La primera vez que me topé con el nombre de Ernestina de Champourcin yo debía de ser muy pequeña, pero recuerdo aún la luminosa impresión que me causaron esas sílabas, el efecto tintineante que transmitían las íes al chocar con las enes. De qué sonoras regiones vendría aquel ser, y con qué mensajes. Debió de ser en un libro del colegio, y supongo que iría junto a un poema suyo, pero el poema no lo recuerdo. No la había leído realmente hasta ahora, en la reedición completa de su Cántico inútil que acaba de publicar Torremozas y que publicó originalmente Aguilar, en 1936. A punto de salir corriendo.
Cántico inútil es un libro de amor. Hay un par de citas ajenas que dan la entrada a algunos poemas y que dan una pista de los tonos en que se mueve nuestra autora. Una es de Enrique de Suso, que según leo fue discípulo del Maestro Eckhart, y las otras dos son del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, por si alguien no había pensado en él al leer la palabra cántico. El misticismo al que se entrega Ernestina de Champourcin es del siglo XX, aunque el amor y el misticismo viven en otro mundo desde el que nos echan una mano para que dejemos de ser por un rato los esclavos martirizados del tiempo, pero en fin: la cosa es que la sustitución de la palabra espiritual por la palabra inútil trae ya aires demasiado humanos y existencialistas, además de un giro humorístico y melancólico a la vez: aires circenses de vanguardia. Y por supuesto anticipa una eufonía que se practicará de manera prodigiosa a lo largo del libro. Cántico inútil. Qué placer musical en las tildes y en las enes con las tes: por algo se cantan como tantantán las letras que no nos sabemos. Y por algo se dirá cantar.
Dentro del libro hay dos libros y un Epílogo de un sueño. Empiezo por este último, porque es más corto. Solo tiene dos poemas, cuyos primeros versos, al leerlos seguidos en el índice, forman un aforismo aéreo: Solo queda un silencio de oscuras mariposas / Pero el sueño que fue alienta todavía. En este mundo de las alturas, que a veces nos impulsa a seguir trepando hacia la luz y que otras veces nos deja sin el suficiente oxígeno, nos hemos movido durante todo el libro. Los dos grandes bloques anteriores se titulan La voz en el viento y Cumbre sin cielo, que en cierto modo son dos maneras de nombrar algo sutil que se eleva y se nos pierde. Se podrían dibujar con los mismos trazos, esas imágenes. La mención a las alturas, los senderos, las fugas, las nubes, las cumbres, los cielos, las flechas, las alas, la brisa, el horizonte, las estrellas, todo lo que sube, incluso lo febril, es constante. Hace pensar en el Gaston Bachelard de El aire y los sueños, y también en Juan Ramón por la admiración por la luz transmutada en palabras y en Caspar Friedrich por los paisajes montañosos por los que se mueve. Al leerla, imagino a Ernestina ascendiendo poema a poema por un paisaje de montaña, o más bien imagino ser ella y ver lo que ella ve mientras asciende, pues lo que nos da es el punto de vista de la extrema subjetividad en que estamos a punto de disolvernos con lo que nos rodea y dejar de tener identidad, porque es todo percepción, y no acción como si mirásemos a la montañera desde lejos con unos prismáticos.
Hay que recordar aquí, ya que hablamos de subir y andar, que el buen ritmo en el paso es fundamental para el caminante, pero que quien se interne en senderos escarpados, o incluso allí donde no hay senderos, debe ser capaz de ir ajustando ese ritmo a los salientes del camino y a las piedras irregulares que nos permitirán cruzar los ríos. Esto lo hace Ernestina con su métrica dorada. Voy a copiar aquí algunos alejandrinos que me han encantado: “Ante el próximo alcance de tu rotunda fuerza / levanto el invencible poder de la ficción”, “de esa falsa presencia que alucina mi afán”, “Hay briznas de prodigio en todos los instantes / y el mundo, ciego, arde con vibración de altar”, “recuerda que teniéndome tú nunca morirás”, “hasta tu mismo nombre que solo en nuestros cuerpos / hundía vanamente su muda imploración”, o los maravillosos “Entrégate a las cosas con pródigo entusiasmo / derrochando hasta el fin tu último tesoro”, lema recordatorio de que no seamos rácanos con lo que solo puede ser nuestro en el dispendio, y que tanto se parece a los versos de Walt Whitman cuando, precisamente en el Canto a mí mismo, dice “Adorning myself to bestow myself on the first that will take me” (“engalanándome para entregarme al primero que me tome”).
De entrega y ritmo está compuesto Cántico inútil, que como recuerda María Cristina C. Mabrey en la introducción que incluye el volumen es un libro sobre el amor, sobre el enamoramiento y el amor carnal, apasionado aunque esté condenado a la inutilidad o a disiparse y que se intenta atrapar con esos versos cadenciosos. Lo mejor es leerlo en voz alta con la esperanza de que nos llegue de rebote el eco de las regiones cristalinas.
Cántico inútil
Ernestina de Champourcin
Introducción de María Cristina C. Mabrey
Torremozas, 2022
156 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).