del pueblo. [FIN DEL SPOILER] ¿Por qué escandalizó tanto el relato? En parte, porque está contado como si fuera de verdad: es decir, el tono es realista y parece un retrato costumbrista lleno de personajes y diálogos más bien anodinos. La sorpresa está al final, cuando se descubre qué es lo que se rifa. En el volumen de cuentos que publicó Minúscula en 2015, Cuentos escogidos, además de siete magníficos relatos, se reúnen textos de orígenes y naturaleza diversas. Entre otros, algunas de las cartas que recibió el New Yorker tras la publicación de “La lotería”, y una explicación sobre cómo se gestó el relato en su cabeza (“Biografía de una historia”: “uno de los aspectos más aterradores de publicar cuentos y libros es ser consciente de que van a ser leídos, y leídos por extraños”, escribe). También hay una pieza maravillosa, “Notas para un joven escritor”, que Jackson escribió pensando en su hija menor, que quería escribir. Entre otras cosas, ahí recuerda que “En el país de los cuentos el escritor es el rey. Él dicta todas las reglas, solo debe cuidarse de no pedir al lector más de lo que este puede conceder razonablemente”.

Una máquina de escribir en la cocina. Cuando acudió al hospital tras ponerse de parto del tercero de sus cuatro hijos, le preguntaron en recepción la profesión. Ella respondió “escritora”. La recepcionista dijo: “pongo ama de casa”. La necrológica del New York Times dice de Jackson que a ella, “al contrario de muchos escritores que muestran cierto desagrado por su oficio”, a ella le gustaba escribir: “escribir es un trabajo honesto. Es muy divertido y me encanta. Para empezar, es la única forma en que puedo sentarme”. “El cincuenta por ciento de mi vida me lo paso lavando y vistiendo a los niños, cocinando, lavando platos y ropa, y reparando”, dijo. Jackson escribió columnas sobre la vida doméstica en revistas femeninas y escribió dos novelas (Live Among the Savages Raising Demons) en la línea del retrato cómico de la exigente y frágil logística familiar.

El mejor primer párrafo de una novela. Ayer Emily Temple publicaba en Lit Hub una explicación sobre por qué el primer párrafo de Siempre hemos vivido en el castillo es el mejor primer párrafo de una novela de la historia (o al menos de todas las novelas que ha leído ella). La novela, su obra maestra, que tiene como protagonista y narradora a Merricat, la adolescente que vive alejada de casi todo junto a su hermana Constance; las dos son las únicas supervivientes de una tragedia familiar. La adaptación al cine está pendiente de estreno. Le gusta tanto, concluye Temple, porque le bastan pocas líneas para hacer una contundente presentación de un personaje anómalo y “también presenta todos los temas principales de la novela: aislamiento, interiorismo protector, oscuridad, lealtad (al menos para Constanza, que suena como una campana en la mente de Merricat), magia natural, veneno, muerte, misterio. Nos sumerge de inmediato en el mundo que nos ocupará en las próximas 150 páginas, y también, en retrospectiva, casi nos regala el final”. El primer párrafo de Siempre hemos vivido en el castillo es este: “Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la seta mortal. El resto de mi familia ha muerto”.

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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