Yeats ha muerto, novela colectiva

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VV.AA, Yeats ha muerto, Muchnik Editores, Barcelona, 2002, 286 pp.
NOVELA
La flor de Yeats

"Para Micky McManus el día empezó mal y fue a peor. De entrada, nada más despertar, descubrió que seguía siendo caucásico". Micky, que es uno de los cabos de la historia, hace su aparición con este pie izquierdo flagrante. Por más que se sueña negro y cargado de ritmos calientes, al despertar, cuando se asoma al espejo, se encuentra "frente a frente con sus insuficiencias y sus ineptitudes de pelirrojo". McManus es irlandés y desde la primera línea manifiesta esa pasión por la negritud, que ya había apuntado el también irlandés Roddy Doyle en su novela, que luego fue película, Los Commitments. Uno de los personajes de Doyle se empeña en conseguir que la banda de músicos blancos que maneja toque como si fuera una banda de negros. Los músicos se desconciertan, saben que los negros tienen atributos físicos que los hacen músicos superiores. Para contrarrestar este argumento demoledor, el empeñoso manejador lanza, lleno de manga ancha étnica, esta sentencia: "Los irlandeses son los negros de Europa, los dublineses son los negros de Irlanda y los dublineses del norte son los negros de Dublín". Una vez captada la idea, los blancos se ponen a tocar como negros y son, desde luego, un éxito rotundo. Micky McManus es un pelirrojo arrítmico incapaz de hacer música pero, fundamentado en el pedigrí de negro que le da vivir en el norte de Dublín, se disfraza de rastafari y se pone a ejecutar solos de bongó en los antros más oscuros de Grafton Street. Micky, además de cumplir parcialmente su sueño, logra escapar de los garda —así se llaman los policías en Dublín— que le vienen pisando los talones por considerarlo sospechoso de los asesinatos que se han cometido alrededor de un manuscrito inédito de James Joyce.
     Yeats ha muerto es el título del manuscrito que desencadena los crímenes, y también del libro que cuenta su historia. Esta historia fue escrita, en formato colectivo, por quince autores irlandeses que se entregaron, animados por la causa de Amnistía Internacional, a un juego pariente de los "cadáveres exquisitos" que hacían los surrealistas, donde uno empezaba escribiendo una idea y otro la continuaba, y después otro y así hasta formar un poema o una novela. En Yeats ha muerto cada autor escribe un capítulo. El primero es de Roddy Doyle, el mismo de Los Commitments, y el último de Frank McCourt, autor de Las cenizas de Angela. En medio hay trece autores de los más diversos pelajes, entre Hugo Hamilton y el muy respetado Anthony Cronin; hay dramaturgos, cineastas, actores y hasta un conocido periodista deportivo. El resultado es una novela divertidísima, de una longitud —condicionada por el número de autores— que, si se deja de lado que se trata de un experimento literario, parece excesiva. El manuscrito de Joyce, que es el estira y afloja argumental de la novela, consta de seiscientas páginas llenas de números y fórmulas presumiblemente químicas, que garrapateó el autor en Zurich y que, por llegarle la muerte en un momento inoportuno, no pudo entregar a su editor. La señora Blixen, que es la mano derecha de la señora Bloom, generala del hampa dublinesa, dice del manuscrito donde se incuban sangrientos asesinatos: "Literatura conceptual en estado puro. La novela liberada por fin de la estrecha cárcel del sentido que la atenazaba. Arte abstracto en versión literaria. Una literatura nueva para un mundo nuevo". Por su parte el profesor Durrus, experto en Joyce con oficina en Trinity College, dictamina: "Seiscientas páginas que atestiguan el camino de Joyce hacia la demencia. Por lo que yo sé, podrían estar en blanco. Aun cuando estuvieran en blanco serían de un valor incalculable. Bastaba con que alzase la mano sobre esas páginas, que se sonara los mocos con ellas, que se limpiara el sudor de su frente o se limpiara los residuos del culo. Cualquier cosa. Todo lo joyceano es sagrado".
     Yeats ha muerto es, además de un juego literario, un retrato muy nítido de la realidad dublinesa. Debajo de ese Dublín contemporáneo y cosmopolita, con casas georgianas, pubs de película y parques de un verde insólito, palpita el Dublín rudo, ese que ha entrado en colisión con el frenesí económico que desde hace diez años ha venido transformando la capital de Irlanda. Yeats ha muerto sucede en el Dublín brutal, donde opera la banda de la señora Bloom, que lo mismo trafica con heroína que con manuscritos de valor incalculable, y que se encuentra todo el tiempo acosada por los garda de la zona, que a su vez andan siempre enredados en toda clase de chanchullos policiacos. "Muy pocos saben del delincuente y de su mentalidad, o de la mentalidad de su gemelo simbiótico, que es el policía", dice la agente encargada de investigar los asesinatos.
     A la mitad de la historia aparece la ministra de Justicia, una gorda insaciable que recorre los antros de Grafton Street bebiendo sin recato y reclutando carne joven de cañón, incluida la del nuevo negro Micky McManus, para organizar una orgía con todas las de la ley, con lujo de habanos y de tequila. La gorda aparece seguida al trote por su chofer, que es un hombre de uniforme negro que antes de ser chofer era el presidente del Fianna Fail, el partido político que hoy gobierna Irlanda.
     En el centro de este retrato del Dublín brutal hay una queja y una toma de posición frente a las figuras históricas de la literatura irlandesa. En Dublín hay dos James Joyce, el escritor que convirtió esta ciudad en una pieza perturbadora de literatura y el personaje extraliterario que aparece dibujado en las paredes de los pubs, o convertido en placa conmemorativa en las esquinas, o como santo patrón de los festivales de escritores, o como figura decorativa en camisetas y en tazas para el café. Los quince autores se mofan del Joyce omnipresente, le ponen Bloom a la jefa de la mafia y un médico forense, a la hora de examinar el cadáver de una mujer que ha muerto atropellada por el tren, murmura: "un caso doloroso".
     El profesor Durrus del Trinity College lo dice con todas sus letras: un mazo de cuartillas de Joyce, aun cuando estuvieran en blanco, serían de un valor incalculable. Junto a la figura de Joyce, que es un faro y también un lastre para la literatura de la isla, está la del poeta Yeats, que marca desde el título la directriz de la historia. Yeats vivió y escribió metido hasta el cuello en los asuntos de la identidad irlandesa, fue una de las piezas fundamentales en la recuperación del gaélico, esa lengua donde los policías son garda, el primer ministro es taoiseach y Dublín es Átha Cliath. Yeats es, por encima de todo, el poeta de Irlanda. Titular Yeats ha muerto a este retrato colectivo del Dublín profundo viene muy a tono con la caricatura de Joyce que es, en realidad, su tema. "And what if my descendants lose the flower?", se preguntaba, con su habitual lucidez, el poeta. ~

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