La era de los datos: reglas para descifrar el mundo

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INTRODUCCIÓN

¿Crees que los datos son algo nuevo? No tan deprisa. Han sido siempre una pieza básica de la ciencia, que es nuestro método para generar nuevo conocimiento. Los científicos pioneros se dedicaron a recorrer la Tierra buscando especímenes, como Charles Darwin a bordo del Beagle, para luego ordenarlos, clasificarlos y tabularlos. La contabilidad era esencial. Había que identificar los tipos de escarabajos, recoger miles de hojas y decidir si en el planeta hay tres tipos de rocas o siete variedades de clima. Otros han recopilado nuestros vestigios, como hachas de mano o cuentas de collares, para medirlos, pesarlos y datarlos, y luego elucubrar sobre las personas que los sostuvieron: ¿qué soñaban? ¿Qué temían? ¿Por qué pintaban en parajes inaccesibles?

La novedad es que ahora los datos nos rodean a ti y a mí. La digitalización, que es la gran transformación del siglo XXI, los ha multiplicado y los ha hecho omnipresentes. Si regentas una pequeña tienda, tienes que vigilar tus existencias; si eres una ejecutiva de una empresa de camiones, tendrás que predecir el precio de la gasolina; y si eres jardinero, y quieres que tus parterres luzcan verdes, tendrás que calcular cuánto regarlos. Hay pocos oficios que no vayan a cuantificarse. Y aunque el tuyo sea uno de esos, da igual, porque los números están también en tu vida diaria, como cuando pides una hipoteca o cuando escoges un colegio para tus hijos. Los datos te rodean. Es así con cualquier cosa que te preocupe o te seduzca. Si quieres ser bióloga para estudiar la vida de las ballenas, piensa que lo harás con datos. Vas a registrar sus conversaciones submarinas desde tu embarcación, secuenciarás el genoma para conocer su parentesco y las seguirás en sus viajes usando un GPS. No importa si quieres descifrar la creatividad humana, aprender de los pulpos o ayudar en la escuela a los niños de las familias más desfavorecidas. Vas a necesitar una mirada cuantitativa. No la querrás para todo en tu vida, pero sí algunas veces. Este es el argumento esencial de este libro: el mundo es un lugar complejo y los datos te ayudan a descifrarlo.

QUIÉN ESCRIBE ESTO

Desde niño me han movido la curiosidad y el afán recolector. Me recuerdo de pequeño en un merendero, en mitad de un viaje en coche, fascinado porque había muchas chapas de refrescos por el suelo. Para horror de mi madre, me propuse llevarme a casa una de cada: Fanta, KAS, Coca-Cola, Choleck, cerveza, etcétera. Pero había cientos esparcidos por la tierra embarrada y había que seguir el viaje. Recuerdo la ansiedad de contemplar la explanada y sentirla un universo vastísimo: ¡era inabarcable! ¿Qué maravillas iba a dejar atrás? Es un sentimiento que tienen muchos niños –saberse pequeños frente al universo–, pero en mi caso la angustia era, sobre todo, por no poder ordenarlo. 

Me gustaba organizar y era obsesivo. Hacía listas de todo, de cómics ya leídos o de películas por ver, y llevaba una contabilidad imposible para estirar mi paga y comprar una Mega Drive. 

Esos impulsos los he ido domesticando. Es uno de los golpes de suerte de mi vida, de hecho, haber logrado canalizar esa tendencia hacia actividades remuneradas. Al acabar una carrera de ingeniería me doctoré, y durante diez años me dediqué a investigar con modelos matemáticos el comportamiento de ciertas bacterias. Fue mi primera obsesión legitimada con un trabajo. Pero no fue la última. En 2006 empecé a escribir un blog por afición, cuando internet estaba en ebullición, y resultó que había muchos lectores con ganas de datos y gráficos. Acabó siendo mi segunda profesión: en 2015 dejé la universidad y desde entonces me dedico al periodismo. La gente se sorprende de ese viaje: «¿Cómo saltas de ser profesor de ingeniería a trabajar en El País?». Pero lo que hago no es tan diferente. Vivo de hacerme una trampa: me obsesiono con algo a voluntad. Elijo un asunto interesante, me esfuerzo por entender sus números y luego escribo para contar lo que he descubierto. Es un proceso que sirve igual para predecir elecciones, escribir sobre fútbol o seguir una pandemia.

