La filosofía poética de Antonio Machado

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José María García Castro

La filosofía poética de Antonio Machado

Madrid, Siruela, 2013,

153 pp.

Antonio Machado fue un poeta filósofo y un pensador que trató de configurar una poética. Tanto su filosofía como su poética tienen que ver con su concepción del tiempo y su noción del ser. Desde los años cuarenta, algunos autores han reflexionado sobre las condiciones y características del pensamiento de Machado: Sánchez Barbudo, Cerezo Galán, Frutos, Julián Marías, Bernard Sesé, José Echeverría y Octavio Paz, por citar a algunos de los más importantes. José María García Castro ha escrito un libro valioso, metódico, en el que asedia el meollo del pensamiento metafísico del poeta sevillano y, a su vez, se interna en su poética. Como todo lector de Machado sabe, expresó su reflexión filosófica, sobre todo, a través de sus dos notables heterónimos: Juan de Mairena y Abel Martín. No solo era una manera, a través del apócrifo, de aparecer como filósofo, dada la humildad del poeta, sino que forma parte de su concepción plural del sujeto. Sin duda fue un acierto que le permitió encontrar una voz afortunada. Machado se abre a la poesía cuando el simbolismo francés y el modernismo hispano regían las letras de las dos lenguas que informan a Machado. Verlaine más que Mallarmé, y en lengua española, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. Pero Machado tuvo siempre otros poetas de los que estuvo, o quiso estar, más cerca: Bécquer, Lope, Manrique. Siempre se sintió a disgusto con la poesía barroca, especialmente con el conceptismo, y por las mismas razones de fondo, con el parnasianismo y el simbolismo que le influyeron en su juventud.

Machado fue un apasionado lector de filosofía, como le confiesa a Ortega y Gasset, y especialmente a partir de la muerte de su mujer (1913) sus lecturas son sobre todo de obras de pensamiento: Platón, Leibniz, Kant, Bergson, y sus coetáneos Unamuno y Ortega, figuran entre los autores más releídos. De Bergson, como nos recuerda García Castro, toma (quiero decir que piensa como suyas) las nociones de espacio, tiempo psicológico, duración, movimiento e inmutabilidad y la controvertida y fundamental en ambos pensadores idea de intuición. Machado, socrático, piensa que la razón es común a todos y que existe una objetividad. El diálogo, la afirmación del otro, se constituye pues en el elemento radical que hace posible el pensar. Ahora bien, el pensar metafísico se apoya en abstracciones, en categorías cuantitativas que han de prescindir necesariamente, según Machado, de lo cualitativo. El pensador prescinde de la realidad para pensarla, y lo que nos ofrece es el reverso de la vida. Los conceptos prescinden del tiempo, cualidad que otorga a la realidad su fluidez: una continuidad vital. Lo que es está asistido por el tiempo. Por eso, para el poeta pensar es ir de calleja en calleja hasta llegar a un callejón sin salida. La desrealización de la realidad, que permite la abstracción, nos lleva a la pérdida de la intuición de la temporalidad, sin la cual, según Machado, no hay peces vivos. Machado no creía que el pensar y el cantar (poesía) pudieran coincidir. El ser es lo heterogéneo, y el pensar lógico es homogenizador. No obstante, Machado está lejos de negar la necesidad de la abstracción: “Son vacíos los conceptos sin intuiciones, y ciegas las intuiciones sin los conceptos”, afirma tomando, sin citar, la frase de Kant. Pero, como afirma García Castro en su ensayo, “la lógica poética procura evitar todo enredo especulativo o cualquier dimensión desnaturalizadota de la realidad para dirigirse, no al cogito, sino al hombre completo que vive, que sueña, que es capaz de darse y comunicarse cordialmente con lo otro”.

