En āArte, modernidad y nacionalismo (1867-1876)ā (1967), pionero artĆculo de Jorge Alberto Manrique en Historia Mexicana, se sostenĆa que el arte mexicano posterior a la Reforma habĆa sido fundamentalmente cristiano y clasicista. En contra de lo que cabrĆa esperar de una modernizaciĆ³n liberal y laica, los pintores mexicanos, la Academia de San Carlos y los propios coleccionistas ātambiĆ©n coleccionistas de arte prehispĆ”nico como Felipe SĆ”nchez SolĆs y Gumersindo Mendozaā cultivaron una idea del arte heredada de las antiguas Grecia, Roma y el Renacimiento italiano, y temĆ”ticamente volcada a la historia sagrada.
Esto fue asĆ hasta un momento preciso, cuando āCuauhtĆ©moc desplazĆ³ a Cristoā, como narra con elocuencia TomĆ”s PĆ©rez Vejo en su libroĀ La naciĆ³n doliente. ImĆ”genes profanas para una historia sagrada. Entonces, sin mayores alteraciones del canon estĆ©tico clasicista, la trama de la pintura de fines del sigloĀ XIXĀ comenzĆ³ a girar en torno a la historia indigenista y patriĆ³tica, como se observa en la obra de artistas como JosĆ© ObregĆ³n, Rodrigo GutiĆ©rrez, Tiburcio SĆ”nchez de la Barquera, Luis Coto, FĆ©lix Parra y Leandro Izaguirre.
Hasta un liberal resuelto como Justo Sierra llegarĆa a afirmar que, con sus grandes lienzos religiosos, la llamada āescuela mexicanaā de pintura no hacĆa mĆ”s que confirmar la āactualidad del cristianismoā. Esa bĆŗsqueda de una antigĆ¼edad propia conducirĆa a la idealizaciĆ³n del pasado prehispĆ”nico, facilitada por la temprana lectura oficial de la independencia como recuperaciĆ³n de una soberanĆa perdida con la conquista. Desde el Plan de Iguala se repetĆa que una naciĆ³n preexistente, llamada AmĆ©rica Septentrional, AnĆ”huac o MĆ©xico, tutelada durante tres siglos por EspaƱa, habĆa recuperado su independencia originaria.
A diferencia de otros estudios sobre las narrativas histĆ³ricas nacionales del liberalismo o el conservadurismo en el sigloĀ XIX, como los de Enrique Florescano y Enrique Krauze, este de TomĆ”s PĆ©rez Vejo no se concentra en la historiografĆa sino en la pintura. Unos noventa cuadros del sigloĀ XIXĀ son leĆdos aquĆ como documentos visuales que transcriben relatos de la naciĆ³n mexicana con las mismas pautas de los grandes textos histĆ³ricos de Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra o Vicente Riva Palacio.
PĆ©rez Vejo siguiĆ³ la ruta de cada lienzo desde su contrataciĆ³n por el Estado o por particulares. Luego reconstruyĆ³ su recepciĆ³n en la prensa escrita y en la muy incipiente crĆtica de arte profesional. El historiador tambiĆ©n se tomĆ³ el cuidado de observar cuĆ”les de aquellas pinturas fueron a exposiciones universales como las de Filadelfia en 1876, ParĆs en 1889 o Chicago en 1893. Este Ć”ngulo le permitiĆ³ medir el grado de circulaciĆ³n mundial que alcanzaron algunas de aquellas piezas, tradicionalmente interpretadas desde claves demasiado locales.
AsĆ, PĆ©rez Vejo recuerda que pinturas religiosas de Santiago Rebull, JosĆ© SalomĆ© Pina, RamĆ³n Sagredo y JoaquĆn RamĆrez viajaron a Filadelfia en 1876, cuando se conmemorĆ³ el primer centenario de la revoluciĆ³n de independencia de los Estados Unidos. AllĆ, en el hogar de Ben Franklin, el MĆ©xico juarista de la RepĆŗblica Restaurada estuvo representado por telas atestadas de figuras bĆblicas: JesĆŗs y MoisĆ©s, Abraham e Isaac, SansĆ³n y Dalila.
