La culpa de la superviviente

La llamada

Leila Guerriero

Anagrama

Barcelona, 2024, 432 pp.

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Años de plomo: Toda biografía política argentina debe comenzar con Perón. El presidente Juan Domingo Perón falleció el 1 de julio de 1974, tras tres mandatos presidenciales no consecutivos (1946-1952, 1952-1955 y 1973-1974). Al momento de su muerte, en Argentina operaba una banda parapolicial de extrema derecha, la Alianza Anticomunista Argentina, la conocida como Triple A, y varios grupos de guerrilla de izquierdas, especialmente Montoneros, de corte peronista. El 24 de marzo de 1976 una junta militar dio un golpe de Estado que instauró una dictadura que duró hasta 1983.

ESMA: La ESMA fue la Escuela Mecánica de la Armada, un centro clandestino de detención de la dictadura. Allí fueron secuestradas, torturadas y asesinadas 5.000 personas. “Cada miércoles se seleccionaba a un grupo de personas, se las anestesiaba con pentotal y se las arrojaba al Río de la Plata o al mar desde un avión. Había otros métodos: un balazo. Entonces se realizaba un ‘asadito’: se quemaba el cuerpo en el parque que hay detrás.” De la ESMA solo salieron vivas doscientas personas. Entre ellas está Silvia Labayru, que trabajaba en la inteligencia de Montoneros. Hija de militar, de origen burgués, familia bien (como muchos de los montoneros que aparecen en el libro), fue secuestrada el 29 de diciembre de 1976. Cuando la capturaron, “tenía la pastilla de cianuro y la pistola en el bolso, pero la aferraron desde atrás para que no pudiera tragar. Tragar. ¿Lo hubiera hecho? Cinco meses de embarazo”. En la ESMA nació su primera hija, Vera, cuyo padre era también montonero, Alberto Lennie. Vera fue entregada a sus abuelos nada más nacer; su madre no saldría hasta junio de 1978. “Pensaron mucho en la revolución pero en mí pensaron muy poco”, dice Vera.

Violación: Guerriero dosifica el terror que le cuenta Labayru. Su narración va sugiriendo, revelando parcialmente. Las violaciones no son descritas explícitamente. Los militares usaban la violación como un instrumento de tortura, pero también era una manera de ejercer un sometimiento a largo plazo. Labayru era violada por un mismo hombre, había una especie de simulacro siniestro de relación. “Vas a tener que adelgazar y tener una relación con un oficial. No va a ser una relación que afecte a la moral cristiana de tu matrimonio”, le dijeron. Ese oficial la violaba de manera regular (le llegó a comprar un diafragma) e involucraba a su propia esposa.

Labayru y todas las mujeres militantes que entrevista Guerriero critican duramente la misoginia de Montoneros, que incluso las mujeres del grupo interiorizaron: muchas que fueron violadas temían confesarlo porque eso implicaba mancillar el “honor” de sus maridos y novios guerrilleros. “A mí en Montoneros me hicieron un juicio político por querer abortar. Me bajaron el rango. Aborté igual, claro. Pero era una desviación pequeñoburguesa, había que tener hijos para la revolución.” Todavía hoy Silvia Labayru tiene que defender que las relaciones que tuvo con los militares durante su secuestro fueron siempre sin consentimiento y bajo un clima terrorífico de amenazas: “Hay mucho prurito con que las violaciones tienen que cursar necesariamente con violencia, con una sensación de repugnancia y que no puede haber ninguna forma de placer. Y dices: ‘Mira, aunque hayas tenido placer, aunque hayas tenido cuarenta y ocho orgasmos, fue una violación igual.’”

“Recuperación”: En el año y medio que estuvo secuestrada, Labayru no solo fue torturada y violada sino que los militares probaron con ella un siniestro programa de “recuperación”. Creían que había gente rescatable, “personas recuperables que tenían que cumplir patrones fenotípicos y también raciales y religiosos. Y ella encajaba perfectamente. No era judía, familia de militares, rubia, ojos celestes”. Labayru iba con su falsa pareja a “reuniones sociales con señoras de alta alcurnia”, a restaurantes caros de Buenos Aires, a la peluquería. Podía a veces dormir en su casa y visitar a su padre, hacer recados por el barrio, incluso viajar al extranjero para reunirse con su marido, pero siempre estaba controlada y amenazada por los militares. Nunca se atrevió a escapar: una tortura psicológica de la dictadura contra Montoneros era el secuestro, tortura y amenaza de muerte de sus familiares. La posibilidad de salir al mundo real y luego tener que volver al encierro formaba parte de una retorcida estrategia de manipulación.

