Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Alfaguara, Madrid, 2002, 414 pp.
ENSAYO
Buscando obras maestras
La primera edición de La verdad de las mentiras se publicó en 1990. Recogía los 25 prólogos que Mario Vargas Llosa había escrito para la Biblioteca de Plata, una colección de narrativa del siglo xx, que había dirigido para Círculo de Lectores. Sorprendían las ausencias: no había ninguna obra de ficción escrita en castellano, y tampoco incluía a Marcel Proust o a L. F. Celine, a quienes sí ha incorporado a su nueva colección, "Maestros modernos", pensada también para Círculo de Lectores, ni a Henry James ni a Franz Kafka. El volumen podía ser leído como el camino de formación del novelista. Había razones para pensarlo, entre otras que los libros más recientes fueran Herzog (1964), de Saul Bellow, y París era una fiesta (1964), de Ernest Hemingway, aparecidos algo después de su primer gran éxito literario, La ciudad y los perros (1963). También era fácil entenderlo como un "canon Vargas Llosa", que se complementaría, por ejemplo, con un ensayo posterior, Cartas a un joven novelista (Planeta, 1997). Y otra parte, que incluía ficciones como Al este del Edén de John Steinbeck, La Romana de Alberto Moravia y Doctor Zhivago de Boris Pasternak, se podía explicar según las leyes del mercado editorial y la disponibilidad de algunos títulos.
Doce años más tarde aparece esta versión actualizada de La verdad de las mentiras: Vargas Llosa ha incluido diez libros más (El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, Nadja de André Breton o La granja de los animales de George Orwell), ha revisado los textos de la primera edición y ha incluido un epílogo, "La literatura y la vida" (en el que apuesta por la educación, por "incitar y enseñar a leer a los que vienen detrás en las familias y en las aulas, en los medios y en todas las instancias de la vida común, como un quehacer imprescindible, porque él impregna y enriquece todos los demás"), que sirve de contrapeso a las ideas del prólogo de 1990 en el que abogaba por una literatura que sirviera de "corrosivo permanente de todos los poderes". El libro ahora es, sin duda, mejor, porque leer las reflexiones de Vargas Llosa sobre literatura (se esté o no de acuerdo con sus juicios literarios, o sociales) es un placer, y si hay más textos hay más placer. Roto el corsé, ha incorporado a un escritor en castellano, Alejo Carpentier, con El reino de este mundo, aunque ha dejado fuera a otro de su preferencia, Jorge Luis Borges. Pero también es cierto que el libro ha perdido un poco de coherencia: su reflexión sobre Sostiene Pereira es impecable, pero ¿no es raro que no encuentre ninguna ficción digna de destacar entre 1964 y 1994?, ¿ni las de Philip Roth, ni las de Raymond Carver, ni las de Milan Kundera, ni las de Italo Calvino?; si la reflexión quería ser una aproximación a la novela, ¿por qué incluir una nota, aunque sea impecable, sobre Siete cuentos góticos de Isak Dinesen? A este último reparo se podría responder que Vargas Llosa ya incluyó en la primera edición un análisis sobre Dublineses de James Joyce, pero lo cierto es que se encargó de presentarlo como un todo unitario, porque "cada historia se complementa y enriquece con las otras y, al final, el lector tiene la visión de una sociedad compacta a la que ha explorado en sus recovecos sociales, en la psicología de sus gentes, en sus ritos, prejuicios, entusiasmos y discordias y hasta en sus fondos impúdicos".
Si Vargas Llosa ofrece una teoría general sobre la ficción la narrativa no es la realidad pero sí habla y explica la realidad, la manera de enfrentarse a cada texto es muy diferente. La lectura moral que realiza de El extranjero de Camus ("No creo en la pena de muerte y yo no lo hubiera mandado [a Mersault] al patíbulo, pero si su cabeza rodó en la guillotina no lloraré por él") es totalmente diferente al análisis estilístico sobre Nadja de André Breton (transforma el mundo real "en otro, gracias a un baño de hermosa poesía"). La aproximación entre Historia y ficción a propósito de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad nada tiene que ver con la lectura religiosa de El fin de la aventura de Graham Greene. La interpretación política sobre el progreso que propone en su análisis de La granja de los animales de George Orwell difiere en mucho de su visión sobre el "actor" Malraux cuando valora La condición humana.
Vargas Llosa prefiere como lector una literatura de nítida referencialidad histórica, trama bien construida y firme propósito ético; una preferencia nada esquizofrénica, porque sus novelas se ajustan perfectamente a este esquema: y La fiesta del chivo es la más clara muestra. Proponiendo un ejemplo reciente, la polémica entre Félix de Azúa y Javier Cercas en Letras Libres a propósito de la novela/arte frente a la novela/narración, Vargas Llosa se encontraría mucho más próximo al autor de Soldados de Salamina, y basta con recoger su reproche, repetido más de una vez en La verdad de las mentiras, a los escritores que han llegado al extremo en que "el cómo contar ha vuelto poco menos que superfluo y casi abolido el qué contar".
Para Vargas Llosa la "obra maestra" es, como Moby Dick para Ahab, un objetivo al que perseguir sin descanso: Graham Greene no consiguió alcanzarla; Hemingway, por momentos, en El viejo y el mar; Tabucchi la rozó; Herzog es excelente pero hay que exigirle que sea más… Un objetivo en el que coincide plenamente con Harold Bloom; y no está mal combinar la lectura de La verdad de las mentiras con la de El futuro de la imaginación para comparar sus diferentes juicios sobre idénticos autores: Albert Camus, Virginia Woolf o Saul Bellow. El escritor raro, menor o diferente (y en esta categoría entrarían Robert Walser y Witold Gombrowicz, pero también Natalia Ginzburg o John Cheever) despierta poco interés en Vargas Llosa, y eso también es una forma de explicar su idea del orden. ~
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.