La estirpe de los argonautas, de varios autores

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Surrealistas portuguesesVespeira, Cruzeiro Seixas, Sampaio, Risques Pereira, Lemos, Da Costa y Cesariny, La estirpe de los argonautas,  Ed. y Trad. Perfecto E. Cuadrado, Junta de Extremadura, Mérida, 2001.Una noche de 1947, hacia las once, por la céntrica Avenida da Liberdade, núcleo de la Lisboa que se reclama urbana y moderna, Mário Cesariny saca de paseo O Operário, el cuadro que acaba de pintar; lo acompaña y le ayuda con el peso el poeta Alexandre O'Neill. La puesta en escena anuncia la llegada de los nuevos vanguardistas, "hermosos y aterrados vestidos con extrañas chaquetas/ altos hasta asustar a las aves de largo recorrido", a la ciudad gris que atraviesa durante ya muchos años la dictadura de Salazar.
     Así, los surrealistas portugueses se organizan en ese 1947, realizan su "i Exposição dos Surrealistas" en 1949 y, luego, se disuelven como grupo, aunque prolongan por varias décadas su eco, gracias sobre todo al activismo y la lúcida resistencia de Cesariny. En apariencia, se trataría de un fenómeno periférico y epigonal, alimentado por poetas y pintores que habían nacido en torno a los mismos años en que Breton publicaba los dos Manifiestos fundacionales; pero esta valoración apenas se apoyaría en el nombre elegido para la efímera existencia del grupo, y no en la realidad de su práctica. Habría que enfocarlo de otro modo: pensar, por ejemplo, en movimientos coetáneos como la llamada Escuela de Nueva York, protagonista quizá de la más radical experiencia de la pintura en el siglo XX, o, en otra dimensión, el postismo de la posguerra española, a quien debemos la desusada altura de Cirlot y la fresca libertad de Ory; ni unos ni otros se reivindican surrealistas y, sin embargo, esa obvia conexión de energía es la que nutre su primer impulso. Visto así, no puede tomarse el grupo portugués como un surrealismo retrasado, sino como una de las nuevas propuestas de vanguardia que en los años cuarenta se niegan a aceptar el imperio "frío y caliente" del horror y la ruina.
     Esta sucesión de vanguardias establece el nuevo tipo de tradición que distingue al arte contemporáneo: vincula a cada artista con la energía y el sentido anteriores, mientras rompe con su institucionalización y desgaste. Como ha propuesto Lyotard, "el adversario y cómplice de la escritura, su Big Brother, es la lengua, esto es, no sólo la lengua materna sino la herencia de palabras, giros y obras que llamamos cultura literaria". Así, puede decir Pinto de Amaral que quien nunca haya atravesado con conciencia el legado surrealista "no habrá comenzado, siquiera, a escribir". O Fernando Lemos: "Fue necesario/ como el hecho de entrar en una casa/ sólo por la necesidad de salir de ella".
     Arraigado en esta forma de vivir la tradición, el libre y heterodoxo surrealismo portugués nace con otra marca histórica: la del doble y simultáneo rechazo hacia el poder de Salazar y hacia el naciente neorrealismo; constante en sus declaraciones es sentirse como una forma de lucha, a la vez existencial y política, que no se cifrara en dogmas como los del realismo socialista. El grupo duró poco, las trayectorias se hicieron divergentes. Cara de Solitario Colectivo, se titula el cuadro que Cesariny le dedicó en 1976 a Octavio Paz, pero la lógica del movimiento queda.
     De todo ello da cuenta La estirpe de los argonautas, colección de siete breves antologías de poetas surrealistas portugueses, donde caben una figura consagrada de la poesía y la pintura como Cesariny, nombres notables de las artes plásticas y el diseño como Seixas o Vespeira, un decisivo traductor (de Benjamin a Eliot o Pasolini) como Sampaio, o alguien como Risques Pereira, que nunca publicó un libro y desarrolló su obra prácticamente en la clandestinidad. Junto a los poemas, en la cuidada edición se reproduce exenta una ilustración del propio autor salvo en el caso de Sampaio, en que repite Seixas, testimonio de un trabajo que nunca reconoció géneros.
