William Blake, Milton. Un poema, edición y traducción de Bel Atreides, DVD, Barcelona, 2002, 396 pp.
POESIA
Fábula de una posesión
"Milton me amó en mi infancia y me mostró su rostro", escribió Blake una vez en carta a su amigo John Flaxman, y años más tarde, un conocido fue informado de que "Milton me visitaba con aspecto juvenil. Y [también] como un viejo con una larga y ondulada barba". Parece, pues, que el autor de Paraíso perdido fue parte importante del elenco de visitaciones que agraciaron la vida del poeta, pintor y grabador William Blake (1757-1827), y en el que también se hallaban el profeta Ezequiel, Voltaire o el propio Jehová, a quien vio de niño asomando la cabeza por la ventana de la casa familiar. No hace al caso elucidar ahora la naturaleza exacta de esas visitas. Fueran síntomas de locura o alucinaciones autoinducidas, lo cierto es que dan un índice preciso de las coordenadas en que se desenvolvió su mundo imaginativo. En ocasiones, como en el caso de Voltaire, con ánimo conflictivo o antagonista; en otras, como en el de Ezequiel, legando un cuerpo de imágenes y referencias que vendrían a formar parte de su propio mito.
No es casual que Milton fuera uno de los pilares de ese mito, hasta el punto de protagonizar una obra homónima que se cuenta entre los grandes poemas épicos de Blake. Más que Shakespeare, John Milton era el gran poeta nacional, el autor de una obra (Paradise Lost) que rivalizaba con la mismísima Biblia como relato de la Creación y Caída del hombre. Milton era también, a un siglo de su muerte, un ídolo de la dissenting tradition, la tradición reformista que había conocido su punto álgido durante la Guerra Civil y el Protectorado de Oliver Cromwell a mediados del diecisiete, y que alimentaba los sueños de redención de amplias capas de la sociedad inglesa, en especial la clase artesanal a la que por nacimiento y formación pertenecía Blake. La obra de Milton aunaba los planos religioso, político y literario en un proyecto de regeneración nacional que pretendía promover la causa del individuo, separar el espíritu religioso del ámbito opresor de la Iglesia, y fundar un mito específicamente inglés. Como afirma Peter Ackroyd, "la comprensión de Milton del carácter sagrado de su misión es equiparable a la de Blake. Ambos pertenecían al linaje de poetas inspirados cuya misión era despertar a Inglaterra de su adormecimiento espiritual y procurar el cumplimiento de su promesa". Esa promesa es la común a casi todos los grupos que atomizan el movimiento protestante: el arribo a la Tierra Prometida, la fundación de una Nueva Jerusalén. En Milton, como en Blake, el impulso mesiánico se superpone al espíritu patriótico. Una figura central del mito blakeano es Albión, quien personifica el alma inglesa y cuya Emanación es Jerusalén, la Ciudad Eterna. Esta mezcla de mesianismo y sentimiento patriótico dicta sin ambages las líneas finales del prefacio de Milton: "No cederé en el Combate Mental,/ No dormirá la Espada en mi mano:/ Hasta que Jerusalén se haya alzado/ En Inglaterra, sus verdes felices tierras".
Pero no todo es semejanza entre Milton y Blake. Hay también diferencias, mismas que impulsan a Blake a escribir su gran poema épico. Milton no es sólo un homenaje, es también una corrección, una lectura interesada que lleva al poeta Milton a su molino y rescribe la teología subyacente en Paraíso perdido. De ahí que Milton deba ser leído a la luz de las acuarelas con que el autor ilustró algunas obras de su predecesor, en especial las dedicadas a "L'Allegro" e "Il Penseroso", que prueban una vez más que Blake recurría con igual facilidad al pincel o el buril que a la pluma. En cualquier caso, su crítica ya había hecho aparición en forma epigramática en El matrimonio del cielo y el infierno. Sus objeciones principales, según las resume la crítica, eran tres: la imagen de Dios que daba Milton era demasiado racionalista, su visión del Infierno albergaba toda la energía (haciendo de Satán un personaje profundamente magnético) y su concepción del Espíritu Santo era inexistente. Bel Atreides, responsable de la edición que comentamos, añade otro distingo: Milton cree en un Dios racional, y "está claro que el deísmo con todas sus implicaciones deriva consecuentemente de posiciones como las que él establece", mientras que "Blake niega el mundo racional que Milton afirma". Blake, como Milton, quiere avanzar la causa del individuo y procurar su liberación de otros seres humanos (de sus principios y sistemas), pero a la vez define la razón como un instrumento satánico, un principio reductor que abstrae, unifica y destruye: la libertad sólo existe en el plano de la Imaginación cumplida. Ello lo enfrenta a Milton, cuyo pensamiento político se funda precisamente en la razón como medio para el intercambio de ideas y el desarrollo de un proyecto social compartido.
