La razón y la derrota

Cayetana Álvarez de Toledo

Políticamente indeseable

Ediciones B

Barcelona, 2021, 520 pp.

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Cayetana Álvarez de Toledo tiene algunas características infrecuentes entre los políticos españoles. Entre ellas destacan la solidez intelectual, la valentía y la independencia. Las tres cualidades son visibles en Políticamente indeseable, unas memorias de su tiempo como candidata por Barcelona y portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados. Es la crónica de un fracaso y, como la mayoría de los fracasos que cuenta su protagonista, pretende ser el relato de una victoria moral. Es un libro serio, documentado, que utiliza discursos, intervenciones, fragmentos de artículos y entrevistas y las notas que toma su protagonista: es detallado, está bien escrito y estructurado, intercalando la narración con el análisis. La voz es reconocible: contundente, elocuente en la defensa de sus principios –la idea de libres e iguales, la reconciliación española de la Transición, el ataque al identitarismo–, combativa con los adversarios, a menudo enfática, con más humor de lo que parece. Transmite con claridad y honestidad su punto de vista, resume con elegancia su origen y sus comienzos, se detiene en algunos de sus momentos estelares y cuenta dos batallas principales. Una es la batalla ideológica y cultural –la oposición al nacionalpopulismo y lo que entiende como una hegemonía de la izquierda que despierta complejos en la derecha– y otra más sucia y difusa, que es donde se ve finalmente derrotada: la que plantea su propio partido, con filtraciones a periodistas, y un Pablo Casado que se va desdibujando y que la destituye a cámara lenta, mientras cede todo el poder interno a un Teodoro García Egea, que aparece tan mediocre como siniestro.

En un mundo donde muchos intelectuales son en realidad claque de los partidos y actúan convencidos de que el poder es más importante que las ideas, Cayetana Álvarez de Toledo hace pensar, en sus aciertos y sus errores, en una verdadera intelectual: alguien que cree que las ideas son lo más importante. En ella conviven una vocación de claridad moral, una extraordinaria capacidad para la movilización y una desconcertante torpeza táctica. Da la sensación de que planta cara en todas las peleas, sin pararse a calcular si eso le va a producir un desgaste o si va a despertar recelos entre teóricos aliados. Parte de su carisma viene de ahí: como todos, hace de su defecto su poética. Así, una de las ideas clave del libro es la necesidad de que los políticos digan lo mismo en público que en privado. Se opone tanto a la hipocresía –un defecto habitual de la política del establishment– como al cinismo –la visión que encontramos en Trump o Pablo Iglesias– y adopta una posición antimaquiavélica. Pero no está claro que esa visión idealista –que hace inseparables la moral y la política– se pueda aplicar a todo, sea fácil de sostener o lleve a buenos resultados.

La contribución más admirable de Álvarez de Toledo es la capacidad de analizar y desmontar los mitos y mentiras del nacionalismo. Lo ha hecho con coraje intelectual y físico. Sus intervenciones, glosadas o extractadas en el libro, tienen el valor de desmontar esa ideología xenófoba y de no aceptar sus premisas: desprecia abiertamente los marcos del catalanismo, rechaza los términos en que se plantea el debate. Eso es lo que le daba una imagen radical: como explica, en una de las observaciones más memorables del libro, la moderación en España se mide por el grado de indulgencia hacia los nacionalismos. “España es el único país del mundo donde la cercanía al nacionalismo determina el centro y la moderación. A este despropósito se añade la aplastante hegemonía cultural de la izquierda. No es que el psoe domine el tablero español; el psoe es el tablero español […] El psoe decide lo que es el centro y el centro varía según el psoe.” “En España la exigencia de moderación no se proyecta sobre las formas, sino sobre el fondo. Sobre la verdad.” “El nacionalismo es el árbitro de la verdad”, escribe.

