Andrรฉs Sรกnchez Robayna
Cuaderno de las islas
Barcelona, Lumen, 2011, 144 pp.
En uno de sus libros mรกs hermosos, Reflexiones sobre una Venus marina, Lawrence Durrell sostiene que “solo con una estricta sumisiรณn a las leyes de la incoherencia puede llegarse a escribir acerca de una isla”, aserto que a buen seguro harรญa suyo Andrรฉs Sรกnchez Robayna, quien nos advierte en el prefacio de este Cuaderno de las islas de “su carรกcter asistemรกtico, su ‘razonado desorden’”. Y es que una severa interiorizaciรณn de rigor elรกstico es condiciรณn indispensable para hacer –como hace aquรญ el autor– de un conjunto heterรณclito de aforismos, citas, apuntes diarรญsticos, digresiones eruditas y versos propios y ajenos una captura de reflejos especulares entre los lรญmites de las islas y los lรญmites del ser.
Ciertamente no hay que ser isleรฑo para ser islรณmano ni tampoco por ser habitante de una isla se estรก afectado ineluctablemente de esa suerte de embriaguez espacial que es la insulomanรญa. Pero en el caso de Andrรฉs Sรกnchez Robayna la circunstancia de haber nacido y vivir en el archipiรฉlago canario fue determinante para que el poeta sopesase un dรญa la posibilidad de un “saber insular”. No un saber positivo, poseรญdo por el fantasma de la objetividad, sino un saber inestable, en movimiento, como el que deja su rastro en el delicioso Cuaderno de las islas en forma de fragmentos literarios y filosรณficos, imรกgenes mรญticas, observaciones antropolรณgicas, referencias geogrรกficas y notas de viaje en las que desde Patmos hasta Puerto Rico, desde Lobos hasta Madeira, desde Formentera hasta Santorini, el poeta insiste en su pregunta por el ser insular.
La faz de la tierra refleja su enorme edad pero el mar conserva la misma lozanรญa desde el dรญa de la Creaciรณn. De la ahรญ la propensiรณn al ensueรฑo del hombre insular, que, segรบn dice nuestro autor, “se mueve en su espacio como el embriรณn se mueve en su lรญquido amniรณtico”, o bien percibe su porciรณn del globo terrรกqueo como cicatriz del Origen. Asรญ, nos informa el poeta, la Isla de Pascua es llamada por sus moradores Te Henua, esto es, “el ombligo del mundo”.
Espacio sobrescrito rodeado por un movimiento lรญquido que disuelve las huellas, la isla propicia el diรกlogo entre poesรญa y pensamiento, el intercambio entre el fulgor inaprensible de la imago y lo racional, que emerge como isla exacta en el ocรฉano de lo real. Andrรฉs Sรกnchez Robayna tiene especial querencia por este modo de conocer y por ello entre versos de Hรถrderlin y Rilke intercala escritura aforรญstica, observaciones fenomenolรณgicas –“de manera consciente o inconsciente, el habitante de una isla posee una percepciรณn distinta del espacio”– y hasta, a la busca del Paso del Noroeste, que dirรญa Michel Serres, una evocaciรณn del fรญsico Werner Heisenberg, retirado en la isla de Helgoland mientras especula sobre lo que mรกs tarde formularรก como principio de incertidumbre.
Sin embargo, a este poeta, que en su bรบsqueda obstinada de un difuso saber insular bebe hasta en las aguas de la ciencia, ciertos saberes modernos, en cambio, le producen sentimientos encontrados: “Las islas –se dice– son lugares ligados al inconsciente. Quรฉ manera obsesiva de traducir cualquier cosa a la lengua del psicoanรกlisis (imperio de la Mente, del Paciente tumbado).” En otro pasaje del libro Robayna extracta una carta fechada en 1927 en la que Romain Rolland le habla a Freud del “sentimiento oceรกnico”, esto es, del “sentimiento religioso espontรกneo, o, para ser mรกs exactos, la sensaciรณn religiosa, que es por completo diferente de las religiones propiamente dichas”. El autor de Cuaderno de las islas se pregunta si esa impresiรณn de comuniรณn “se da acaso en la isla mรกs frecuentemente que en el territorio continental o continuo”.
Naturalmente sabe que Freud comienza El malestar en la cultura con una recapitulaciรณn sobre la misiva de Rolland, como sabe que en este libro capital el psicoanalista describe la aspiraciรณn oceรกnica como un fantasma en tensiรณn antagonista con las restricciones que impone la cultura. De modo que si fuese asรญ, como se pregunta Robayna en su propio “block maravilloso”, que esta pulsiรณn brota con especial intensidad entre los habitantes de las islas, lo harรก de modo indisociable y con idรฉntico รญmpetu el malestar en la cultura insular, un estar mal en la isla, incurable, vivido como estado de sitio, como lo reflejan los versos del poeta canario Alonso Quesada anotados por su mรกs atento lector: “No puedo perdonarte esta condena / de isla y de mar, Seรฑor.”
Al igual que Durrell, escritor apolรญneo como รฉl mismo, Sรกnchez Robayna tiene una especial querencia por las islas griegas, que visita desde hace aรฑos, y, singularmente, como no puede ser de otro modo, por Delos, donde siente mรกs cerca la plenitud: “La primera visiรณn, hace ya muchos aรฑos, de la isla de Delos, desde Agios Stรฉfanos, en Mรญkonos […] Habรญas llegado, al fin. Estabas en el centro de un cรญrculo de islas. Toda tu vida parecรญa encontrar allรญ una luminosa rotaciรณn.”
Misteriosofรญa de la luz. Sรกnchez Robayna ha hecho de ella el nรบcleo de su sentimiento oceรกnico, imbricada con la indagaciรณn sobre el saber insular, y asรญ lo compartiรณ con Severo Sarduy cuando este presentรญa cercano el dรญa de su muerte. El escritor cubano trabajรณ en su รบltima novela, Pรกjaros de la playa, que se publicรณ con carรกcter pรณstumo, durante una estancia en Tenerife, donde vive el autor de Cuaderno de las islas. En ella Sarduy opone la luz del continente, que “abre lo que se percibe hacia lo que no se ve”, a la luz insular que, por el contrario, “clausura: cae a plomo aquรญ, recorta mรกs allรก una superficie precisa, una roca que se erige sola en medio del mar, encierra en un doble trazo el aislamiento”. Y sigue asรญ el pasaje de Sarduy, que obsesiona, y con razรณn, a Robayna: “Luz doble: sobre el mar, vapor difuso en que la claridad se borra, atravesada por el agua antes de haberla tocado; a veces, al contrario, su brillo es insoportable, de espejo.”
Pero por cerca que llegue a presentirla el poeta, esa luz en la que reverbera el saber insular nunca transfigurarรก su contingencia humana, mortal. Y en la disgregaciรณn archipielรกgica en que transcurre su existir, comprende que su espejo insular es uno entre muchos, de modo que en las รบltimas pรกginas el autor acalla su voz para que sean otros los que hablen de sus islas. Asรญ, Juan Ramรณn Jimรฉnez: “Trae el viento completo olor a la otra / isla, visiรณn mayor del trรณpico / con la mujer universal / bajo el caobal secreto del dios loro”; Lezama: “La mar violeta aรฑora el nacimiento de los dioses, / ya que nacer es aquรญ una fiesta innombrable”; Odysseas Elytis: “Despertada del mar, altiva”; Derek Walcott: “Haber amado un horizonte es insularidad.” Isla, poema, confรญn de lo decible, lรญmite de lo habitable, anhelo inconsolable de la Gran Forma. ~
es historiador y crรญtico de arte.