Autocrítica: Todos o casi todos los miembros de Montoneros entrevistados por Guerriero tienen una visión muy amarga y crítica con el movimiento. “Nuestra inmolación no sirvió mayormente para nada”, dice Labayru. “O sí: le sirvió mucho a la dictadura para perpetuarse en el poder, aniquilar el aparato productivo de la Argentina, arrasar con un movimiento sindical que era muy fuerte.” Irene Scheimberg: “Nosotros en gran parte contribuimos a que viniera la represión.” Alberto Lennie: “Me hago cargo de haber participado en una situación que llevó a la Argentina a un lugar de mucho horror. Creyendo que estábamos haciendo todo lo contrario, fuimos muy operativos a los sectores más fascistas, reaccionarios y violentos.”

Traición: Los supervivientes suelen cargar con la culpa toda la vida. ¿Por qué yo viví y otros muchos no? A Labayru los supervivientes de Montoneros y demás militantes de izquierda le endosaron otro tipo de “culpa del superviviente”: si sobrevivió, es porque colaboró. Tras su liberación, sufrió calumnias constantes incluso desde la organización Madres de Plaza de Mayo: mientras estuvo secuestrada, Labayru fue obligada a infiltrarse en una reunión de la organización tras la cual fueron secuestradas varias personas y fueron asesinadas por el régimen dos monjas francesas. Se decía que su violador era su amante, que entregó a sus compañeros militantes.

“Los montoneros esperaban mártires cristianos.” El muerto es mártir y el mártir es puro, no puede hacer autocrítica, es en cierto modo un significante vacío: los partidarios de la violencia pueden hablar en su nombre, gestionar su memoria como desean y decir que su muerte fue necesaria. La sospecha de colaboracionismo sobrevuela todo el exilio de Labayru y perjudica su relación con Alberto Lennie: “Alberto estaba conmigo pero desconfiaba de mí. Todo el exilio le decía lo mismo: ‘¿Cómo tu mujer puede estar viva? Es una traidora.’”

Exilio: Su liberación es totalmente anticlimática. De pronto, le avisan de que saldrá. Le compran billetes de avión a Madrid, le devuelven a su hija, que le resulta una desconocida. Llega a la capital española el 18 de junio de 1978, sin saber cómo retomar su vida. Incluso liberada, reportó varias veces a los militares durante su exilio.

Amores y desamores: Labayru no solo tuvo una vida apasionante como montonera, superviviente de la ESMA, exiliada; también tuvo una vida sentimental apasionante, caótica, heterodoxa, muy marcada tanto por sus padres (su madre contrató a un detective para espiar a su marido, “mi madre empezó a competir con mi padre, a ver quién tenía más amantes”, Silvia desde muy pequeña fue partícipe involuntaria de esa dinámica) como por su ideología revolucionaria (la lucha política por encima de todo, los ideales sexuales de los sesenta y setenta). Pero hay también un gran amor. “La única persona a la que he amado es a Hugo”, su primer novio y con quien vuelve cuarenta años después. Él dice que siempre la quiso; ella está aprendiendo a amar a los sesenta años.

AmistadLa llamada no es una hagiografía. Guerriero da voz a personas que cuestionan el relato de Labayru, que la critican duramente (Alberto Lennie es muy cariñoso y a la vez especialmente duro; la acusa de sufrir síndrome de Estocolmo). Y, sin embargo, autora y protagonista entablan una bonita amistad. El libro está lleno de los mensajes de texto de Labayru, cariñosos y torrenciales. El hecho de que la historia no termine en la ESMA o en el exilio inmediato, que el libro llegue hasta el presente y cuente su vida al completo y con aristas, sirve para quitarle solemnidad a su condición de víctima. Labayru es muy crítica con los supervivientes “profesionales”: “Para esta gente ser un sobreviviente es como que les ha dado un motivo en la vida. ¿Yo qué soy? Sobreviviente. ¿De qué voy a trabajar? De sobreviviente.”

Leila Guerriero: Hay un yo, su voz es reconocible, pero es una especie de espectro que va guiando la narración, nada más. Es consciente de que lo importante son los personajes. El grueso del libro son largas transcripciones, su enorme mérito es su estructura concéntrica, su ternura siempre desde la distancia. “Soy una enorme bacteria perturbadora en la vida de un montón de gente que había dejado esta historia atrás”, escribe Guerriero en una de las pocas frases personales del libro. La llamada es un testimonio esencial sobre la dictadura, el exilio, el terrorismo de Montoneros, la violación como arma de guerra, pero es mucho más: es un retrato honesto y humano de una mujer y su época, es la crónica de una extraña amistad entre una autora y su personaje. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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