Plutarco, Vida de Antonio

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Plutarco tuvo numerosos y fervorosos lectores tanto en época del Renacimiento como durante la Ilustración y el romanticismo. Fue un autor predilecto de Erasmo, Rabelais y Montaigne, de Molière y Racine, y más tarde de Rousseau, Montesquieu, Diderot, Madame Roland y Napoleón, por mencionar algunos significativos. En el siglo XVI era admirado tanto por sus Obras morales como por sus Vidas paralelas; desde el XVIII y XIX lo ha sido sobre todo por sus biografías ejemplares. En Plutarco, en efecto, culmina el arte de la biografía antigua, heroica y dramática, pródiga en anécdotas y efectos escénicos. Frente al historiador, más atento a los grandes sucesos y las batallas, el biógrafo griego se define por su esfuerzo en describir la peripecia individual de un destino y un carácter, quiere retratar los rasgos singulares de una figura histórica, recordar los “signos de un alma” (sémata psyches, según Plutarco). Y piensa que de ese retrato puede deducirse un ejemplo moral. (En el ámbito romano Suetonio, casi su estricto contemporáneo, redactó otra estupenda serie biográfica, Vidas de los Césares, con otro talante, más chismoso, menos moralista y de tonos más truculentos.)
     La tradición clásica tuvo en Plutarco durante siglos uno de sus autores más preclaros. Pero el canon de los clásicos va cambiando con las épocas, y ahora la cotización del polígrafo de Queronea parece estar a la baja. ¿Quién lee hoy a Plutarco, no ya con el fervor de antaño, sino con la atenta curiosidad que se merecen las figuras de esos héroes históricos que él supo retratar mejor que nadie en emotivos claroscuros, con sus frases y gestos memorables? Ahora los héroes antiguos, los griegos y romanos, no están nada de moda. Tampoco lo está, sospecho, la mismísima Historia de Grecia y Roma. Por otra parte, Plutarco no pertenece a la gran literatura de la época clásica, sino al periodo helenístico-romano, una etapa bastante mal tratada en los manuales literarios al uso. Plutarco no alcanzó en su prosa un estilo modélico ni destacó por la originalidad de sus ideas. Fue un erudito excelente, un buen narrador y un pensador ecléctico. Y un ameno moralista, crítico muy sagaz, desde su áureo equilibrio. Ahora preferimos los moralistas más ácidos, irónicos y punzantes. En fin, hay bastantes motivos para explicar que este gran escritor se haya quedado marginado de la lista canónica de nuestros clásicos.
     Y, sin embargo, cualquiera de sus biografías —esas 48 semblanzas de sus Vidas paralelas— mantiene un innegable atractivo para una lectura o relectura actual y despreocupada. Es imprescindible leer y releer las más famosas, como las de Pericles, Alejandro, Cicerón y César, por ejemplo, para cualquiera que desee informarse sobre esas figuras estelares y sus escenarios históricos. E incluso las dos sobre héroes míticos, las de Teseo y Rómulo, son de una enorme resonancia, sin duda alguna. Pero hay otras no menos atractivas, tanto por la prestancia de los biografiados como por sus dramáticas escenas, sus actores y sus brillantes anécdotas. Puestos a elegir sólo una, podríamos evocar ahora la trágica Vida de Marco Antonio, el triunviro romano que, en su apasionado amor por la egipcia Cleopatra, arriesgó vida e imperio; y los perdió.
     Plutarco presenta sus biografías agrupadas por parejas, con un personaje griego enfrentado en paralelo a uno romano. En este caso el griego es Demetrio Poliorcetes, el hijo de Casandro, uno de los Diádocos, sucesores de Alejandro. La razón para dejar emparejados a Demetrio y Marco Antonio es que uno y otro fueron magníficos estrategas, lograron enorme poderío y resonantes triunfos, y luego, arrastrados por sus pasiones y conductas desenfrenadas, acabaron en un final catastrófico. Sus pasiones les llevaron a la ruina política y a una muerte sin gloria. Resultan claros ejemplos éticos, sólo que en sentido negativo. La lección de sus Vidas no debe incitarnos a la imitación, sino al rechazo. Resultan así ejemplos disuasivos estos dos tipos geniales arruinados al fin por sus vicios. (En esa misma línea está algún otro héroe, como el famoso Alcibíades.)
     Al respecto advierte Plutarco, al iniciar la Vida de Demetrio:

