EL REVOLUCIONARIO INCOMPRENDIDO Pekka Himanen, La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, traducción de Ferran Meler Ortí, Destino, Barcelona, 2002, 258 pp.
Aparte de un arsenal de nuevas tecnologías, la era de la información trajo consigo su propia mitología, sus héroes y villanos, sus mitos y su lenguaje, sus amenazas y esperanzas. Entre la galería de nuevos personajes que llegaron con la cibercultura destaca el hacker, un ser tan glamourizado como satanizado y casi inevitablemente mal entendido (no olvidemos que fue clasificado como un terrorista en la legislación estadounidense esbozada a pocos días de los atentados del 11 de septiembre). Originalmente un hacker era aquel que hacía muebles con un hacha. Más tarde, el término fue usado para todo aquel que se entregaba apasionadamente a la programación, y eventualmente se extendió a cualquiera que realice su trabajo con entusiasmo y placer. Podemos pensar que la saga moderna del hacker informático comienza con el pirata cibernético Case, de la novela Neuromancer, de William Gibson, el padre del género cyberpunk. Case se dedica a robar información de bases de datos superseguras para revenderla, en una puesta al día de las leyendas de forajidos del viejo oeste.
El hacker es también la versión cyber del patito feo: un personaje introvertido e ignorado, víctima del abuso de sus compañeros de escuela, pero que destaca por su talento y devoción al ordenador y súbitamente se convierte en icono cultural y figura subversiva del underground. No han sido pocos quienes han dedicado libros, filmes (Tron, Sneakers, Hackers) y sitios Web a cantar loas al hacker como revolucionario de la era de la información. En La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, Pekka Himanen va más allá de las clásicas anécdotas de aventuras cibernéticas, de la babeante perplejidad con que se cuentan las proezas de estos aventureros digitales y de la infaltable celebración de la "venganza de los nerds" (Douglas Rushkoff dixit), al tratar de señalar qué es lo que hace singulares a los hackers e intentar exorcizar la imagen frívola que de ellos pregonan los medios.
La ética del hacker es el resultado de un trabajo conjunto del autor con dos personalidades del mundo de la red: Linus Torvalds, el creador del código Linux, que escribió un breve prólogo, y Manuel Castells, autor del voluminoso estudio La era de la información, quien contribuyó con un epílogo en el que describe la transición a la era del "informacionalismo" y a la "sociedad red", un tema interesante pero que se siente metido con calzador en el libro. Himanen, una celebridad del mundo de Internet, propone que la ética del trabajo del hacker representa una ruptura con la ética protestante del trabajo que ha dominado la cultura, especialmente tras la revolución industrial. El auténtico hacker no cree que el trabajo es un fin en sí mismo. En su opinión, los beneficios de la computación y de Internet deben ser accesibles para todos y considera más valioso el reconocimiento de otros hackers que el dinero. Por lo tanto, para entender su lógica lo primero que debemos preguntarnos es si la máxima del ciberespacio: "information wants to be free", se refiere a que la información quiere ser libre o bien a que quiere ser gratuita. El hacker está en guerra permanente contra los censores, contra la comercialización devastadora de la red y muy particularmente contra las corporaciones que venden software protegido y cerrado (el cual puede utilizarse, pero no es posible acceder a su código). Los hackers pugnan por que todos los sistemas sean abiertos y susceptibles de ser analizados, mejorados y modificados por los usuarios.
Himanen ha hecho un libro ameno y accesible a cualquier lector, que resulta particularmente interesante por la relación que va tejiendo entre el hackerismo y diversas doctrinas de la antigüedad. La ética del hacker difiere esencialmente del capitalismo, pero también del comunismo, debido a su actitud antiautoritaria, su defensa a ultranza de la privacidad y su credo netamente individualista. El autor comenta que, lejos de existir en el caos, el hackerismo vive "en la misma anarquía en que puede vivir la ciencia". Es decir, que cualquiera puede investigar cualquier asunto, aunque tan sólo algunas obras seleccionadas por comités estrictos y reconocidos son publicadas, citadas y tomadas en cuenta. Asimismo, al publicar su obra un científico expone su conocimiento y el proceso para llegar a él, sin secretos.
Como muchos otros autores, Himanen diferencia entre hackers y crackers, siendo estos últimos quienes diseminan virus cibernéticos, roban información y sabotean sitios de Internet o sistemas de cómputo. No obstante, también señala que en el fondo todos los hackers son crackers, "porque intentan romper el cerrojo de la jaula de acero", es decir, tratan de destruir el orden del trabajo como una responsabilidad opresiva a la que debemos someternos virtuosa y humildemente. Pero más allá de eso Himanen no cuestiona en qué momento un hacker se convierte realmente en cracker, en particular porque considera crackers a los cibernautas que sabotean sitios gubernamentales para expresar su rechazo político, lo cual, en la lógica de su argumentación, debería tratarse de una labor subversiva en línea con el resto de sus actos.
El autor retoma la "ley de Linus [Torvalds]", que plantea que todas nuestras motivaciones se agrupan en tres categorías: supervivencia, vida social y entretenimiento. Con esto quiere decir que las actividades del hombre que inicialmente se debían a nuestra necesidad de sobrevivir se han vuelto cada vez más complejas, pasando a determinar la manera en que nos relacionamos con los demás, y eventualmente a ser el motivo de nuestra pasión. Lo que Himanen no señala es que si bien el trabajo del hacker es pragmático, en el sentido de que busca crear herramientas y sistemas para una infinidad de aplicaciones, su ética parece más cercana a la del artista que a la del trabajador o el artesano: es una especie de poeta del código que busca la perfección, la armonía y la pureza en sus construcciones.
Por último, es importante señalar que la ética del hackerismo no quedó indemne después de la reciente efervescencia histérica, la implosión de la denominada "Nueva economía" y el furor de las empresas punto com, muchas de las cuales eran presididas por supuestos hackers que olvidaron su código ético debido a su ambición desmesurada. Con ello estigmatizaron al hacker, al añadir a su injustamente ganada mala reputación las etiquetas de estafador corporativo y esbirro de Wall Street. ~
(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).