Los gremlins de Roald Dahl

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En 1940 Roald Dahl tuvo un accidente mientras piloteaba un avión de la Real Fuerza Aérea (RFA) por el desierto de Libia. La guerra apenas empezaba y el joven aviador ya había quedado imposibilitado para combatir: tenía la nariz destrozada, una contusión grave en la columna vertebral y los ojos tan lastimados que durante días los médicos asumieron que había perdido la vista. Pero lo que entonces parecía un fracaso resultó después en el hallazgo de su verdadera vocación: la de escritor. Dahl fue enviado a Washington como agregado militar y empezó a escribir sobre sus experiencias en la guerra, entre ellas un cuento para niños al que llamó Los gremlins.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para evitar confusiones: este libro tiene poco que ver con la película del mismo título que Joe Dante hizo en 1984. Acaso el único paralelismo es el nombre de las criaturas que aparecen en ambas historias, pequeños seres traviesos que ponen en jaque a los humanos que los rodean. Hay una fuente común, los gremlins eran conocidos popularmente entre los pilotos de la RFA como duendecillos que se dedicaban a sabotear sus aviones. Dahl le mostró su cuento a Sidney Bernstein, el oficial encargado de supervisar su trabajo, y éste lo envió a Walt Disney quien quiso convertirlo en una cinta animada.

El proyecto fracasó por conflictos de copyright, pero en 1943 el manuscrito se convirtió en el primer libro publicado del autor. La trama es simple: para tomar venganza por la destrucción de su bosque a manos de los británicos, los gremlins se dedican a estropear los aviones de combate de la RFA. Es así que el protagonista del libro, Gus (un piloto que bien podría ser el mismo Dahl), tiene un accidente al sobrevolar el Canal de la Mancha. Mientras caen juntos en un paracaídas, el piloto convence al gremlin agresor de que lo mejor es unir sus fuerzas contra su enemigo en común, los nazis, y le ofrece entregarle el mejor claro del bosque a cambio de su ayuda. Así nace la amistad entre los pilotos británicos y los hombrecillos: la RFA entrena a los gremlins para reparar aviones  y los convierte en sus aliados. Una gran parte del relato se trata del avance de este afecto, que  los lleva incluso a ayudar a Gus a hacer trampa en sus exámenes físicos para que pueda regresar a servir a su patria. Es una historia sobre la amistad y la valentía, pero también sobre el engaño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los gremlins no es de los mejores libros de Dahl, pero el fuerte peso del contexto histórico lo convierte en uno de los más peculiares. Como en otros clásicos del autor, la rebeldía de los más pequeños es la fuerza motriz de la trama y la empatía de Dahl está de su lado. Con el discurso bélico siempre como telón de fondo, lo disfrutable del libro son sus detalles auténticamente dahlianos. Duendecillos encornados de no más de quince centímentros, los gremlins (y fifinellas, su versión femenina) visten ropa de aviador y botas con mecanismos de succión en la suelas para poder adherirse a cualquier superficie. Los widgets, gremlins bebé, hacen nido en las torretas de los aviones de combate. Son tímidos y de pocas palabras, vanidosos. ¿Quieres convencer a un gremlin de algo? Ofrécele un timbre postal, su comida favorita. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con el espíritu indomable de los personajes más  memorables de Dahl –Charlie Bucket, el fantástico Mr. Fox, Matilda– los gremlins han tenido un alcance más allá del cuento que les dio vida. Aparecieron, por ejemplo, en Pesadilla a dos mil pies, un capítulo de La dimensión desconocida, y en Russian Rhapsody: Gremlins from the Kremiln, una película animada de propaganda anti-nazi en la que un gremlin le aplasta la nariz a Hitler con un martillo gigante. Mi aparición favorita, sin embargo, es una más tangible: Fifinella fue la mascota de Women Air Force Service Pilots, la división estadounidense de mujeres pilotos que sirvieron en la Segunda Guerra Mundial. Se me olvidaba: los gremlins también eran feministas.

 

 

 

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(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).


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