La obra poética de Juan Sánchez Peláez (1922-2003) forma parte de un rico acervo de escritura latinoamericana con afinidades surrealistas. Los vínculos son evidentes en las revistas que se adscribieron a la ética del movimiento francés, como la chilena Mandrágora (1938-1943), las argentinas Qué (1928) y A partir de cero (1952-1954), o la peruana El uso de la palabra (1939). Dentro de lo conflictiva que puede ser la filiación inequívocamente surrealista y atendiendo más a conexiones éticas y/o estéticas, con un criterio maleable, se podría elaborar una larga lista de poetas. Sólo por establecer un punto de referencia para el lector, vale la pena mencionar algunos de los nombres que vienen a la mente: Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Olga Orozco, Braulio Arenas, Gonzalo Rojas, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Vicente Gerbasi, Juan Liscano, Tomás Segovia (la lista se puede ampliar fácilmente). A ellos se podrían agregar otros poetas normalmente no emparentados con el surrealismo, pero en cuya obra hay ciertos ecos, imágenes o actitud que nos hacen evocarlo: Vicente Huidobro, Oliverio Girondo, Xavier Villaurrutia, José Lezama Lima.
Pero quizá el poeta que mayor repercusión tuvo sobre las generaciones que comenzaron a publicar en las décadas de 1940 y 1950 fue el Neruda de Residencia en la tierra (1933, 1935). A partir de esta obra se gestó una poesía latinoamericana que encontró su encanto en el cruce entre la exuberancia natural y una riqueza verbal encauzada en imágenes sorprendentes. El ritmo de los versos largos y acompasados de Neruda, acompañado de un fuerte erotismo, además de una condición desamparada, volvió de diversos modos en los escritores posteriores.
La poesía de Sánchez Peláez surge en este ámbito. A sus 18 años fue a estudiar a Chile y logró entablar amistad con los miembros del grupo surrealista de la revista Mandrágora (Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, a los que después se sumaron Teófilo Cid y Gonzalo Rojas; además, habría que apuntar la presencia de otros dos poetas: Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva). Pero sus libros comenzaron a aparecer después, a partir de 1951. Sánchez Peláez fue confeccionando una obra escueta, que creció en madurez a medida que pasaban los años. Lamentablemente el poeta falleció antes de que saliera esta edición. Fuera de Venezuela, su poesía era inhallable; de modo que este volumen es una reivindicación a la vez que una suma que culmina y cierra el ciclo de su creación.
La Obra poética recoge siete libros y nueve poemas inéditos. Los libros son: Elena y los elementos (1951), Animal de costumbre (1959), Filiación oscura (1966), Lo huidizo y permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989). No habría propiamente etapas o fases en esta obra, puesto que se sostiene una línea continua de exploración de principio a fin. Hay diferentes modulaciones de la voz y modos de expresión: el verso largo inicial, los poemas breves con imágenes cargadas de silencio (señalado en ocasiones a través de espacios entre las líneas), los poemas en prosa, los versos entrecortados que se desplazan en la página (al estilo del Octavio Paz de los 1960) hacia un lado y hacia el otro. Sin embargo, su poética persiste a lo largo del tiempo: resistir a la condena a la soledad, la miseria humana, la injusticia, la contingencia y la angustia del ser, a través del amor, la libertad y la poesía (la famosa tríada surrealista). Frente a la conciencia del fracaso, el lenguaje resulta un paliativo: “Aunque la palabra sea sombra en medio, hogar en el aire, soy otro, más libre, cuando me veo atado a ella, en el alba o en la tempestad.// Por la palabra vivo en aguas plácidas y en filón extranjero, fuera del inmenso hueco.” Si la palabra es la casa que lo rescata del abismo, el amor es “un estado de revelación permanente, el único clima capaz de devolver al lánguido universo cotidiano su magia y fuerza vital” (como bien señala su compatriota Eugenio Montejo).
Tiene razón Guillermo Sucre al señalar que mientras que en el primer libro predomina “el esplendor y hasta la proliferación verbal”, en el segundo su poesía “se hace más concentrada y secreta”. Asimismo, habría que observar que Sánchez Peláez nunca pierde la libertad de asociación en la imagen, propia del surrealismo: “Las ruedas que mecen el mar son geranios”, “Se juntan dos cuerpos y el alba es el leopardo” o “Tu beso de higo entre largos ramajes”. En “Poema” (de Filiación oscura), los vasos comunicantes ocultos se revelan a través de la superficie de las palabras: “¿De la piedra a la candela al chorro dulce que llaman colibrí/ qué vocablo me pone en azarosa coyuntura?// Escarbo y sepulto. La escritura de mis pormenores en el puño.” La poesía del venezolano insiste en una especie de vocación alquímica, un deseo o un anhelo de transformación de la realidad, aunque después caiga en la desazón: “Cuando regreso del viaje imaginario, vivo y yazgo en el puro desierto. En lugar de advenimientos y honores, la soledad tañe aún la campana en el bosque.”
En Rasgos comunes aparecen alusiones a un entorno social opresivo (“Prueba la taza sin sopa/ ya no hay sopa…/ prueba el traje…/ te cuelga te sobra por/ la solapa”), aunque las referencias sean mínimas y figurativas. Quizá éste sea el libro que con mayor intensidad exprese la relación entre la realidad cotidiana y la magia que subyace en ella misma. Por ejemplo, véanse los bellísimos poemas dedicados al caballo o a las vacas. Cito de “Trayectoria” (lamento mucho no haberme percatado de él antes de publicar mi antología Vaquitas pintadas, editada recientemente en la UAM, de México): “Cuando os veo vacas verticales y sagradas, os veo vacas próvidas, os veo de cerca saltonas en las veredas, hembras para el macho con aquellas ubres, dando tumbos vuestro blanco licor, fuente de Adán en nuestros paraísos”.
Aire sobre el aire y los poemas inéditos se enfrentan a la vejez y a la muerte. Son temas afrontados con ironía, parsimonia, o con franco terror. En “Huellas”, el último poema de esta Obra poética, se despoja al sujeto de todo y se hace que marche solo frente a su destino: “¿y si no hubiera nadie? ¿nadie sino la nada?” Álvaro Mutis afirma en la contraportada del volumen que Sánchez Peláez “es el secreto mejor guardado de América Latina”. Es una manera muy elegante de decir que el poeta venezolano es desconocido en España. Esta edición debe contribuir a combatir ese desconocimiento. –
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