     Publica la colección el extremeño Gabinete de Iniciativas Transfronterizas dentro de los numerosos programas que viene promoviendo en su labor de puente, como el foro anual Ágora, la difusión del estudio del portugués en Extremadura o el apoyo a la revista bilingüe Hablar/Falar de poesia, proyecto colectivo a su vez de revistas de los dos países. La impecable traducción y selección de los textos es obra de Perfecto Cuadrado, autor de la antología esencial del surrealismo portugués, A Única Real Tradição Viva y comisario de su última gran exposición, a quien puede considerarse uno de los agentes más activos en el intercambio actual de las dos culturas.
     Sólo Cesariny tenía antes un libro en castellano: Manual de prestidigitación, que reunía cinco títulos de los años cuarenta (traducción de Xulio Ricardo Trigo, Icaria). Pese a la brevedad de estos volúmenes de ahora, su enfoque permite asomarse a la obra de los restantes argonautas. Mientras Eurico da Costa ofrece las cadenas de imágenes que más recuerdan al surrealismo histórico, con su énfasis un poco gótico y perverso, Risques hace perceptible "entre esa densidad saturada" un hilo claro de deseo que se abre en terminaciones oscuras, a la manera en que se ramifica el hilo nervioso del cuerpo. Resuenan así también las imágenes sencillas de Seixas, que sugiere con su ondulante sintaxis la circulación de las cosas del mundo, el fluido de su unidad. Es un fenómeno de metamorfosis como el que construyen las ensordecidas parábolas en prosa de Vespeira con sus materiales disímiles del cuento fantástico al hiperrealismo, juego de irisaciones y luces cambiantes, a veces existenciales o políticas, a veces mágicas, eróticas o cómicas.
     Pero no sólo se trata de imágenes: el peculiar trabajo con que se articulan algunos poemas extensos vuelve memorables textos como "Dos ríos", de Sampaio, o "Crónica", de Lemos. Éste, para mostrar la crueldad como forma universal de contacto, recurre a la simulación de un relato del absurdo, cuyo aliento resulta por zonas delirante y en otras azotado por agudas revelaciones. Por su parte, Sampaio traza una dialéctica de fluidez y grumos, de sutil análisis y voluble densidad sensitiva, para hallar una poderosa fórmula de conocimiento y apertura de realidad.
     Por todo ello, entre esta suma de singularidades engarzadas en un mismo deseo plural y solitario, si hubiera que quedarse con una sola lectura, quizá sería la de "You are welcome to elsinore", el poema de Cesariny que abre la colección y que sitúa lucidamente su escenario de audacia y riesgo —"hay entre las palabras y nosotros metal fundente"— en la fuerza extraña y ajena de las palabras, su carácter de realidad primera. Escribir es una escucha, desesperada en ocasiones, pues las palabras son el elemento activo, el único sujeto que investiga y conoce, y ante su vitalidad cualquier otra entelequia de sujeto se derrumba, cualquier nombre propio, tentación de propiedad: sólo podría decirse yo cuando el poema se impone como mi existencia real.
     Como se sabe, Breton reivindicaba, contra el racionalismo fósil, un pensamiento por fin libre y completo. Las vías que estos argonautas recorren en paralelo a una reflexión como la de Wittgenstein o, avant la lettre, la de Foucault, cuentan entre el pensamiento más fuerte, el que deja huella. Y, por la singular cualidad de esa huella, su acción es también ética; como resumía Lyotard: "Basta con observar en la pretendida 'superación' del vanguardismo de nuestros días, armada con el pretexto de que es preciso volver a la comunicación con el público, el desprecio por la responsabilidad de resistir y de testimoniar, que las vanguardias asumieron durante un siglo". –

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