La palabra perseguida

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Manuel Florentรญn ha erigido un monumento a las tinieblas. En casi ochocientas pรกginas, que descansan en 85 de bibliografรญa (de cuerpo diminuto e interlineado simple), ha documentado la persecuciรณn sistemรกtica que sufrieron los creadores bajo los distintos regรญmenes comunistas establecidos en muchos paรญses tras la Revoluciรณn soviรฉtica de 1917, y tambiรฉn en otros โ€“entre ellos Espaรฑaโ€“ en los que, aun sin haber estado nunca sometidos a un rรฉgimen de esa naturaleza, los partidos comunistas y sus โ€œcompaรฑeros de viajeโ€ llevaron a cabo o apoyaron medidas represivas semejantes contra escritores y artistas disidentes. Esta persecuciรณn, huelga decir, solo la sufrรญan los creadores contrarios a los regรญmenes dominantes, o no suficientemente entusiastas con ellos (y se era contrario, tambiรฉn, aunque se compartieran los principios del socialismo, si no se seguรญan sus doctrinas estรฉticas: aquel โ€œrealismo socialistaโ€, de cemento y acero, que vedaba cualquier manifestaciรณn del arte individualista y burguรฉs de Occidente). Sus partidarios, en cambio, gozaban de un trato principal, que incluรญa toda suerte de privilegios en una sociedad que, teรณricamente, habรญa abolido los privilegios. Aunque hay que aรฑadir que la pertenencia a uno u otro grupo, el de los afectos y los desafectos โ€“y, por lo tanto, el bienestar de cada uno y hasta su vida y la de su familiaโ€“, pendรญa de un hilo: un chiste que se contara o un brindis que se hiciera en una reuniรณn privada, pero que llegara a oรญdos de las autoridades por la delaciรณn de alguno de los asistentes โ€“que podรญa ser un amigo รญntimo o un familiar cercano del denunciado: en la Uniรณn Soviรฉtica y las repรบblicas de su รณrbita, la espesa red de delatores era uno de los principales sostenes del Estado: medio paรญs espiaba al otro medioโ€“, condenaba a la expulsiรณn de la Uniรณn de Escritores (lo que implicaba, en la prรกctica, no volver a publicar), a la pรฉrdida del trabajo, a la detenciรณn, el interrogatorio y la tortura (del chistoso y, a menudo, tambiรฉn de su mujer, sus hijos, sus hermanos y sus padres), y, en muchos casos, al gulag (o, en dรฉcadas posteriores, a los hospitales psiquiรกtricos).

El relato de las prรกcticas represivas de los regรญmenes comunistas, que ya latรญan en el pensamiento y las acciones de Lenin โ€“al que suele presentarse como un lรญder mรกs intelectual y menos sangrientoโ€“, pero que alcanzaron el paroxismo con Stalin โ€“un georgiano que iba para cura y para poeta, pero que prefiriรณ consagrarse a la Revoluciรณnโ€“, sobrecoge por su crueldad. En la Uniรณn Soviรฉtica, lo mejor de la literatura rusa padeciรณ la furia estaliniana. Marina Tsvietรกieva pasรณ catorce aรฑos en el exilio y se suicidรณ despuรฉs de que fusilaran a su marido y detuvieran a su hija y a su hermana. Ana Ajmรกtova tambiรฉn viviรณ el fusilamiento de su primer marido, el poeta Nikolรกi Gumiliov, la deportaciรณn de su hijo a Siberia en dos ocasiones y la muerte de su tercer marido, el escritor Nikolรกi Punin, en un campo de concentraciรณn; sus libros fueron prohibidos, y ella, acusada de traiciรณn y deportada. ร“sip Mandelstam fue asimismo deportado por un epigrama contra Stalin y muriรณ en un campo de trabajo de Vladivostok. Vasili Grossman tuvo que escribir once versiones de su novela Stalingrado para complacer a la censura soviรฉtica. Borรญs Pasternak renunciรณ al Premio Nobel que se le habรญa concedido en 1958 por temor a las represalias del poder soviรฉtico contra รฉl y su familia.