¿Es más de derechas Cayetana Álvarez de Toledo que otros políticos del Partido Popular? No lo parece desde el punto de vista moral. Lo que la distingue es que discute, con una actitud simultáneamente despectiva y combativa, los presupuestos del nacionalismo o cierta concepción del feminismo, con el que ha tenido polémicas que aparecen en el libro. No hay impostura en su altivez: eso la hace aún más antipática. Su defensa de un “feminismo amazónico” inspirado en Camille Paglia tiene muchos aspectos valiosos: negar la victimización, una concepción amistosa y jovial de las relaciones entre los sexos, la defensa de la libertad de expresión y la presunción de inocencia. Que reivindicar la sexualidad como un territorio de placer y encuentro o la condición deseante de la mujer resulte una prueba de conservadurismo y una provocación indica que estamos en un tiempo extraño. Otras cuestiones son más matizables. Criticar el uso demagógico de la brecha salarial puede estar bien, pero la prohibición constitucional de la discriminación no significa que no exista una disparidad. Algunas mujeres escogen determinadas profesiones o deciden priorizar su vida familiar sobre la carrera porque así lo prefieren. Y a veces esto ocurre más en países donde hay mayor igualdad. Pero también hay numerosas pruebas de que la maternidad –y la entrada en la edad de la maternidad– penalizan salarialmente a las mujeres en nuestro país.

A veces Cayetana Álvarez de Toledo recuerda a Arthur Koestler, de quien se decía que podía defender una causa justa de una manera que resultaba irritante para casi todo el mundo, y buena parte de la izquierda la ha atacado con la agresividad que quienes se definen como feministas solo reservan a una mujer. Koestler utilizaba una frase de Dylan Thomas en sus memorias –“Cuando quemas todos tus puentes, ¡qué hermoso fuego se hace!”– que podría aplicarse a este volumen. Lee una entrevista con Casado: “exhibía el aroma inconfundible de la sumisión moral”. De Pedro Sánchez dice que “Siempre me ha llamado la atención la escasa calidad política y humana que hoy nos preside”; sus frases, dice, son como un donut: redondas, pegajosas y huecas. Define a Baltasar Garzón como “uno de los personajes más turbios y sectarios de la órbita iberoamericana, inhabilitado y expulsado de la carrera judicial por pisotear las garantías procesales de los acusados”. De Teodoro García Egea (“agencia de colocación”) señala que su forma de hacer política se basa en las pelotas y el peloteo y cuenta un episodio donde se descubre una mentira descarada del hombre al que Casado (según le dice a Cayetana) ha entregado todo el poder. También reserva palabras de admiración y afecto para muchos –más escritores e intelectuales, de su mentor John H. Elliott a Fernando Savater o Félix Ovejero, que políticos– y de respeto distante y crítico para otros, como Soledad Gallego-Díaz. Entre las figuras que salen peor paradas está la presidenta del Congreso Meritxell Batet. Critica muy duramente a algunos medios de comunicación, como El País y La Sexta.

Escribe que “en España, el odio de la izquierda a la derecha ha sido más profundo que su amor a la igualdad, y el miedo de la derecha a la izquierda ha sido más profundo que su compromiso con la libertad”. A su juicio, “la Ley de Memoria democrática es lo más franquista que se ha visto en España desde Franco. Es franquista en todos sus extremos: en su tergiversación del pasado y su mitomanía, en su persecución de la libertad de oligarca, en su interpretación del espacio público, en su concepción de la mujer”. Su defensa de “la razón”, como le gusta decir, y del Estado de derecho lo es del procedimiento y el libro, a partir de su actuación durante el primer estado de alarma, incluye una reivindicación importante de la función del parlamento, maltratado en los últimos años y especialmente durante la pandemia. Observa con perspicacia que “una de las peores consecuencias de las políticas identitarias es que destrozan el concepto de representación democrática”. El libro, inteligente, revelador, a menudo apasionante y a ratos discutible, te deja un poso de melancolía, porque confirma que tener razón –y a mi juicio ella la tiene en algunas cosas– no es suficiente para vencer en política. ~

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