Aquí recojo las ideas que me ayudan en esta tarea.

QUÉ ES ESTE LIBRO

Es una lista, como era de esperar. Una recopilación de decenas de consejos útiles, una especie de patrones para pensar mejor. Algunos son atajos virtuosos («mide muchas cosas»; «haz cálculos rápidos») y otros son advertencias para esquivar trampas («no confundas correlación y causalidad»). Funcionan como una lista de comprobación. Te recuerdan el tipo de preguntas que es bueno hacerse al analizar cualquier asunto, grande o pequeño: “¿Me puede estar engañando el azar?”, “¿Estoy contemplando una asociación al revés?”, “¿Cómo de probable es esto?”, “¿Estoy pecando de optimista?”. En la lista hay conceptos conocidos, otros más exóticos y muchas ideas curiosas, porque es divertido observar qué se le da bien (y mal) a nuestro ancestral cerebro.

El libro se divide en estas ocho reglas:

  1. Acepta la complejidad del mundo.
  2. Piensa en números.
  3. Protege tus muestras de sesgos.
  4. Asume que atribuir causas es difícil.
  5. No desprecies el azar.
  6. Predice sin negar la incertidumbre.
  7. Admite los dilemas y haz malabares.
  8. Desconfía de tu intuición.

Las reglas se pueden leer sueltas, aunque están conectadas. Por eso hay asuntos que aparecen en varias de ellas. A las personas nos ayuda clasificar todo en cajas –rocas, climas o mis ocho reglas–, pero la realidad prefiere desparramarse. Hay dos ideas especialmente recurrentes en el libro, porque son las que le dan sentido: la complejidad de lo que nos rodea y los límites de la intuición. Si nuestros cerebros fuesen infalibles o el mundo simple, pensar claro sería trivial y este texto sería innecesario… Pero ninguna de las dos cosas es cierta.

Por eso he tratado de escribir un libro sencillo, pero no demasiado sencillo. He querido evitar la tentación de exagerar el alcance de la idea sobre la que trato. Es una debilidad que encuentro en muchos libros fantásticos y populares –sobre el poder de la concentración, sobre la fuerza de practicar o sobre el valor de ser un generalista–. ¿No llevan sus tesis demasiado lejos? De esa rotundidad saldrán mejores charlas TED, directas y convincentes, pero desconfío de las ideas simples que prometen cambiarte la vida. Es más, si tuviese que elegir una sola idea, sería esta: casi todo es más complicado de lo que parece.

UNA MIRADA ÚTIL Y MÁS QUE ESO

Este libro quiere ayudarte a ejercitar tu mirada cuantitativa. Tiene una motivación práctica, porque esa mirada es útil, pero va más allá: es también una forma de encontrar la belleza.

Para algunas personas está mal contemplar lo que nos rodea queriendo explicarlo, o, como se dice a veces, «reducirlo a números». Sienten que eso mata su atractivo, como si entender de qué modo se forman los ríos fuese a hacer menos placentera la experiencia de escuchar el agua fluir. Escribo este libro convencido de que no es así en absoluto: al contrario, creo que las personas disfrutamos contemplando la realidad y sus sutilezas, tratando de descifrarlas, en parte lográndolo y en parte fracasando. Podemos ser como los niños que se miran los deditos y alucinan, porque esa cualidad para el asombro nunca se pierde del todo. Por eso nos atraen las paradojas y los enigmas; por eso seguimos leyendo tras una pregunta —¿por qué lo hacemos?—; y por eso nos iluminamos cuando algo nos sorprende y se desencadena una cascada química que nos vuelve felices un instante.

Descubrir los engranajes del mundo, y en especial del mundo humano, es interesante para mucha gente; desde luego lo es para mí. He escogido ejemplos que me llaman la atención. ¿Por qué corremos riesgos sin pensarlos? ¿Por qué apostamos mal? ¿Por qué casi nadie en la NBA vio que Marc Gasol sería excepcional? Aprenderemos de las vacunas contra la COVID-19 y de Barack Obama, que dormía tranquilo pensando en probabilidades. Te contaré cómo hago para escribir un buen titular de noticia y por qué tantos futbolistas nacen en enero. 

[Piensa claro (Debate) llega el 22 de septiembre a las librerías.]

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es doctor en ingeniería y periodista de El País. Forma parte del colectivo Politikon


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