No obstante la afinidad que Blake sentía por Milton, su poesía épica está lejos del modelo sentado por Paraíso perdido y enlaza más bien con el tono de los libros proféticos y la escritura hermética de Paracelso, Jacobo Boehme o Emanuel Swedenborg. En su espléndida introducción, plena de conocimientos, matices y sugerencias, Bel Atreides consigna las dificultades de un poema que lo mismo incumple las convenciones del género que desafía las expectativas del lector más avezado. A fin de explicar su naturaleza, Atreides evoca un hermoso relato de Borges, "El Espejo y la Máscara", historia de un bardo que acepta el desafío de su rey y trata de superar su mejor obra, cima y corolario de la tradición que le precede y en la que ha dejado todo su saber. La página resultante, según Borges, "era extraña. No era una descripción de la batalla, era la batalla […]. La forma no era menos curiosa. Un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones eran ajenas a las normas comunes. La aspereza alternaba con la dulzura. Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían".
La fabulación de Borges describe con singular aptitud la forma final de Milton. La complejidad del poema, evidente en todos y cada uno de sus planos retóricos (sintaxis, léxico, versificación, estructura, puntuación), se corresponde punto con punto con la complejidad de un universo fluido, indeterminado, poblado por criaturas dotadas de múltiples personalidades ("emanaciones") y capaces de cambiar de género, en el que el tiempo lineal de la razón es sustituido por la simultaneidad, la coexistencia de planos y desarrollos argumentativos. De ahí, según Bel Atreides, "su repugnancia ante la fijación de significados, definiciones y categorías" y "su elusivo proceder burlándose siempre de toda posibilidad de sistematización". Para el lector de las canciones y epigramas de Blake, Milton semeja un accidente casi infranqueable. Algo tuvo que ver en su forma final, como en la de Jerusalem, las dificultades que halló Blake para componerlo, pues por aquel entonces se hallaba atenazado por sus compromisos profesionales como grabador y el fantasma de la miseria esperaba impiadoso a su puerta. Las cuatro copias que sobreviven (impresas, como casi todas sus demás obras, por él mismo) declaran que el poema fue terminado en 1804, y en carta de abril de 1803 a Thomas Butts, uno de sus patrones, Blake afirma haber compuesto "un número inmenso de versos referidos a Un Gran Tema, Similar a la Ilíada de Homero o al Paraíso Perdido de Milton". Es casi seguro que se refiere a Milton, aunque lo cierto es que concluyó las copias del poema a finales de esa década y que pudo muy bien introducir modificaciones y añadidos en el proceso mismo de impresión. Blake añade, además, que muchos pasajes se habían escrito de un tirón, casi al dictado, "doce o a veces veinte y treinta líneas de una vez, sin Premeditación e incluso contra mi Voluntad".
Resumir el argumento de Milton es realmente difícil, pero intentaré una aproximación. Milton, infeliz en el cielo que imaginó en Paraíso Perdido, escucha la canción de un Bardo que le inspira a ingresar de nuevo en el mundo del tiempo y el espacio a fin de redefinirse mediante su influencia en Blake. Milton cae por el pecho de Albión y toma posesión de Blake, en quien penetra por uno de sus pies. Es entonces cuando Milton lucha en Tierra Santa con Urizen ("your reason", "tu razón", el principio satánico), con el objeto de conseguir la fusión del mito bíblico y la historia inglesa. En la segunda parte del poema, la Emanación femenina de Milton, Ololon, sigue a Milton hasta el jardín de Blake y los amantes se reconcilian. Gracias a esta unión, Jesús se manifiesta y Albión se despierta de su sueño.
Mi aproximación es poco menos que grosera, pero deja claro, pienso, que estamos ante un poema preocupado por cómo el espíritu de la poesía se transmite y se modifica de un poeta a otro. Blake asume con orgullo su condición de heredero de Milton, subrayando la posesión casi sexual de que es objeto con una serie de grabados que desprenden una carga erótica indudable.
Creo no equivocarme al decir que estamos ante la única traducción completa al castellano de Milton en sus casi dos siglos de existencia. Dada la complejidad del poema, es probable que sea la última. Bel Atreides ha salido airoso de la prueba y nos ofrece, no sólo un estudio soberbio, sino una traducción fluida y rigurosa donde se palpa la presencia de un escritor. Gracias a ella, podemos evaluar con precisión la genuina extrañeza de Blake y recobrar al visionario que conversaba de igual a igual con Milton o Voltaire, habitante de la Imaginación mientras afuera el mundo seguía su curso. ~
(Gijรณn, 1967) es poeta, crรญtico y traductor. Ha publicado recientemente 'Perros en la playa' (La Oficina, 2011).