TambiĆ©n recuerda el historiador que El suplicio de CuauhtĆ©moc de Izaguirre fue encargado para la ExposiciĆ³n Universal de Chicago, en 1893, coincidiendo con las celebraciones del cuarto centenario de la llegada de CristĆ³bal ColĆ³n a AmĆ©rica. Ese y otros cuadros anteriores, como El descubrimiento del pulque (1869) de JosĆ© ObregĆ³n y El senado de Tlaxcala (1875) de Rodrigo GutiĆ©rrez, contratados por SĆ”nchez SolĆs, se convertirĆan en verdaderas artes poĆ©ticas de la pintura histĆ³rica mexicana y alcanzarĆan su plena canonizaciĆ³n polĆtica y estĆ©tica en el porfirismo tardĆo.
A la vez que se perfilaba aquella imagen negativa de la conquista espaƱola, en el consenso liberal-conservador del porfiriato, PĆ©rez Vejo observa la emergencia de un patriotismo pictĆ³rico en cuadros de Primitivo Miranda, Atanasio Vargas, Tiburcio SĆ”nchez de la Barquera, Luis Coto, Natal Pesado y Antonio FabrĆ©s. TodavĆa en El hĆ©roe de Iguala (1851) de Miranda, poco despuĆ©s de la guerra del 47, aparecĆa un Iturbide digno y tricolor. Ya para fines de la centuria, el centro de la iconografĆa liberal lo ocuparĆa el cura Hidalgo, que en la versiĆ³n de FabrĆ©s estarĆa casi levitando, junto con el pendĆ³n de la Guadalupe, despuĆ©s de la batalla del Monte de las Cruces.
Sostiene PĆ©rez Vejo que, en aquella transiciĆ³n hacia una pintura patria como religiĆ³n civil del Estado liberal mexicano, tuvo lugar una superposiciĆ³n de misterios. A los āmisterios gozososā de la representaciĆ³n de la Arcadia prehispĆ”nica se contrapusieron los āmisterios dolorososā de la espada y la cruz, que FĆ©lix Parra captarĆa como ninguno en Fray BartolomĆ© de las Casas (1875) y La matanza de Cholula (1877). A estos Ćŗltimos se impondrĆan los āmisterios gloriososā de un imaginario de la guerra de independencia como gesta anticolonial y nacional, que la historiografĆa acadĆ©mica ha revisado seriamente en las Ćŗltimas dĆ©cadas.
Pero, como apuntĆ”bamos mĆ”s arriba, el tema de este libro no es la historiografĆa sino el mito y, tal vez, la memoria, en el sentido originario de SimĆ³nides de Ceos y la historiadora inglesa Frances Yates. Es decir, la memoria como la disposiciĆ³n de la imagen para la retenciĆ³n y el reconocimiento por parte de una comunidad. En este sentido, la conclusiĆ³n del libro de PĆ©rez Vejo pareciera inobjetable: hacia 1910, cuando se conmemora el Centenario de la Independencia, la religiĆ³n civil del nacionalismo mexicano ya estaba construida en sus imĆ”genes centrales.
La RevoluciĆ³n habrĆa transformado la liturgia y sus rituales, pero no necesariamente la trama narrativa heredada de la pintura acadĆ©mica del sigloĀ XIX. Los Ćŗltimos intentos de reinventar una historia oficial y reactivar la iconoclastia nacionalista encuentran en este libro una refutaciĆ³n anticipada. Todo parece haberse intentado ya en ese viejo hĆ”bito de dibujar el dolor de la naciĆ³n y hacer de su pasado un inventario de hĆ©roes y traidores, verdugos y vĆctimas. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crĆtico literario.