Con las ominosas premoniciones del heraldo negro de W. B. Yeats, “All changed, changed utterly:/ A terrible beauty is born” (“Easter 1916”, 1916), arrancó el siglo xx. En efecto, todo cambió. Y, en efecto, una terrible belleza había nacido, la del arte libérrimo de la vanguardia, que reaccionaba con violencia e imaginación al desmoronamiento del realismo mimético y de su efecto de realidad, como lo denominó Roland Barthes en El susurro del lenguaje; a la caída del ancien régime, del sistema burgués, del colonialismo, de la falsa paz de cabaret y viennoisseries bajo la burocrática tiranía del imperio austro-húngaro. La belleza terrible de las hirientes manchas de color de los fauves, de las distorsiones y las muecas expresionistas de Kirchner y Egon Schiele, del lóbrego subconsciente exhibido por Ernst o Delvaux. Y con el hastío y el temor a la libertad del verso indolente de John Ashbery, “You felt crushed by the weight of the old twentieth century” (“Coma Berenices”, 2005), concluyó. En efecto, te sientes atormentado, aturdido por el peso del siglo xx, por la vertiginosa velocidad con la que atraviesan nuestra retina sus imágenes, la cubierta del Potemkin atestada de bolcheviques, la cuchilla cortando el ojo de Un perro andaluz, las sa quemando libros degenerados en una plaza de Berlín, milicianos cayendo en blanco y negro ante una cámara indiscreta, filas de autómatas saliendo del stalag para obedecer la solución final, Charlie Parker entre saxo y alcohol por las calles del East Village, Einstein sacándonos la lengua mientras Benjamin se quita la vida en Portbou, el huevo atómico del Enola Gay cayendo sobre Hiro-shima, la huella de Armstrong en la Luna y las walkirias sobrevolando Vietnam, chucherías de lsd y latas Campbell’s para el consumismo atroz y Mao Tse Tung prohibiendo a Mick Jagger porque Stalin canta mejor. Y entre los versos de Yeats y Ashbery, la memoria afectiva e intelectiva del polaco Aleksander Wat (1900-1967) confesándole a Czeslaw Milosz en interminable conversación, relatándonos a nosotros, el convulso siglo xx. Como Picasso o Nabokov, la vida de Wat recorrió todo el siglo, y su testimonio es conmovedor como recuento personal y extraordinariamente valioso entendido como documento historiográfico. Bebió de joven el elixir del comunismo, pero pronto vio muy de cerca, desde su celda en un gulag, cómo Stalin lo envenenaba para siempre de totalitarismo, y relata su experiencia carcelaria en páginas que traen a la memoria las de Vida y destino, la cruenta novela de Vasili Grossman, y sobre todo las de Si esto es un hombre (1947), que Primo Levi escribió acerca de su experiencia en los campos de exterminio nazi. Más tarde, cuando tuvo que servirse del lenguaje para revelar las atrocidades que tuvo que contemplar en años de confinamiento y de miseria, se dio cuenta de que las frivolidades futuristas que abrazó en sus años estudiantiles, y las lúdicas gracias que le rió al dadaísmo absurdo, fueron un credo fútil que necesariamente habría de ser también efímero. Wat reconoce que se rindió a la magia encendida del futurismo y a las revoluciones vanguardistas que proclamaron “las palabras en libertad” porque “la consigna de que las palabras pueden andar sueltas, de que cada uno puede hacer con ellas lo que le dé la real gana, significó una gran revolución en la literatura, comparable a la de ‘Dios ha muerto’ de Nietzsche. Porque, de repente, las palabras salen en libertad […] Sin Marinetti no hubiera existido Joyce” (p. 58). Nos habla también de los años que dedicó a la política a pie de calle, al comunismo del modelo “metrópolis, masa, máquina”, recuerda el modo en que intelectuales europeos como Éluard o Aragon coquetearon a la vez con el surrealismo y el comunismo, recuerda “el Berlín del año 1928. Decadencia y más decadencia. Un libertinaje babilónico. En la Friedrichstrasse, las aceras estaban ocupadas por hileras de prostitutas […] Kurfürstendamm, un sinfín de rostros de Grosz, de Otto Dix” (p. 163), “Hitler ya tenía una fuerza considerable, pero curiosamente nadie me habló de él” (p. 175), y evoca los “principios del cine sonoro. Y de pronto vi salir del cine al público del pase anterior. Chicas […] y todas eran como Greta Garbo o Marlene Dietrich, esbeltas, la generación de la civilización de masas, automatizada” (p. 165). El apunte costumbrista de la mano de la lucidez histórica, nostalgia de la civilización (Maiakovski, operetas y reuniones del pen Club con Döblin e incontables intelectuales polacos) junto al testimonio de la barbarie (la tortura en la colonia penitenciaria, el dolor por la ideología transformada en maquinaria del terror, la política como un cuento de hadas manchado de sangre).
Este es un libro prodigioso que vio la luz en 1977, una década después de la muerte de su autor, que vivió los progromos, el desencanto intelectual, “la desintegración de la personalidad. Proust cuestiona la personalidad introduciendo tramas que sólo puede asociar la memoria”, que vivió la elección entre comunismo y fascismo, la barbarie soviética (“cerca de la cárcel había unas colinas y, en verano, nos llegaba el olor de los prados, un olor a heno”, p. 487) y la supervivencia de Rusia anunciada por El Doctor Zhivago, la imagen de una Polonia atropellada por soviéticos y nazis, los viajes en tren por el centro de Europa, la herencia del judaísmo de la culpa y el castigo, la conciencia de “haber quedado embelesado con El castillo de Kafka, aunque tal vez más con la lengua alemana” (p. 907), el Ulises de Joyce y la Biblia compartiendo anaquel, el exilio a Alma-Ata, junto a la frontera con China, en los confines del mundo (“Así era como vivía yo, callejeando por Alma-Ata con mi elegante vestido de lana parduzca y un bastón en la mano. Un Maurice Chevalier sin sombrero de paja”, p. 955), la enfermedad y el exilio a Francia. Como al vienés Stefan Zweig en El mundo de ayer. Memorias de un europeo (Acantilado, Barcelona, 2002), un volumen de memorias más estimulante aún leído en connivencia con el de Wat, al autor polaco le tocó ser protagonista del hervidero de Europa y de su desmoronamiento y desnaturalización a lo largo y ancho del siglo xx, protagonista del rapto de Europa. ~
(Barcelona, 1964) es crítico literario y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.