Acabamos de perder a uno de los pilares de la filosofía mexicana: Leopoldo Zea. Fallecido el día 8 de junio, a los 92 años de edad, era el decano de los filósofos en México. Él mismo se destacó por haber luchado constantemente por el reconocimiento de la filosofía mexicana y de la filosofía latinoamericana. Pero, tal vez lo más importante, no para enfrentarse simplemente a la filosofía europea, sino para que ésta no desconociera las otras formas de filosofar que se dan en ámbitos diferentes. Ésa fue la conciencia que Zea nos dejó.
Nacido en la ciudad de México, en 1912, estudió —un poco tardíamente— la carrera de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y tuvo como principal maestro y mentor a José Gaos, el célebre profesor español, que, a causa de la Guerra Civil Española, vino en 1940 a estas tierras y fue de los que impulsaron y mejoraron la enseñanza de la filosofía. El propio Gaos, al que le gustaba calificarse de “transterrado”, tuvo un gran aprecio por México, y promovió el que se estudiara la historia de la filosofía de nuestro país, y aun participó en las discusiones que se tenían acerca de si era posible una filosofía mexicana. Esas discusiones eran sostenidas por miembros del grupo “Hiperión”, al que pertenecía el propio Zea, junto con otros filósofos como Emilio Uranga, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez MacGregor y otros.
Gaos orientó a Zea para que estudiara la filosofía mexicana, como lo hizo en su célebre trabajo El positivismo en México (1943); pero fue más allá, y, además de seguir trabajando aspectos de la historia del pensamiento mexicano, como el positivismo y el liberalismo (Apogeo y decadencia del positivismo en México, 1944; Esquema para una historia de las ideas en Iberoamérica, 1956; El pensamiento latinoamericano, 1965; Filosofía y cultura latinoamericanas, 1976; Simón Bolívar, integración en la libertad, 1980; América Latina en sus ideas, 1986), abordó la reflexión acerca de la posibilidad de una filosofía mexicana y latinoamericana, su naturaleza, etc., en libros como América como conciencia (1953), América Latina y el mundo (1965), La filosofía americana como filosofía sin más (1969), Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana (1974), Dialéctica de la conciencia americana (1976), Latinoamérica en la encrucijada de la historia (1981), Discurso de la marginación y la barbarie (1988). Son sólo unos pocos de sus textos que nos pueden servir como ejemplos.
En las clases de Zea aprendimos, en primer lugar, que una filosofía mexicana y latinoamericana era posible y válida, porque abordaba principalmente los problemas propios de América Latina, distintos de los de Europa (la dependencia, la negación, la falta de identidad, etc.), y, en segundo lugar, que la filosofía mexicana o latinoamericana era tan valiosa como la europea, y que podía tener el mismo nivel, a pesar de la diversidad de los ambientes. Algo que nos enseñó, y que a mí me hizo pensar mucho, es que se pueden adoptar métodos o modos de pensamiento provenientes de Europa (fenomenología, existencialismo, análisis, hermenéutica, etc.) y usarlos para pensar nuestros problemas; con esa aplicación a lo nuestro se dará algo tan diferente y peculiar, que podremos llamarlo filosofía mexicana o latinoamericana. Ya no sería algo puramente europeo, pero tenía que existir esa intencionalidad de producir pensamiento para México o América Latina.
Creo que eso nos marcó profundamente, y nos abrió la posibilidad de soltarnos a pensar, a filosofar por cuenta propia. Nos dio el ánimo de centrarnos en nuestros propios problemas, y tratar de responderlos desde una cierta generalidad (que en eso consiste, en el fondo, la filosofía), y a echar mano de los métodos o instrumentos conceptuales propios o ajenos, que el resultado, ya que es hecho por filósofos mexicanos y latinoamericanos, será una filosofía latinoamericana, sin más.
Zea nos dio la capacidad de una filosofía nuestra, que vaya más allá de la repetición vacía y de la adaptación folclórica, al igual que más allá de una actitud resentida con el pensamiento europeo y, por lo mismo, estéril. En ese sentido fue un gran maestro, que enseñó a filosofar. Y merece nuestra gratitud y reconocimiento. Esa filosofía nuestra va surgiendo y avanzando poco a poco. Estoy seguro de que ella es el mejor tributo y homenaje que podemos rendir a la ímproba labor de nuestro recordado maestro, el cual señaló y sentó sus condiciones de posibilidad. –
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