Si la lógica filosófica no puede darnos una intuición de la realidad como presencia constante, Machado en cambio la encuentra en el pensar poético que trata de configurar y que se apoya en la percepción de lo heterogéneo, en la otredad que constituye lo uno. ¿Y qué es lo uno? Aquí la metafísica de Machado es realmente atractiva: el ser no coincide consigo mismo, siempre que se percibe a sí mismo encuentra un elemento otro que lo constituye. Lo que nos mueve hacia lo otro es un eros cordial, un movimiento regido por el amor. Machado afirma que el cristianismo nos mostró un acercamiento más completo a la realidad del otro, el amor. Si el pensamiento griego afirma al otro a través de la razón, el de Cristo lo hace de una manera más total, porque engloba a la persona, y tiene por fuerza la fraternidad. García Castro no duda de que el fundamento de la otredad machadiana es Dios. Y también afirma que Machado está “inscrito en la tradición cristiana occidental”. Sin duda este es un punto controvertido. La teología de Machado no supone un Dios creador del cosmos, sino de la nada. Y esto tiene poco que ver con “tradición cristiana occidental” y menos con el catolicismo. Es verdad que Machado pensó a Dios en términos paterno-filiales, pero, de nuevo, esa realidad numénica es un “objeto erótico trascendente”, del que se deriva la fraternidad humana. García Castro, dado que Machado habla numerosas veces del Cristo y del Dios cristiano, y de la idea de cordialidad que Cristo predicó, trata de darnos un Machado más cristiano de lo que fue. También hay que recordar que fue anticlerical, algo que no menciona en ningún momento García Castro. Yo no creo, como Sánchez Barbudo, que Machado fuera ateo, pero creo que, si bien los fundamentos de su teología (de su metafísica, diría él) tienen que ver con la idea del amor predicada por Cristo, son algo ajenos al cristianismo.

El último apartado de este libro se refiere a la poética de Machado. García Castro hace un resumen algo simplista y unificador del simbolismo, y se atiene a lo que dice Machado sobre el barroco y el conceptismo. Nos recuerda que, siguiendo a Bergson, Machado quiere superar el idealismo kantiano y los positivismos del XIX, y percibe que son estas ideas las que informan la lírica tanto simbolista como el fetichismo de la imagen de las vanguardias (creacionismo, surrealismo). Para Machado, los movimientos modernos están roídos por un conceptismo e imaginería fuera del tiempo, sin intuición de la fluidez intuitiva, que señala siempre una visión irreductible. La intuición, en el sentido bergsoniano, no basta para Machado, porque puede suponer, como en algunos simbolistas, una mera exaltación de la sensación (que al afirmar aísla: mónada). Machado sabía que se necesita el concepto, el afán comunicativo. La poesía es pues comunicación de una noticia temporal (tiempo psicológico): el cuento que canta. García Castro vincula el juicio estético kantiano (sin finalidad alguna) con la tendencia estética del arte por el arte, que aplica incluso a Huidobro (lo que me parece un error), y recorre con Machado la mayor parte de la actividad poética de finales del XIX y del primer tercio del XX, de la que el poeta sevillano disiente, como disiente de Quevedo, Góngora y de toda poesía barroca o conceptual. No me parece desacertado, pero sí incompleto, el análisis de su poética. Aunque no entiendo cómo no señala algunos aspectos sin los cuales solo seguimos de manera más o menos ilustrada a Machado. García Castro parece comulgar no ya con la poética de Machado, que en algunos aspectos es de una lucidez admirable, sino con sus valoraciones estéticas. Uno de los aspectos que creo que hay que tener en cuenta es que Antonio Machado fue autor de varios poemas conceptuales, como “Al gran cero”, que contradice su poética no en cuanto a lo que dice sino por su estética. Y quizás lo más importante: tal como Machado aplicó lo que pensaba, y lo dice en numerosas ocasiones, apenas hay en todo el barroco un poeta valioso. Y fue extremadamente crítico con los simbolistas franceses, a los que poco valor les reconoce, y apenas tuvo interés (con la salvedad de Moreno Villa) por los nuevos poetas de su tiempo, que fueron Reverdy, Huidobro, Neruda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Rafael Alberti, García Lorca, Luis Cernuda, y Neruda, para citar a poetas admirados por varias generaciones. Y no digamos en cuanto a las artes plásticas. Al filósofo se le puede pedir el esfuerzo de la claridad, pero no al poeta, y Machado desdeñó de todos esos grandes poetas por una poética que no encontraba su objeto salvo en cinco o seis líricos excelentes y sencillos. Hay pintores oscuros como hay poetas oscuros, porque hay oscuridad. No todo es romance. Machado fue un pensador de talento, y García Castro muestra con competencia algunos de sus logros, pero no sus contradicciones. Tampoco es una visión crítica. De serlo, García Castro tendría que habernos explicado lo que la filosofía posterior a Bergson y la ciencia cognitiva conciben como intuición y conceptuación. ~

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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