En la página 206 de Para no sufrir más, Pankaj Mishra escribe refiriéndose al Buda: “Su tarea era amplificar la sensación, latente en todo el mundo, de que no somos lo que deberíamos.” Unas líneas más atrás hemos leído: “Fue un logro del Buda, al igual que de Sócrates, arrancar la sabiduría de una base sustentada en formas fijas y a menudo esotéricas de conocimiento y opinión, y presentarla como un proyecto moral y espiritual para los individuos.” La frase condensa o cifra buena parte de los grandes temas de este libro: la idea del individuo como eje de una filosofía, la idea de la sabiduría como proyecto y no como don divino de una elite, son (famosamente) esos puntos en los que Siddharta Gautama, alias el Buda, se apartó de las religiones más extendidas. Pero hay en la frase otras palabras que me interesan más: “al igual que de Sócrates”. Pues Para no sufrir más intenta muchas cosas al mismo tiempo, pero quizás su objetivo más terco y a la vez menos directo es éste: desenterrar los túneles que corren entre el Buda y eso que llamamos Occidente. Atención: no demostrar por enésima y aburridísima vez que Occidente aprecia y practica el budismo (ese cliché New-Age), sino revelar los vasos comunicantes que siempre han corrido paralelos en aquellos dos mundos filosóficos. En otras palabras: lo que Mishra quiere es glosar la forma en que, por caminos muy distintos, la gran filosofía occidental y ese hombre del siglo VI a.C. llegaron a las mismas conclusiones.
Para no sufrir más es un libro hecho de muchos libros. Por un lado está la crónica vital de Pankaj Mishra, un joven estudiante que a sus veintitrés años se va a vivir –vale decir: se retira– a un pueblo minúsculo del Himalaya; por otro lado está la vida y milagros de Siddharta Gautama, otro joven de otro lugar de la India del norte, que, tras nacer en medio de una casta dirigente, renuncia a su acomodada vida y se dedica a buscar la sabiduría, practicando primero un ascetismo extremo y luego encontrando la célebre “Vía Media” que se convertirá en uno de los ejes de su enseñanza. Y hay un tercer libro: el examen –extraordinariamente informado pero extraordinariamente amable, tan cortés como erudito– que el primer joven indio, el que escribe desde el siglo XXI, hace sobre el pensamiento del segundo joven indio, el que pensó 27 siglos atrás. Y ésta es una de las grandes sorpresas de Para no sufrir más: en manos de Mishra, el pensamiento del Buda no es menos sugerente que su biografía. Mishra, que como todos los novelistas de su lengua es concreto y vívido y obstinadamente sensorial (Calvino habría dicho: icástico), tiene sin embargo algo que lo separa de tantos de esos mismos novelistas: es capaz de hablar de ideas –filosóficas, religiosas– sin ponerse a boquear desesperadamente como un pez fuera del agua.
Así es: en manos de Mishra, el pensamiento del Buda se transforma en materia viva, tan relacionada con el emperador hindú Ashoka como con Osama Bin Laden, tan pertinente para la comprensión de las castas hindúes como del asesinato de Mohandas Gandhi en 1948. De hecho, el libro se enfrenta a todos los fundamentalismos que hoy chocan en la India: el fundamentalismo hindú del bjp, partido de extrema derecha que propone una nación de la cual sean eliminados los musulmanes, y también el fundamentalismo musulmán, esa especie de multinacional terrorista que propone un mundo entero del cual sean eliminadas todas las demás religiones. Para no sufrir más se remonta a varios siglos antes de Cristo, pero su mira está claramente clavada en el 11 de septiembre de 2001. Y todo el libro –desde sus disquisiciones más o menos teóricas a sus escenas de amor y desencanto intercultural– se pregunta: ¿en qué nos equivocamos?
Mishra ha llegado a un diagnóstico esencial, un diagnóstico que pasa por una palabra infrecuente: impotencia. Hacia el final del libro, el joven escritor, que ha dedicado varios años de su vida a leer sobre el Buda y a tratar de entenderlo sin llegar nunca a considerarse budista, se enfrenta todavía a lo inmanejable de ese pensamiento. Acerca de ese personaje, escribe:
Jamás concibió la radical planificación social a gran escala que propugnaban casi todas las ideologías modernas de derechas o de izquierdas: el socialismo, la democracia de libre mercado, el islamismo radical, el nacionalismo hindú y el imperialismo liberal. Su indiferencia hacia los proyectos políticos ambiciosos formaba parte de su fe en una redención alcanzada a título individual, no colectivamente organizada. El Dalai Lama, de joven, dijo que el meditador que se topa con un mundo ingobernable comienza reparando sus propios zapatos en lugar de exigir que todo el planeta quede inmediatamente cubierto de cuero. Pero ¿cómo mitigaba eso la impotencia política que experimentaba hoy día mucha gente en el mundo?
Y quizás en eso radique la riqueza de este libro que crece después de su lectura: en la voluntad de hacer preguntas, no de dar respuestas; la voluntad de devolver al centro de nuestra conciencia la fe en el individuo y la desconfianza en los grupos. Ahora que los partidos y las religiones parecen exigir de sus seguidores una total abdicación de la inteligencia, libros como Para no sufrir más se convierten –delicadamente, sin escándalos ni arrogancias– en bienvenidas formas de resistencia. ~