Las repรบblicas comunistas de la Europa del Este se apresuraron a importar las tรฉcnicas coercitivas que tan buenos resultados estaban dando en la Madre Rusia. En la Repรบblica Democrรกtica de Alemania, el Ministerio para la Seguridad del Estado, la siniestra Stasi, contaba en 1989, cuando cayรณ el Muro de Berlรญn, con 102.000 agentes y 174.000 informantes (para vigilar a una poblaciรณn de diecisiete millones de habitantes; la Gestapo habรญa dispuesto de 40.000 efectivos para controlar a ochenta millones); tambiรฉn se le destinaba el 5% de los presupuestos generales del Estado. Gracias a su celo en el cumplimiento de las tareas que tenรญa encomendadas, escritores como Thomas Brasch, Reiner Kunze, Jรผrgen Fuchs, Stefan Heym, Lutz Rathenow y un larguรญsimo etcรฉtera sufrieron vigilancia y cรกrcel, fueron despedidos de sus trabajos, se les retirรณ el permiso para publicar (y hasta para escribir) y, en no pocos casos, fueron privados de la nacionalidad y expulsados del paรญs. En Rumanรญa, el equivalente de la Stasi, la no menos terrorรญfica Securitate, velaba, bajo la sanguinaria direcciรณn de Nicolae Ceauศ™escu y su draculiana mujer, Elena Petrescu, por que autores como Paul Goma, Herta Mรผller, Norman Manea o Ana Blandiana no pusieran en peligro la seguridad del Estado con sus palabras. En Albania, un enloquecido Enver Hoxha (pronรบnciese jodcha), cuando no estaba ocupado sembrando bรบnkeres por todo el paรญs para defenderse de una invasiรณn de Estados Unidos que daba por segura, y que hoy se utilizan para cultivar champiรฑones, perseguรญa con saรฑa a quienquiera que objetase a su rรฉgimen, aunque antes lo hubiese apoyado, como Ismaรญl Kadarรฉ, que se tuvo que exiliar en Francia despuรฉs de que el propio Hoxha le recriminase que su novela El gran invierno no hiciera lo que la buena literatura ha de hacer: โ€œRepresentar los intereses del rรฉgimen, hablar de las fiestas, de las cooperativas, de las consignas del partido, del entusiasmo de la juventud.โ€ La suerte de Kadarรฉ, pese a todo, fue mucho mejor que la del poeta Havzi Nela, condenado a quince aรฑos por criticar al rรฉgimen de Hoxha, luego aumentados a veintitrรฉs por organizar una protesta dentro de la cรกrcel por las condiciones inhumanas en las que vivรญan los presos. Cuando obtuvo la libertad, fue confinado en un pueblo, del que se escapรณ un dรญa para poner unas flores en la tumba de su madre, que acababa de morir. Lo condenaron entonces a muerte, lo colgaron en pรบblico y dejaron que su cuerpo se pudriera en la calle.

La investigaciรณn de Florentรญn alcanza a muchos otros paรญses, no europeos. A Cuba, por ejemplo, donde se revivieron los Juicios de Moscรบ con Heberto Padilla, y numerosos escritores disidentes โ€“aunque muchos de ellos habรญan apoyado o aplaudido la Revoluciรณnโ€“ se vieron obligados a exiliarse y a morir lejos de su patria, como Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas. Y a China, por supuesto, cuyos comunistas conjugaban un refinamiento sรกdico โ€“cobraban a la familia de los ajusticiados la bala que los habรญa matadoโ€“ con fรณrmulas mucho menos sutiles: la Guardia Roja de Mao apaleรณ hasta la muerte a Lao She, acusado de โ€œderechismoโ€. Zhang Zhixin estuvo presa por criticar a la mujer de Mao y el culto a la personalidad del Gran Timonel, y en la cรกrcel fue torturada y violada sistemรกticamente; para ahuyentar a sus violadores, se untaba el cuerpo con sus propios excrementos. A Lin Zhao la reeducaron durante ocho aรฑos con palizas y torturas en un campo de trabajos forzados y, tras contraer tuberculosis, fue ejecutada el mismo dรญa en que se dictรณ su sentencia de muerte.

Manuel Florentรญn subraya en su documentadรญsimo libro โ€“cuya monotonรญa no le es achacable a รฉl, sino a la naturaleza de lo narrado: conductas repetidas e iguales de los regรญmenes comunistasโ€“ otro motivo de dolor para los escritores y artistas perseguidos: la falta de solidaridad de sus colegas occidentales, muchos de los cuales profesaban una fe tan intensa en el ideal comunista que se negaban a ver, o a creer, aquello que lo desmintiera, aunque fuesen crรญmenes atroces. Sartre fue uno de los ciegos voluntarios mรกs destacados: arengaba a sus compaรฑeros para que, como รฉl, no viesen.

Pero Florentรญn no relata esta tragedia sin humor: el de los chistes que circulaban en todos los paรญses comunistas sobre sus infaustos gobernantes. El chiste fue una de las principales vรกlvulas de escape de los habitantes del paraรญso socialista, aunque podรญa conducir tambiรฉn a la catรกstrofe: el humor como lenitivo de la impotencia. Este es uno que se contaba en Checoslovaquia despuรฉs de que los blindados soviรฉticos aplastaran la Primavera de Praga: โ€œยฟCรณmo visitan los rusos a sus amigos? En tanque.โ€

La lectura de Escritores y artistas bajo el comunismo deja un regusto muy amargo. Y no solo por las innumerables salvajadas que refiere, sino tambiรฉn porque corrobora el fracaso de un ideal encomiable, que perseguรญa la justicia y la igualdad, construido a partir del certero โ€“y aรบn no superadoโ€“ anรกlisis marxista del capitalismo, y que han abrazado muchos espรญritus nobles que deseaban el bien de sus semejantes. Quienes hemos creรญdo alguna vez en รฉl vemos en este reguero de crueldades la demostraciรณn de la indefectible capacidad del hombre para destruir sus propias utopรญas. ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crรญtico literario. En 2011 publicรณ el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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