La cuadratura del círculo de Álvaro Pombo

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La elasticidad de narrar
Álvaro Pombo, La cuadratura del círculo, Anagrama, Barcelona, 1999, 410 pp.

En 1996 Álvaro Pombo publicó una Vida de San Francisco de Asís. Lo que era un encargo editorial acabó por convertirse en un ahondamiento en las contradicciones del cristianismo en la época de las Cruzadas. "El exceso era parte del botín prometido. La aniquilación era parte de la restauración de Dios. Se hablaba de Dios sin cesar y de la cruz de Cristo, del bienaventurado Bernardo de Claraval, que bendijo la primera cruzada. Había un retrato de los verdaderos guerreros, los verdaderos hombres que crucificaron a quienes crucificaron a Cristo". Estamos a principios del siglo XIII. En 1206, a los 24 años, Francisco renuncia a la gloria de las armas y a los negocios familiares, "quería ser honrado como un gran caballero, e iba a serlo, claro que iba a serlo, pero justo al revés".
     En esta decisión está la clave de la grandeza de Francisco de Asís y, nos dice Pombo en su nota final, "este epílogo es tranquilo porque la sencillez y la audacia de la vida de Francisco de Asís tranquilizan el corazón agitado y fragmentado incluso de un intelectual como yo". El mismo corazón que se tranquiliza ante la grandeza de María en El metro de platino iridiado. El acercamiento del escritor a esta época conflictiva de las Cruzadas, en las que lo religioso y lo eclesiástico, el poder material y el espiritual entran en conflicto, es probablemente el punto de arranque de La cuadratura del círculo, sólo que aquí no es la tranquilidad ante la sencillez y la audacia lo que le inspira, sino un corazón agitado y fragmentado que se identifica con las contradicciones del personaje central de la novela, Acardo.
     La religión y la homosexualidad (y también la sexualidad) han tenido una presencia dominante en la obra de Pombo, presentes desde su primer libro Relatos sobre la falta de sustancia, donde el mismo título sugiere una estrecha relación entre falta de sustancia, vaciamiento y transustanciación. A la fuerte carga conceptual se une la no menos intensa carga poética nada sorprendente en un escritor que se inicia como poeta y cuyas identificaciones literarias (de Rilke a Eliot) son casi exclusivamente poéticas. Y, finalmente, una carta de vulgaridad que roza la blasfemia.
     Estos tres aspectos, conceptualización o reflexión, lirismo y verbalización y agresiva vulgaridad son rasgos inconfundibles y siempre presentes en la obra de Pombo, que lo distinguen de cualquier otro narrador. Rasgos que se repiten en La cuadratura del círculo, pero ahora en un contexto narrativo completamente nuevo: nos encontramos ante una novela que podemos calificar de religiosa, dentro de la tradición heterodoxa tan lúcidamente estudiada por Juan Goytisolo, y que hay que distinguir de la tradición anticlerical dominante en la línea inaugurada por Lazarillo de Tormes. Es, además, una novela histórica. Hasta ahora toda la obra de Pombo había sido fuertemente autobiográfica: el mundo de la infancia santanderina, de la juventud madrileña, de la experiencia londinense era contemporáneo al del autor. Ahora está situado en la Edad Media. En este sentido, Álvaro Pombo ha escrito, junto a Relatos sobre la falta de sustancia, y El metro de platino iridiado, otra de las piezas clave de su ya amplia producción narrativa.
     Las Cruzadas representan un momento crucial en la evolución del cristianismo, y nos remiten a un punto central: el de la relación entre el poder material y el espiritual, entre Iglesia y Estado. En los siglos XI y XII asistimos a un momento de exacerbación del espíritu religioso y a la consolidación del poder eclesiástico, al individualismo y a la sumisión. Acardo vivirá estos conflictos que le han de destruir hasta expulsarlo de ambos mundos: por eso le echa en cara a Bernardo, abad de Claraval: "Yo sé que no soy monje ni laico, por tu culpa […] Dentro de la Iglesia estáis vosotros con todos los demás, yo estoy solo con las sombras de los muertos".
     La cuadratura del círculo ilustra, pues, el conflicto entre religión y poder, entre individualismo y obediencia, y dramatiza la derrota de unos ideales nacidos en la contradicción y la confusión. Soledad y confusión son las notas dominantes del libro y las que dan a la novela su dimensión contemporánea, su modernidad.
