Cuando los historiadores futuros escriban la crónica de la sexualidad y el erotismo circa el siglo XXI, Philip Roth merecerá un lugar privilegiado en las fuentes. Pocas obras contemporáneas como la del maestro de Newark han explorado las profundidades del deseo erótico y, en particular, del deseo masculino. Desde la célebre Portnoy’s complaint (1969) hasta La humillación (The humbling), cuarenta años después, su obra es una prolongada meditación novelesca acerca del eros (pues en Roth, como en todo verdadero novelista, la novela no es el medio a través del cual expresa su pensamiento, sino la forma de pensamiento en sí).
La creatividad reciente de Roth tiene boquiabierta a la crítica. A una edad en que otros narradores han abandonado la escritura o dejado atrás sus mejores años, Roth publica una novela tras otra y, entre ellas, por lo menos dos obras maestras: The dying animal (2001) y Everyman (2006). Su forma privilegiada en estos últimos tiempos ha sido la novela corta, lo que ha brindado a cierta crítica la oportunidad de lucir sus miserias (a algunos críticos norteamericanos, en especial, les parece que para que una novela pueda tomarse en serio debe comenzar por rebasar las quinientas páginas, ignorando, claro, que de hecho la novela original es la novela breve, pero pedirles un poco de cultura cervantina es demasiado, supongo).
La humillación es la última entrega de este ímpetu creativo. El argumento no sorprenderá a los lectores de Roth: un hombre mayor (el actor Simon Axler) atraviesa por una crisis (sus dotes histriónicas parecen haberse desvanecido) que lo confronta a las realidades de la vejez, la enfermedad y la muerte. En medio de ella, el deseo vuelve en una forma inesperada para trastornar su vida por última vez (en este punto, la misma crítica que se disgustó por la brevedad de la novela se indigna por la reiteración de los asuntos y tramas rothianos: “¿Cómo? ¿Otra vez lo mismo?”; sí, amigos míos, otra vez lo mismo, el hombre lleva prácticamente cincuenta años hablando de lo mismo, ¿no se habían dado cuenta?; es más, profetizo que sus restantes novelas volverán a los temas del sexo y la mortalidad, lo leyeron primero aquí). La indescifrable naturaleza del deseo –esa “pregunta cuya respuesta nadie sabe”, como sentenciaba Luis Cernuda, que algo sabía del asunto– es la interrogante que preside toda la obra de Roth. En su mundo, desprovisto de una dimensión religiosa o escatológica, el hombre es lo que es, un animal más o menos evolucionado (las metáforas animales no faltan en esta novela, como cuando Axler se identifica con el pósum que se prepara a morir en el invierno), y se encuentra solo frente a las fuerzas elementales del Eros y el Thánatos. No hay lugar aquí para consuelos metafísicos. Carne y muerte es todo lo que hay.
Siempre obsesionado con el deseo, los últimos libros de Roth se centran en los dilemas que la edad plantea. ¿Qué hacer cuando el deseo sigue ahí, pero la vejez le tiende trampas por todos lados? ¿Tiene sentido, entre las enfermedades y los achaques, en las proximidades de la muerte, aferrarse al deseo? ¿No es, de hecho, cuando tiene más sentido? ¿No son esos postreros impulsos eróticos la última línea de resistencia frente a la muerte? Simon Axler comienza a salir parcialmente de su crisis gracias a la relación con Pegeen (lesbiana vacilante, sadomasoquista, veinticinco años menor, hija de sus amigos de juventud) e incluso llega a fantasear –última venganza de la naturaleza– con la idea de un hijo. Huelga decir que las cosas no resultan como esperaba.
La humillación no va a contarse seguramente entre las obras maestras de Roth. No es, desde luego, cuestión de su brevedad o la reiteración de los temas, pero falta en ella la hondura reflexiva y la ardua sencillez narrativa que distinguen, por ejemplo, a Everyman. Será una pieza menor (pero otra pieza) en el vasto rompecabezas del eros construido por el autor a lo largo de toda una vida. Por lo demás, Philip Roth sigue siendo, como su alter ego David Kepesh, el indisputable profesor del deseo. ~
(Xalapa, 1976) es crĆtico literario.