Toda nación tiene entre sus altares propios, para mal y para bien, mitos fundacionales que marcan épocas y construyen un imaginario que asegura un sentido de pertenencia, de identidad, una cultura. En el caso del México contemporáneo, uno de esos comienzos lo marca la Revolución de 1910, un amasijo donde la realidad se mezcló con el mito y devino una ideología que sirvió para establecer, justificar y difundir una sola visión histórica llamada, sin rubor, “oficial”.
No han sido pocas las plumas que, con motivo del próximo centenario de la Revolución, han ahondado en el siglo XX para releerlo a la luz de nuevas fuentes de información, muchas veces complementarias. Entre estas obras se encuentra Cien años de confusión (2007), de Macario Schettino, que devela algunas de las falacias que el oficialismo impuso para construir un régimen a la medida de la necesidad del grupo gobernante. Destaca también la convocatoria lanzada hace unos meses por el suplemento Enfoque del periódico Reforma a diez diseñadores para realizar el cartel del centenario; abundaron las cananas, los colores rojo y negro y los monumentos totémicos, salvo en el trabajo de Gonzalo Tassier, quien presentó la fotografía de un trompo verde, blanco y rojo girando sobre su eje, quizá como una nueva lectura –gráfica– ya no de una lucha armada sino de sus ideales: transformación y desarrollo, movimiento.
Es bajo esta visión de la historia que el libro de María Teresa Gómez Mont, Manuel Gómez Morin, 1915-1939, rescata una etapa de la vida de uno de los hombres que el mito fundacional de la nación hizo a un lado. No deja de sorprender que los veinticuatro años comprendidos requieran las casi mil páginas del volumen, ni que este haya sido publicado en la colección “Vida y pensamiento de México” del Fondo de Cultura Económica, que ha rescatado a algunos autores relegados por la historia oficial. Así, la exhaustiva investigación detalla el talento de Gómez Morin para imaginar una vida institucional y llevarla a la práctica –lo que Enrique Krauze llama “creatividad”–, ya fuera como fundador del Banco de México, agente financiero del gobierno de Obregón en las negociaciones petroleras con Estados Unidos o esbozando reglamentos sobre impuestos en la Secretaría de Hacienda. El libro ahonda en el Archivo Gómez Morin (ITAM) para nutrir con correspondencia y textos inéditos la percepción que este tenía de las responsabilidades que le fueran asignadas antes de cumplir los treinta años, edad en la que denotaba ya una visión alternativa de las necesidades y oportunidades de desarrollo de su país.
Parte del valor de este extenso estudio reside en la relatoría de las cátedras impartidas por Gómez Morin en la Escuela de Jurisprudencia –más tarde Facultad de Derecho de la UNAM–, en las que emergen conceptos que regirán un pensamiento que encontraba en el derecho el cauce necesario para conducir a la sociedad. De igual modo, esta época –marcada en el contexto internacional por el amanecer de la URSS– destaca por las consideraciones de Gómez Morin acerca del municipio y de un sistema de protección social y derechos mínimos que garantizara condiciones de vida dignas a la clase obrera. No se abunda demasiado en sus reflexiones o anotaciones sobre el socialismo naciente, pero se deja en claro la apertura de miras, la búsqueda incesante de alternativas, la consideración de otras visiones capaces de enriquecer la propia.
Esa fue la actitud de Gómez Morin cuando se debatía la autonomía de la Universidad: defendió la libertad de cátedra –opuesta a la educación socialista propuesta por Cárdenas– como signo de la educación superior. En este caso, es de gran valor el rescate de epístolas y testimonios que dan cuenta de las meditaciones personales del joven abogado.
Durante su desempeño como agente financiero, asesor o empleado de gobierno, la política le jugó mal a Gómez Morin. No fueron pocos los proyectos frustrados casi de inmediato por la ineficacia gubernamental o por coyunturas políticas y militares que anteponían los intereses de un grupo al bienestar general. La consecuencia fue el disenso y el abandono de toda relación con el gobierno por parte de Gómez Morin, quien sintetizará en un proyecto nuevo lo aprendido en los diversos rubros estudiados y conocidos de cerca (cinco, a decir de la autora: el derecho, la economía, las finanzas, la edición y la educación). En 1939 nace así el Partido Acción Nacional, con el objetivo de rescatar los valores de la Revolución ultrajados y manipulados por un poder convencido de ser representante de todo lo que llevara el apellido “revolucionario”.
En la última parte del libro –“A manera de colofón”– la autora recupera las diversas iniciativas y leyes que el PAN ha defendido para fortalecer los muchos legados de su fundador, desde las recientes reformas electorales, el fortalecimiento del municipio y las leyes de transparencia y autonomía hasta la estabilidad económica de los sexenios panistas.
Contemporáneo de una época marcada por grandes nombres, el personaje que dibuja Gómez Mont se incorpora al historial de mujeres y hombres que se esforzaron en construir un pensamiento crítico porque descubrieron, como Octavio Paz, que la revolución era hija de la crítica y que la ausencia de crítica había matado a la revolución; que pensaron las preguntas y señalaron las respuestas con esa inquietud que distinguió a una de las generaciones que mejor supo escuchar y responder al llamado de su tiempo. Sin dejar de lado ninguna de las actividades realizadas por Gómez Morin en sus primeros años, el libro se suma a las iniciativas por reconocer la pluralidad de visiones y de actores responsables de la democracia en México, iniciativas que descubren que decir Revolución es aludir a algo más que a un mito reduccionista de la realidad mexicana, a algo alejado de las cananas y los monumentos oxidados. ~