     El libro está dividido en siete partes, a modo de siete círculos en los que se inscriben las distintas etapas de la vida de Acardo. Hay una línea argumental exterior y otra interior que va modelando la conflictiva personalidad del protagonista. En la primera parte lo vemos enfrentarse con su madre, autoritaria e intrigante, e identificarse con su padre, fiel vasallo del duque de Aquitania, que se despedirá de él pidiéndole que no le olvide. Descubrimos dos rasgos de la personalidad del joven Acardo: su voluntad de imponerse a los demás y una castidad que no nace de la virtud sino de la insuficiencia.
     En la segunda parte ocurren dos hechos trascendentales: la muerte de su tío Arnaldo en el asalto de Jerusalén le convierte en un joven poderoso; revela asimismo que ha sido una muerte inútil. Se insinúa, pues, una crítica al espíritu de las Cruzadas, que ha de acentuarse más tarde. La misteriosa desaparición de su padre le lleva a Aquitania y marca el inicio de una singular quete caballeresca. Necesita averiguar cómo ha muerto el padre. La intriga empieza a adquirir una presencia dominante y determinante.
     Como ya ocurrió con su tío Arnaldo, Acardo se convierte en el favorito de Guillermo de Peitieu. Surgen así los celos, el recelo y el afán de venganza. Hay, en esta tercera parte, un hecho decisivo, que acerca a Acardo a Francisco de Asís. Una vez armado caballero, siente "como un gran sacramento, el gran momento que iba a separar definitivamente la pequeña primera parte de su vida de la gran segunda parte, la que sería luego digna de recuerdo, su vida verdadera". Junto a las palabras que le nombran caballero están las palabras de Dios que le señalan el camino que ha de seguir. Se inicia así la aventura o quete espiritual.
     Su guía espiritual aparece en la cuarta parte. Bernardo de Claraval, el fundador de la orden cisterciense, le dice que vaya con ellos: "te enseñaremos a no tener miedo de nadie". Lo que hasta ahora ha sido una vida de conflictos materiales, se convierte en reflexión espiritual. La novela se conceptualiza, el lector está convencido de que se nos está iniciando hacia el camino de la paz espiritual que nos ofrece la religión. Tememos un ablandamiento, un exceso de piedad, este vaciamiento en el que caen a veces los personajes de Pombo. Pero, en un extraordinario tour de force, en la quinta parte aparecen signos inquietantes. La llamada a la obediencia de Bernardo es cuestionada, agredida dialécticamente por Nicolás. Acardo se mantiene fiel, convencido de que "quien duda traiciona". Se insinúan dos nuevos conflictos: las luchas de los cristianos en Tierra Santa, vistas con malos ojos por Nicolás, mientras que Acardo piensa si no es su vocación alistarse en las filas de los templarios. La visita al convento del Espíritu Paráclito le acerca a la abadesa Eloísa, amante que fue de Abelardo, magnífico retrato de sensualidad castigada por la religión o por la arrogancia religiosa del ex amante. De nuevo Pombo muestra su especial sensibilidad hacia lo femenino y sus espléndidos retratos de mujeres.
     Una nueva mujer entra en la vida, y ahora en el corazón de Acardo, Oriana. Esta sexta parte muestra cómo "todo está cambiando en Acardo y todo está cambiando alrededor de Acardo". Oriana huirá a Damasco, enamorada de un pariente del emir Usama, buen amigo de Acardo. Un hecho decisivo, para Occidente y para el atribulado y confundido corazón de Acardo, es el ataque de los cruzados a Damasco y la sangrienta derrota en julio de 1148. Su odio a Bernardo le lleva a Claraval. El enfrentamiento verbal entre Acardo, Nicolás y el abad está entre las páginas más poderosas y moralmente más sobrecogedoras del libro. La bondad cristiana, basada en la obediencia y en el poder, ha triunfado. Acardo parte. "El caballo relincha y vuelve la cabeza para mirarle: a imagen y semejanza del amor: el animal reconoce y acepta el peso de Acardo en la ancha grupa. Pesadamente galopa bosque adentro. Ese noble animal de carga, lo más parecido a la ternura, a la hermandad, que conocerá Acardo antes de la muerte". Ya el padre le había dicho en las primeras páginas del libro: "El caballo es fiel a su jinete. Lo he visto mil veces. Después de una batalla, si el caballo sobrevive a su buen caballero, inclina la noble cabeza sobre el caído y llora lágrimas vivas. Es terrible verlo: el llanto de un caballo por su caballero muerto. Es el único animal que llora por nosotros".
     La lectura de La cuadratura del círculo puede resultar, a veces, abrumadora. Pero hay, incluso en los excesos, una grandeza que no encontramos en otro escritor español contemporáneo, contagiándonos de esta "elasticidad del narrar mismo, que multiplica los espacios y los tiempos". –

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