Contendrá este libro las Vidas de Demetrio Poliorcetes y de Antonio el Triunviro, muy propios ambos para confirmar la máxima de Platón de que los caracteres extraordinarios producen tanto los grandes vicios como las grandes virtudes. Siendo ambos igualmente dados al amor, bebedores, belicosos, dadivosos, magníficos e insolentes, fueron también semejantes en los sucesos de fortuna; pues no sólo en vida consiguieron grandes victorias y tuvieron grandes descalabros, hicieron extensas conquistas y las perdieron, y, habiendo caído de un modo inesperado, así se recuperaron, e inesperadamente fueron también a morir, el uno cautivo por sus enemigos y el otro muy próximo a que le sucediera lo mismo.

La Vida de Antonio abunda en contrastes dramáticos. Aparece como un político admirable y maquiavélico cuando, tras el asesinato de César, logra la paz con los conjurados, pero luego con su taimado discurso en los funerales del dictador excita los ánimos del pueblo contra ellos. Es un excelente caudillo militar, victorioso en la batalla de Filipos. Al frente del ejército se atrae el cariño y la lealtad de sus soldados, es generoso en extremo y comparte las penalidades de sus tropas en las más duras campañas asiáticas. En su alianza con Octaviano (el futuro Augusto) quiere saciar su ansia del máximo poder. Se venga de su añejo enemigo Cicerón con crueldad, pues tras degollarlo hizo colocar la cabeza y la mano del gran orador en el Foro. En el reparto de dominios obtiene el Oriente, y allí se abandona a una vida de placeres bajo el disfraz de nuevo Dioniso. Y allí le sale al encuentro su destino fatal en la figura de Cleopatra.
     Cleopatra sale a su encuentro con un fasto espectacular. Llega a Tarso en una rica nave de proa dorada, con remos de plata y velas purpúreas, al son de las flautas, como la diosa Afrodita rodeada de sus ninfas. La descripción de la escena (capítulos 26 y ss.) es memorable. Como los párrafos que tratan de sus juegos eróticos con Antonio, seducido y deslumbrado por la egipcia. De ella Plutarco elogia no la belleza, sino la inteligencia y la seducción en palabras y gestos. Es bien conocida esta parte de la historia, que Shakespeare recogió de maravilla en su drama Antonio y Cleopatra. Por algún tiempo Antonio escapó de su hechizo, y se casó luego con Octavia, la hermana de su rival en el poder, y regresó a Roma y acaudilló una nueva guerra contra los inquietantes partos, pero el amor le atrajo de nuevo junto a Cleopatra, y a su lado desafió a Roma y Octavio de manera definitiva. Y en la batalla de Accio sufrió una triste derrota, abandonando su flota en medio del combate por seguir a su fugaz amada. La melancolía sombrea los últimos días del gran triunviro, desesperado y suicida. Y la no menos patética muerte de Cleopatra.
     Releyendo esas escenas uno advierte qué bien sabe contarlas Plutarco, con qué habilidad mezcla anécdotas y comentarios a unos hechos que son, ya por sí mismos, impresionantes. No es raro que Shakespeare se sintiera conquistado por sus relatos, de tan intensa dramaticidad. Su Antonio y Cleopatra viene de sus Vidas (como Julio César, Coriolano y Timón de Atenas), que el gran dramaturgo había leído en la versión inglesa que T. North hizo (hacia 1575) de la traducción francesa de Amyot, y él supo escenificar genialmente. Comenta Highet que tal vez Plutarco no fuera un gran historiador, ni North un traductor muy exacto, pero el resultado en manos de Shakespeare es soberbio. La tensión trágica centellea ya en Plutarco.
