Quienes sabíamos que Fabio Morábito trabajaba desde hace años en una traducción por encargo de “toda la poesía” de Montale, teníamos pocas razones para no cruzar el estrecho vado que separa el escepticismo de la maledicencia. Se trataba, más bien, de comentarios prudentes –como los que precedían aquellas leyendas de caballeros medievales en pos de honor y gloria–, justificados por un reguero de cadáveres previos: a los traductores al español de Montale les acomoda la metáfora del osario. Incluso los más afortunados no regresan con mucho más que un puñado de versos; o, en el mejor de los casos, tres o cuatro poemas a la altura del original.
En muchas antologías hechas según el criterio del traductor, las pifias quedan amortiguadas gracias a la posibilidad de escoger los poemas que ofrecen menor dificultad. Pero ante la poesía completa de alguien como Montale la posibilidad del fracaso se multiplica de manera casi exponencial, no sólo por la cantidad de poemas famosos con un grado máximo de complejidad para cualquier traductor eminente, sino por la amplitud del registro poético montaliano y la necesidad de mostrar en lengua ajena su amplio percorso, ese trayecto –a veces visible y otras subterráneo– que une su primera y más citada etapa con los irónicos y lacónicos giros de sus últimos libros, donde el lenguaje muestra un tipo de dificultad muy diferente y no menos ardua que el socorrido hermetismo de los primeros.
Que una emblemática editorial española haya decidido encargar la misión a un escritor mexicano dice mucho del estado actual de la poesía en España. No se tome este comentario como un apunte localista (en un mercado editorial, por cierto, donde el localismo ha sido norma asfixiante para la mayoría de las traducciones), sino como lógico corolario ante el hecho incontestable de que la traducción íntegra de la poesía de Montale sólo podía ser afrontada con garantías por un escritor que arriesgara de manera consustancial en esa empresa los fundamentos de su propia poética de la traducción –o de una poética sin más. Un escritor que resultaría muy difícil de encontrar en el actual panorama español, plagado de “traductores profesionales”, por una parte, y de “poetas profesionales”, por otra. Poquísimos son hoy los poetas del patio que se atreven a traducir, de manera sistemática y lograda, a un poeta de esta altura. En el caso de Montale, la dispersión y la desidia han alcanzado unos niveles que Morábito resume, sin muchas ceremonias, afirmando “la sensación de que es un poeta todavía inédito en castellano”.
De alguna manera, entonces, la sola aparición de este hermoso volumen bilingüe, con escasísimas erratas y una sabia composición tipográfica, sería ya un motivo de alegría. Y más aún cuando se comprueba que Morábito, además de romper una inercia casi histórica, ha hecho un magnífico trabajo al aunar su profundo conocimiento de la poética montaliana y sus sobradas dotes como traductor y poeta.
Debo decir, sin embargo, que no estoy de acuerdo con todas las soluciones poéticas de Morábito. Como editor, primero: después de haber hecho un esfuerzo mayúsculo, valía la pena otro, mínimo: incluir los Poemas dispersos para clausurar el corpus. No es cierto que entre esos poemas no haya alguno descollante: ahí están “Elegia” (Non muoverti./ Se ti muovi lo infrangi./ È come una gran bolla di cristallo/ sottile/ stasera il mondo), “Suonatina di pianoforte” (que amplifica el famoso “Corno inglese”), o la “Lettera levantina”, mucho mejores que tantos del Diario póstumo.
En cuanto al Morábito traductor, en muchos casos su apuesta por una sonoridad no mimética produce momentos brillantes (la “Visita a Fadin”, o ese final de “Casa en la playa” donde lidia con dos endecasílabos imposibles, “forse solo chi vuole s’infinita,/ e questo tu potri, chissà, non io” para regalarnos otros dos que no desmerecen los originales: “tal vez sólo quien quiere se eterniza/ y ése es tu caso, a lo mejor, no el mío”.) Pero también hay otros versos cuestionables (“e il calcolo dei dadi più non torna” como “y la respuesta de los dados nos confunde” o casos muy opinables, como la a mi juicio desacertada traducción de “Piccolo testamento”).
Tampoco entiendo que en nombre de una libertad considerada un tanto a priori (ya se sabe que en las teorías de la traducción casi todo suena bien, aunque en prosa) se justifique la dilatación, en ocasiones francamente arbitraria, de la métrica de los versos originales. ¿Exceso de fidelidad o economía fónica? Cada cual lo verá según convenga. ¿Por qué oscura razón musical allí donde dice “e se la terra non trema/è perche Arcetri a lei/ non l’ha ordinato” Morábito traduce “y si la tierra no tiembla/es porque Arcetri/no le dijo que lo hiciera” en vez del a todas luces evidente “y si la tierra no tiembla/es porque Arcetri/no se lo ha ordenado”? ¿Y por qué pubblica opinione es pública opinión (p. 479), mientras que los vetri luccicanti de la primera estrofa del “Arsenio” se convierten en “relumbrantes vidrios”? En la frágil prosodia castellana no es lo mismo “un desconchado muro” que “un muro desconchado”. Montale solía evitar muchas veces el uso gratuito del hipérbaton, con su carga de “poeticidad” asociada (aunque en italiano pese menos que en castellano) en pos de una musicalidad más compleja, que el traductor describe inmejorablemente. Por ello, ver reaparecer ese recurso, no siempre justificado por razones de oído o de contexto, en una traducción que es todo lo contrario de culterana, produce cierta incomodidad.
Tengo la impresión de que Morábito siente a veces el miedo de no ser lo bastante original, con resultados poco felices. El caso de “La anguila”, por ejemplo, que en la famosa traducción de Jorge Guillén, hace de “fossi che declinano/ dai balzi d’Apennino alla Romagna” las “zanjas que descienden/ por las pendientes de los Apeninos/a la Romaña”, mientras que Morábito las traduce como “zanjas que descienden desde/las cuestas apenínicas hasta Romaña”.
Sería mezquino, sin embargo, quedarse en este puñado de peros puntuales y no reconocer tras este tomo magnífico la proeza de un traductor que ha visto cada poema como una pieza única de ensamblaje complejo y cuya avalancha de aciertos nos devuelve, finalmente, la obra de un clásico a un nivel muy poco usual en estos predios. Tras varios años de trabajo, Morábito ha consumado con Montale su vocación de traductor de poesía italiana (de la que ya había dado pruebas magníficas) en una edición admirable, donde un trabajo poético de gran calado se acompaña de un prólogo inteligentísimo, un criterio editorial que rehuye la pedantería académica y una explícita declaración de intenciones: el toro de la poesía agarrado por los cuernos de la sonoridad.
Quizá quienes lean a Montale en el original podrán rezongar todavía ante algún que otro verso, pero el lector que hasta ahora se manejaba con ediciones y traducciones impropias tiene sobradas razones para correr ahora mismo a leer todo lo de un gran poeta casi por primera vez. ~
(La Habana, 1968) es poeta, ensayista y traductor. Sus libros más recientes son Jardín de grava (Cuadrivio, 2017; Godall Edicions, 2018) y Hoguera y abanico. Versiones de Bashô (Pre-textos, 2018).