Otras lenguas, otros mundos

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Gerardo Villadelángel Viñas (compilador)

México en Sur. 1931-1951

México, FCE, 2014, 918 pp.

Hay que darle la bienvenida a este libro y a la idea que le dio origen: tiene la virtud de remitirnos a una etapa cancelada pero que fue decisiva para la fundación de una nueva atmósfera en el desarrollo de la literatura y el pensamiento de América Latina. Algo similar, si bien se mira, a devolvernos una memoria, es decir: una tradición. Se trata de la reunión en un volumen de las colaboraciones que aparecieron en la revista Sur entre 1931 y 1951 escritas por mexicanos o relacionadas con México, lapso en el cual –según lo afirma Gerardo Villadelángel Viñas, el compilador– “México encontró en Sur un puente hacia el diálogo con el canon intelectual del momento”.

Las firmas mexicanas que aparecen reunidas comprueban la coexistencia en este conjunto de unas corrientes intelectuales y creadoras encaminadas a sucederse y que fluyen con velocidades diferentes sin dejar de pertenecer a un cauce único y unitario. En efecto, desde la presencia de visos patriarcales de Alfonso Reyes hasta la irrupción nerviosa de Octavio Paz, pasando por los razonables discursos disciplinados de Jaime Torres Bodet, Antonio Castro Leal o Gerardo Estrada (y después, por cierto, de unas escalas oportunas en Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza), hasta llegar a la veta replicadora que asoma en Daniel Cosío Villegas, el arco de dos décadas admite y exhibe una serie de coincidencias y divergencias que parecieran aquí alimentarse y allá anularse unas a otras. Dicho de otro modo: en el proceso que se reconstruye puede leerse, en filigrana, una situación de tránsito entre un periodo que se escurre y otro que despunta. Hay allí una dosis de fascinación para el observador atento: se desmonta cómo los imaginarios –sobre todo si de imaginarios literarios se trata– violan, alteran y reinventan el pasado para inscribirse en el presente y proyectarse hacia el futuro. Es como si se asistiera a la limpieza de una casa (y una causa) común.

Una sola cuestión es suficiente para comprender lo que ocurre. Las visiones que se proponen de México (sea como tema literario o político o como lugar de irradiación creadora) recorren caminos que en los casos de Reyes y Torres Bodet se apoyan en miradas tranquilas y algo lastradas por una idealización sublimadora, además de adscribirse a un tono genérico que fragua una cierta neutralidad domesticada, mientras que en buena parte de las de Paz el approach –y el talante que lo sustenta– resuena agresivo y sin contemplaciones. Una dicción de similares alientos rupturistas se discierne en las (escasas) contribuciones de Cosío Villegas, que en 1949 daría a conocer Extremos de América, un título llamado a abonar su autoridad como analista de la realidad del continente y la relación de este con su mitad al norte del río Bravo. Que esos itinerarios afirmativos, huérfanos de sentimentalismos y animados por una vocación que se propone provocar consecuencias en la historia, diseñen ese dibujo articulador es señal de que se obedecía al aire de unos tiempos que la misma Sur se empeñó en hacer suyo; tampoco debe olvidarse que, en los Estados Unidos, Edmund Wilson había dado a conocer esos antecedentes ejemplares que son El castillo de Axel, de 1931, y Hacia la estación de Finlandia, de 1940.

Más allá de que, en Paz, las transformaciones que él introduce al discurso de recibo se manifiesten también en la poesía y en el testimonio personal, es en el ensayo donde por esas fechas alcanzan su exposición más feliz. Y aquí, en este recodo de la página, es necesario subrayar que ese género confirma en este libro su dimensión mayor en el desarrollo de nuestra historia latinoamericana. Desde el ensayo algebraico de Jorge Luis Borges hasta el ensayo que dialoga consigo mismo de Julio Cortázar –y del que aquí hay un ejemplo en su texto sobre Libertad bajo palabra–, y de este al ensayo testimonial de Paz, esa modalidad especulativa se impone como una marca de fábrica. ¿Cuál es la palanca intelectual que impulsa al género y que en el caso de los trabajos aquí reunidos asume un timbre más, digamos, moderno? Hay una sola respuesta: la disidencia como rasgo irrenunciable –la disidencia estética y la disidencia política y los vínculos de ambas con la vibración de una voz personal a cuya malicia no le preocupa sino que le interesa que en ella se detecte una relación de amor-odio con sus obsesiones–. Es explicable que así fuera. Hijos de una sangre democrática que aún no se reconocía a sí misma, y que habría de aguardar algunos años para que se la representara como un ideal destino organizador, y también hijos de un liberalismo que era más un temperamento que una doctrina filosófica o una ideología política, los escritores que van sustituyendo a otros, y que fatalmente acabarían por imponerse, hablaban todos (si se permite emplear con cierta licencia una simpática acuñación en desuso) la lengua de unos librepensadores. Eso sí: les faltaba enfrentar un desafío que mucho los pondría a prueba; para los argentinos de Sur, la erupción traumática del peronismo, y para los mexicanos la vigencia sin plazo derogatorio a la vista de un partido político de ambiciones hegemónicas. Alguien, a estas alturas, podría sostener que lo que (les) aguardaba en los años posteriores a 1951 era la muy desasosegante comprobación de que la cultura crea y la historia destruye. Lo verifica nadie menos que sor Juana Inés de la Cruz. En el homenaje que la revista le dedica y que aparece acompañado por el “Primero sueño”, ella se erige en un gran símbolo: he ahí un alma altanera y una voz orgullosa que procuran, por encima de las muchas mutaciones posibles, la defensa (disidente, por supuesto) de una forma de ser; en ella, también, el pasado –el pasado cultural–, leído desde el aquí, resurge con una capacidad soberbia de resonancias. ¿Qué mejor consolación que esa venganza de la inteligencia? ~

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(Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicó la antología Octavio Paz en España, 1937 (FCE).


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