     Como decía, el encanto de estas biografías antiguas está no sólo en sus patéticos casos, sus gestas heroicas y los tremendos embates de la versátil Fortuna, sino también en sus estupendas anécdotas. Algunas se salen del texto, como aquí la comparación entre el desesperado Antonio, retirado en la isla de Faros, y el famoso misántropo ateniense Timón, que Plutarco evoca de pronto. Otras introducen una nota mágica en la narración, como esos frecuentes augurios y prodigios que anuncian fatales sucesos. (¿Cómo no recordar los que preceden a la muerte de César en su famosa Vida?) Aquí, por ejemplo, tenemos uno muy sugerente. En medio del silencio de una noche triste, ya vencido Antonio, se oyen entre las sombras de Alejandría un griterío y unos cánticos misteriosos. Como si una turba de festivos bacantes abandonara la ciudad. Quienes creen en tales presagios, dice Plutarco (cap. 75), interpretaron que su dios familiar (Dioniso) se iba y abandonaba a Antonio en aquella Alejandría pronto sometida a su enemigo. El poeta Cavafis compuso sobre tan misterioso pasaje su inolvidable poema titulado “El dios abandona a Antonio”.
     Plutarco va utilizando varias fuentes históricas para sus Vidas. Tenemos pocas noticias al respecto. Sin duda poco o nada inventa en sus textos; sus datos y sus anécdotas las ha tomado de aquí y de allí, espigándolas con agudo talento dramático, de historias y crónicas. Nietzsche apuntó una vez: “Para comprender una vida tomo tres anécdotas y desecho el resto”. No hallamos un método tan tajante en las biografías griegas. (Ni tan siquiera en las de los filósofos del buen Diógenes Laercio.) Pero junto a los sucesos históricos, las frases y anécdotas juegan un estupendo papel en tan amenas narraciones. Un buen biógrafo sabe anotar los gestos y los efectos escénicos. Y destacar los contrastes entre los caracteres dibujados en breves trazos. No sólo en los de los protagonistas, sino también los de otros actores. En la Vida de Antonio, por ejemplo, el lector recordará los contrastes entre ciertas figuras: frente a Antonio el maquiavélico Octavio; frente a la seductora Cleopatra la fiel y marginada Octavia.
     Plutarco domina el arte de la biografía como ningún otro autor antiguo. Y, ciertamente, mejor que muchos modernos, minuciosos en exceso, pero inferiores como retratistas. Y trabajaba sobre unos materiales espléndidos. Su Vida de Antonio da una clara muestra.
     

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Nota: De las Vidas paralelas tenemos en castellano sólo una versión completa: la de Antonio Ranz Romanillos (editada de 1821 a 1830). Puede leerse en la añeja edición de Iberia, 1979, en cuatro tomos. (La Vida de Antonio está en el tomo iv.) Una nueva traducción anotada de todas las Vidas está en curso de publicación en la “Biblioteca Clásica Gredos”, a cargo de Aurelio Pérez Jiménez. En su tomo i (bcg 77, 1985) ofrece una excelente Introducción a Plutarco. Una muy asequible edición del texto griego de la Vida de Antonio —con la versión italiana, con muchas y bien cuidadas notas— es la de Rita Scuderi, en los “Classici della bur”, Milán, Rizzoli, 1989.
     A los interesados en contrastar una Vida plutarquea con una biografía actual les propongo leer una buena traducción reciente de su Alcibíades (la de Antonia Ozaeta, en Alianza, 1998) y confrontarla con el libro de Jacqueline de Romilly, Alcibíades (Seix-Barral, 1996). Plutarco no queda nada mal parado, en mi opinión. ~

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