Palomas de guerra, de Paul Preston

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GUERRERASPaul Preston, Palomas de guerra. Cinco mujeres marcadas por el enfrentamiento bélico, Plaza & Janés, Barcelona, 2001, 495 pp.A María Jesús González HernándezLa Guerra Civil no dejará de ser materia de libros sin fin. De los seguramente más de veinte mil existentes se conformará la verdadera historia. El interminable tejido, de hebras y colores de todos los tipos, recreará un inmenso tapiz que apenas alcanzará a cubrir la piel de toro hispánica. Tal vez esos libros pretendan cubrir la desnudez de la verdad expuesta y aun así serán insuficientes: un acontecimiento histórico del cual no es fácil sobreponerse y cuya primera vertiente fue la guerra en sí, pero cuya segunda, e igual de poderosa, lo fue el exilio republicano. Una, destructiva; otra constructiva. Una guerra no terminada mientras no se acepte la continuidad temporal, mas no espacial, del exilio. Y mientras tiempo y espacio no se abarquen como una unidad, el sueño de la recreación no se habrá logrado.
     Paul Preston propone un nuevo enfoque. Si se trató de una guerra fratricida sin perdón ni piedad, ¿qué papel jugó la mujer, dadora de vidas para la muerte? ¿A la manera clásica, encarnaría el personaje de Antígona? ¿En qué punto se centraría o se extrapolaría? La respuesta puede encontrarse en las enjundiosas páginas de este libro.
     Cinco mujeres diferentes, de distintos orígenes, ideologías y nacionalidades, son tomadas como ejemplos de lo que fue el gran espectro de la guerra. A la dimensión objetiva se agrega la emotiva, desde la compasión y afán de justicia hasta la crueldad y el egocentrismo. Estos matices proporcionan la base de las biografías, no desde la perspectiva de un análisis teórico, de lo cual es consciente su autor, sino a la manera de una historia sentimental, no por eso menos documentada o precisa y, desde luego, objetiva. La obsesión de Paul Preston por extender las raíces del conocimiento le lleva a valorar el subversivo mundo de la emotividad como causa y origen de la actuación histórica del individuo. Así, las mujeres en la guerra fueron un caso no sólo de historia padecida, sino de tragedia en espera de la libertad purificadora, parafraseando a María Zambrano. De ahí que la figura de Antígona sea recurrente.
     Las cinco mujeres, algunas famosas, otras menos, han sido escogidas por el punto de unión que las hizo casi coincidir en algún momento de sus vidas, sin que llegara a materializarse el encuentro. Una especie de destino inevitable las atrajo hacia el centro de la acción y las precipitó en un torbellino imparable. Dos inglesas, Nan Green y Priscilla Scott-Ellis, llamada Pip por sus amistades, son polos opuestos reunidos en una historia de contrastes y casualidades. La primera es una comunista que parte a luchar a España por convencimiento ideológico y por reunirse con su marido. La segunda, una aristócrata dedicada a los placeres fáciles de la vida que se une al bando franquista por seguir al hombre que ama. Ambas se transfigurarán y cumplirán su papel de enfermeras como un rito de iniciación. Una y otra estarán inmersas en los momentos más terribles de la guerra y conocerán de cerca el dolor, la desesperación, el hambre, la falta de higiene, pero aprenderán a afrontarlos, aunque en ocasiones flaqueen. Su versión de la guerra, desde perspectivas encontradas, es un ejemplo de la capacidad de sufrimiento y humillación, así como de realidad y fantasía. Pip imaginaba, en términos caballerescos, que luchaba contra el dragón del comunismo; Nan, más práctica, consideraba que se daba el primer paso para una revolución mundial. Sus diarios y cartas no se detienen en registrar los más crudos padecimientos y a pesar de que, en el caso de Pip, se escape a bailes con los oficiales franquistas y nazis o reciba buena comida y tenga su automóvil propio, en contraste con Nan, que se debate en el campo republicano y carece de esos esparcimientos, las dos se entregan a su tarea sin descanso. Lo que nunca pudieron imaginar fue el baño de sangre en que se debatirían desde puntos opuestos del frente.
     Las otras tres mujeres, españolas, pertenecieron también a bandos contrarios. Mercedes Sanz-Bachiller, esposa de un destacado dirigente de la Falange que se encontraba preso cuando estalló la guerra, participó activamente en la política. Cuando su marido fue liberado por los falangistas tuvo poco tiempo de disfrutarlo, pues fue muerto a los pocos días, pérdida a la que se sumó la del hijo que llevaba en su seno. A partir de entonces, se incorporó activamente a la lucha política. Eligió un trabajo de beneficencia y organizó el Auxilio de Invierno, dedicado a socorrer a las víctimas de la guerra en general. Su labor adquirió tanta importancia que se convirtió en rival de Pilar Primo de Rivera. Viajó a Alemania y fue recibida por Göring.
     En contraposición, Margarita Nelken fue la gran luchadora republicana por los derechos de las mujeres, los obreros y los oprimidos. Diputada socialista que, posteriormente, se unió al comunismo, judía, escritora, crítica de arte, provocó polémicas a su alrededor. Se trasladó a la Unión Soviética con el fin de pedir apoyo para la causa republicana, y a la tragedia española unió la tragedia personal, al perder a su hijo en la guerra germano-soviética. Su personalidad se enfrentó a la de Dolores Ibárruri, La Pasionaria. Murió en el exilio mexicano. Estas cuatro mujeres, en palabras de Paul Preston: "Eran valientes, decididas, inteligentes, independientes y compasivas".
     Pero la quinta, Carmen Polo de Franco, no podría ser calificada de ese modo. Elegida como contraste, el historiador supo encontrar documentación suficiente para destacar una importante diferencia entre ella y las otras cuatro, que fue su capacidad para influir en la vida pública y la "nube de fantasías" en que vivió. Marcada por un insaciable deseo de adulación, por la avaricia y una desmedida gazmoñería católica, fue una especie de antesala de la intriga política, imprescindible para la toma de algunas decisiones gubernamentales, sobre todo en el periodo franquista tardío.
     Sólo queda por señalar que estamos ante un libro en el cual lo personal tiene prioridad sobre lo público y la subjetividad proporciona un tono cálido e intenso que permite un acercamiento vital a los hechos de la Guerra Civil. Un verdadero esfuerzo heroico y original. Paul Preston ha sabido conjugar su calidad de historiador acucioso con la hondura emotiva de sus biografiadas para recuperar el carácter ético de toda actividad humana. Como última acotación: la lectura es apasionante y las casi quinientas páginas se dejan leer con avidez. –

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