Ćlmer Mendoza, Un asesino solitario, Tusquets, MĆ©xico, 1999.
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MĆ”s que un tema, la conspiraciĆ³n es un dispositivo narrativo: la tensiĆ³n del conflicto, un contexto. Es lo que mantiene todas las cuerdas estiradas, y si estas cuerdas son de tripa de gato, mucho mejor, carnal. Y no es que las vayas a tocar, como si estuvieran restiradas en un violĆn: no. Son los amarres que pones para que la novela quede bien temperada, desde la primera hasta la Ćŗltima pĆ”gina. ĀæVes? La tensiĆ³n. Como cuando llegas a una cantina de CuliacĆ”n y estĆ” alguien, un bato que no te cae bien, ni tĆŗ a Ć©l, y estĆ” con una morra que anduvo contigo, ĀæsĆ me entiendes?, y allĆ estĆ”. Un ambiente de tensiĆ³n: a mexican standoff, un estancamiento, un punto muerto, una situaciĆ³n de jaque en el tablero. Como dos machetes enfrentados, la dĆ©tente, una guerra frĆa, cada quien de un lado. A ver quiĆ©n dispara primero.
Ā Ā Ā Ā Ā Lo que los karatecas hacen es respirar. Se calman, se concentran y hacen un ejercicio de respiraciĆ³n para bajar el miedo, sin que los otros batos se den cuenta. Se calma. Baja los brazos. Mantiene fija y serena la mirada, por si hay desmadre, como hace MacĆas, el sicario, el malandrĆn, el yo narrador de Un asesino solitario, de Ćlmer Mendoza. “Barrientos, carnal, Āæte acuerdas de Luis Eduardo Barrientos Ureta? ĀæAquel candidato chilo a la presidencia? Ah, pues me contrataron para bajarlo. Todo empezĆ³ asĆ…”
Ā Ā Ā Ā Ā Ćlmer Mendoza (CuliacĆ”n, 1949) habĆa estado entrenĆ”ndose para esta novela con sus cuentos de Trancapalanca y Buenos muchachos y la escribe en sinaloense, la construye sobre y desde el lenguaje, que es donde reside el alma de los protagonistas, como el habla trasmutada de este sicario, este bato al que lo alborotan con un jale: el asesinato del candidato del PRI en CuliacĆ”n, el 23 de marzo por la maƱana, el mismo dĆa en que efectivamente lo clavan en Tijuana por la tarde. MacĆas a eso se dedica. Ha tenido una juventud mĆ”s o menos bien aprovechada como porro (estuvo el 10 de junio de 1971 en San Cosme), gatillero del gobierno y freelance en otros ambientes judiciales. Hace cuentas. Es muchĆsima lana, quinientos mil dĆ³lares. Oye, pues Āæa quiĆ©n hay que matar? ĀæAl Papa?
Ā Ā Ā Ā Ā No se la acaba de acabar, acĆ”, muy felĆ³n, al cabo no va a tener billetes el bato, mientras sopesa su escuadra Pietro Beretta. Su discurrir va abonando el monĆ³logo interior del sicario (“lo que se vaya a cocer que se vaya remojando, alĆ©gale al ampĆ”yer, no cabe duda de que ustedes estĆ”n en el paraĆso, a mĆ la pura me pone bien loco, es de la que le decomisamos a una colombiana en el aeropuerto”), tal y como habla un joven treintĆ³n de Badiraguato o de Los Mochis o de Guasave o de CuliacĆ”n: sus valores, su moral, su visiĆ³n del mundo y de la vida, joven como todos los asesinos de polĆticos (Gaurilo Princip, el de Sarajevo, que tenĆa 19 aƱos; Aburto, 23; Oswald, 24; Aguilar TreviƱo, 29). Son chavos, muy aventados. Unos, politizados; otros, no: quieren una lana. Los de inspiraciĆ³n anarquista quieren poner una idea en circulaciĆ³n, como los terroristas de hace cien aƱos en Rusia, incitar al viejo topo de Bakunin a fin de que prosiga su tarea subterrĆ”nea y reaparezca para administrar la justicia.
Ā Ā Ā Ā Ā De modo subyacente se despliega el tema de la confabulaciĆ³n: varios individuos entran en contacto para planear un crimen. Es una cadena. El Ćŗltimo eslabĆ³n, el que va a tronar el cohete, no sabe quiĆ©n estĆ” al principio y allĆ” arriba de la cadena. A Ć©l le van transmitiendo la orden y Ć©l la ejecuta, por una lana. AsĆ es mejor. Si es profesional, si no conoce al objetivo, no le va a temblar la mano, como no le tiembla al cirujano que abre el tĆ³rax de un ser humano necesariamente desconocido.
Ā Ā Ā Ā Ā La conspiraciĆ³n es el teatro mismo, el escenario del crimen. Las tragedias histĆ³ricas de Shakespeare, sobre todo Julio CĆ©sar, Macbeth y Ricardo III, incluso Hamlet, estĆ”n impregnadas por la conspiraciĆ³n, que tiene un rostro monstruoso. El nervio de la trama se tensa en la maquinaciĆ³n, en los preparativos del crimen, en el reclutamiento de los sicarios. La tensiĆ³n estĆ” en la espera de lo que estĆ” a punto de desencadenarse, en una situaciĆ³n lĆmite, y no se procede de otra manera en los clĆ”sicos del gĆ©nero: en Los endemoniados, de Dostoievski, El agente secreto, de Conrad, Los idus de marzo, de Thornton Wilder, El dĆa del Chacal, de Frederick Forsyth. Todo estĆ” poseĆdo por el pensamiento sobre el crimen y el miedo, el horror, el horror, el horror, que va dando la pauta para el establecimiento de una atmĆ³sfera, como puede percibirse en El contexto, de Leonardo Sciascia: un contexto, un ambiente, el de la inminencia de un golpe de Estado (como el que se fraguaba en Italia en 1972) y los efectos desestabilizadores de la “estrategia de la tensiĆ³n”.
Ā Ā Ā Ā Ā La conspiraciĆ³n es “una historia oscura y confusa”, dice H. M. Enzensberger. “Se desarrolla en el sotobosque de la historia, en la selva de la ilegalidad. Sus escenarios son sĆ³tanos y fortalezas, cĆ”rceles y salones, lĆŗgubres buhardillas, miserables albergues.”
Ā Ā Ā Ā Ā El tempo narrativo no es menos importante, sobre todo si lo que se estĆ” contando es la historia de Un asesino solitario, cuyo frenesĆ de acecho se exacerba mientras se aproxima el momento de la acciĆ³n. Un contexto, una Ć©poca, una mentalidad criminal, como la del MĆ©xico finisecular, aparecen quizĆ” por primera vez en nuestra narrativa en esta astuta narraciĆ³n rĆ”pida y electrizante de Ćlmer Mendoza, quien no quiso leer libros sobre el asesinato de Colosio, ni revistas ni periĆ³dicos. PrefiriĆ³ mejor irse por la libre carretera imaginativa de la pĆ”gina en blanco. Era demasiada realidad la que le estorbaba y le atrofiaba la pura invenciĆ³n literaria. Tuvo que meterse sin miedo al tĆŗnel infernal y paradisiaco de la creaciĆ³n. Como si fuera el tĆŗnel del sueƱo. –
(Tijuana, 1941) es escritor. Su mƔs reciente libro es Padre y memoria (Ediciones Sin Nombre, 2009).