De muertes y maravillas

El zigzag de la gacela

Carmen Leñero

Bonilla Artigas

Ciudad de México, 2023, 88 pp.

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Quizás una de las facetas menos atendidas de la obra de Franz Kafka es su labor como autor de aforismos: tras su muerte, se encontraron entre sus cuadernos una serie numerosa de ellos, que ha sido agrupada bajo el título de Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero. Estos fragmentos dan cabida tanto a disquisiciones de tono existencial como a enigmáticas reflexiones sobre la situación del ser humano en el universo. Leyéndolos, uno recuerda el planteamiento de Maurice Blanchot sobre el carácter de la escritura de Nietzsche: “Como si el modo de pensar y de escribir de Nietzsche no hubiese sido, desde un principio, fragmentario […] La unidad muy suelta de todos estos pensamientos [a manera de pequeños organismos] era la secreta intención de conjunto que quedaba siempre presente, con una presencia oculta y amenazadora.” Esa misma unidad de lo múltiple puede asociarse con los aforismos de Kafka.

Pienso lo anterior a propósito de El zigzag de la gacela, el libro más reciente de Carmen Leñero (Ciudad de México, 1959). La obra nos presenta un conjunto de versos pareados que corresponden a “una antigua forma poética conocida como gacela, gazal o ghazal, de origen persa (s. VII)”, tal como lo señala la propia autora en su nota final. Estos dísticos se reúnen en composiciones donde el principio de la unidad de lo múltiple, con que Blanchot caracteriza la escritura de Nietzsche, encuentra un espacio de aplicación, por cuanto cada poema no apunta hacia un sentido único, sino que integra en su desarrollo una variedad de significados e intuiciones muy diversas, que van surgiendo a la interpretación en la medida que seguimos la lectura de los versos. Se podría decir, utilizando una metáfora náutica, que estas composiciones no tienen un destino definido, sino que son un tránsito, una navegación que tiene por objeto el placer de sondear las aguas de la lengua más que el de arribar a cualquier puerto.

Ejemplo de esto es “Gacela”, un texto muy bello de la primera parte del libro, que ilustra bien de qué manera funciona el concepto de la unidad de lo múltiple: “El cuello de la gacela / se yergue como un acento. / Lamiendo la cal del templo / dormitan viejos poemas. / La lanza que la persigue / silba también su huida. / Los tenues pasos de un verso / bastaron para alertarla. / Abreva en su blando exilio / un mundo bajo el estanque. / A medio salto se esfumó, / y le dieron un nombre alado. / Bebiendo entre los papiros / ¡cómo hace cantar al agua! / Incluso antes de nacer / el alma se nos escapa. / Lirios y lotos danzan / con su perfume en concierto.”

A este respecto, creo que la deriva que se exhibe en composiciones como esta y otras de El zigzag de la gacela obedece tanto al género al que pertenecen los textos (el gazal ya nombrado, que se singulariza por “su esencial desapego al transcurrir lógico, consecutivo e incluso sutilmente narrativo de cualquier otra forma poética”, en palabras de Leñero) como a una voluntad de la autora de entregarse a la imaginación y dejarse llevar por el ritmo y la sonoridad; tal como nos lo dice en “Letra o rama”: “por las ramas deambula, / como ensayo de Montaigne. Cada libro, su estrategia / de luchar por ser criatura”. Es decir, existe una decisión consciente, a mi modo de ver, de liberar las facultades poéticas y permitirse la exploración en los dísticos, exploración que, de alguna forma, extiende su arco entre la muerte y la maravilla; incluso en un texto como “Pandemia”, cuya referencia obvia haría pensar en una temática de planteamiento muy claro respecto a la situación vivida hace unos años –con una exposición lineal de los acontecimientos–, nos encontramos más bien con una diversidad de escenas que saltan de una imagen a otra y donde hallamos versos del tipo: “Hay quien emigra hacia la luz / en una balsa desairada.” o “Tengo un alma enfurecida / que a menudo no lo sabe”, cuyo lenguaje se acerca a un tono oracular, sibilino, que es otro de los elementos distintivos del libro.

Este recurso, que sobresale en la obra (y también, por supuesto, en los aforismos de Kafka), atraviesa El zigzag de la gacela de parte a parte: muchos de los versos pareados que lo integran responden a una suerte de arte adivinatoria en que la poeta, situada en los márgenes de un mundo cambiante y pleno de incertidumbre, el de la modernidad líquida según ha dicho Zygmunt Bauman, se convierte en una intérprete de sucesos imprecisos, de los que nos habla en el idioma críptico de lo profético, como se si tratara de alguna de las respuestas a los hexagramas del I Ching; así en “Rúbrica” donde se indica: “Agua y fuego, para amarse / se traicionan a sí mismos”, hermosa imagen en que parece reverberar el concepto náhuatl del atl-tlachinolli, “agua que se quema”, “agua preciosa”; o en “Dios”, donde se nos expresa: “La piel oscura de las cosas / sostiene Su luz oblicua”; o en un texto como “Géneros moribundos” –cuyas ideas recuerdan al Walter Benjamin de Calle de dirección única– en que se afirma: “Caligrafía y tesitura / han perdido su vigencia.” Las muestras, en ese sentido, son múltiples.

El marcado tono oracular del texto haría pensar que El zigzag de la gacela es un libro oscuro, pero eso es un error; la habilidad de Leñero para mezclar la ligereza, la “travesura” como se indica en la contraportada, con la reflexión logra que la lectura se vuelva placentera, en tanto hacemos un recorrido pasmoso por las realidades del mundo, que se manifiestan como una piedra tornasol ante nuestros sentidos. Para iluminar este punto, valga la cita de algunos versos de “Adivinanza”, donde, a través de aliteraciones y juegos de palabras, queda expuesto el sentido del humor de la autora: “Hipo de Edipo / este pie roto. / Sal de tu pasmo, / hija de Lot. Sal de la duda, / muérete un tanto. / Sal de la vida: retrospectiva.” O la fineza con que pone en cuestión el tema de la identidad en “Preparativos” que comienza con este dístico juguetón: “Vivo olvidando el nombre / que pondrán en mi epitafio.” Esta levedad presente en El zigzag de la gacela otorga al libro esa cualidad heterogénea, proteica, a la que Carmen Leñero alude en su nota final: “Multifacético por excelencia, un ghazal puede conjugar de manera espontánea y libre la imagen poética, el aforismo, el refrán popular, la ‘frase hecha’ o el proverbio, el estribillo de una canción, la sentencia, la máxima, la plegaria, y suele concertar diferentes tonos.” ~

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(Santiago de Chile, 1979)
es poeta y editor. Su libro más reciente es
Cascajo (Bonilla Artigas, 2023


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