Príncipe de Ligne

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Príncipe de Ligne, Amabile, edición y traducción de Jorge Gimeno, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2004, 335 pp.

 
     Charles Joseph de Ligne nació en Bruselas el 23 de mayo de 1735, hijo del sexto príncipe de Ligne y de la princesa de Salm. A los veinte años contrajo matrimonio en Viena con Françoise Marie Xavière, princesa de Liechtenstein. Militar, participó activamente en la Guerra de los Siete Años, de la que da noticia en Mon journal de la guerre de sept Ans. Fue viajero y desempeñó diversos cargos militares, políticos y diplomáticos. En 1780 está en Rusia junto a la zarina Catalina ii, con quien tuvo una cortés amistad. Once años después es nombrado capitán general de Hainaut, administrando dicha provincia en nombre del emperador Leopoldo ii. ¿Qué más? Fue íntimo de María Antonieta y de Luis xvi y frecuentó a Federico ii. Vivió en los Países Bajos pero sobre todo en Viena, en un tiempo en el que la cultura francesa era dominante en toda Europa. Perteneciente al Sacro Imperio, se vio envuelto en las luchas contra el Imperio Otomano. Tuvo hijos y perdió a uno de ellos, Charles Antoine de Ligne, en la campaña de Argonne en 1792. Fue un hombre culto, inteligente, refinado, experto en jardinería o incluso, dada la época, hortómano. Conoció a Voltaire en Ferney en 1763 ya Rousseau en 1770, y dejó una breve semblanza, no demasiado brillante, de ambos. En 1809 publicó sus Cartas y pensamientos con un elogioso prólogo de Madame de Stäel, que contribuyó a su consagración como escritor. Murió, a la salida de un baile, el 13 de diciembre de 1814, época en la que participaba activamente en el Congreso de Viena.
     Las citas proverbiales respecto a su vida son que fue el hombre más feliz de su tiempo (Goethe dixit), que resumió el siglo XVIII, anotó Paul Morand, y el traductor e introductor de esta notable antología, Jorge Gimeno, matiza lo anterior afirmando que en realidad encarna un aspecto de ese siglo tan variado, rico y complejo. Se refiere al siglo xviii francés, porque el español o el portugués hubiera sido más fácil de cifrar en una persona, lo difícil es encontrarla. Lo más acertado, y muy en su estilo, fue lo que dijo de él su contemporáneo Sénac de Meilhan: Ligne “nació inmensamente rico, pero le amenazan cinco o seis principios de ruina que acabarían con el mismísimo Craso: la generosidad, las pasiones, sus fantasías, la pereza”. En cuanto a cuál fue su verdadero mundo, creo que Gimeno acierta al situarlo así: “Ligne salva en su persona el espacio, un tanto insalvable, que va del boudoir Regencia y el primer Voltaire al élan Imperio y a Chateaubriand”: la Ilustración y el comienzo del romanticismo francés.
     En Ligne su vida es indisociable de su literatura, quizás por eso hizo un notable resumen de las memorias de Casanova, que le había oído leer en cierta ocasión: vio en él otro egotista de talento, aunque tocado por un estro distinto. No obstante, creo que Casanova habría asentido ante la aserción de Ligne de que “la verdad está en el placer” —a lo que añade: “Que el deber forme parte de él”—. Lo que nos queda de Ligne es su literatura; en 1795 vio la luz el primer volumen de los 35 que publicó en vida.
     Es inevitable al hablar de Ligne referirse a la tradición aforística francesa que él hereda y continúa: La Bruyere, La Rochefoucauld, Chamfort. El primero fue un solitario pesimista de gran penetración psicológica y maestro del retrato, como lo fue otro gran observador y cronista de corte: Saint-Simon. El duque de La Rochefoucauld, autor de un realismo desenmascarador, fue visto con admiración por Schopenhauer y Nietzsche. Y lo mismo puede decirse de Chamfort. Aunque Ligne no hubiera podido darse sin estos nombres, quizás deberíamos remontarnos a Montaigne para entender mejor su tono, capaz de mostrar una verdad dolorosa con una sonrisa. La valiosa antología que ha llevado a cabo Gimeno recoge buena parte de sus aforismos, un apartado de “caracteres”, una “galería de retratos y autorretratos”, un fragmento de su texto sobre Casanova y las “Cartas a la marquesa de Coigny”. Creo que, a pesar del valor de muchas de estas cartas y retratos, lo mejor está en los aforismos, productos de una mente lo suficientemente relajada como para ver lo que se muestra. Ligne se la tomó con los bobos, en un tiempo en el que había tantos listos. ¿Qué diría en nuestros días? Oigámosle en una frase que recuerda lo que más tarde retomó Bernard Shaw: “Los bobos lo saben todo y no saben nada, pero hablan de todo por igual”. O esta otra en la que en tantas ocasiones nos hemos encontrado: “Nunca se es tan bobo como con los bobos”. Contra el espíritu enciclopédico, ese que da en saber sin relacionar, dice: “Más vale tener imaginación que memoria”. Volvamos a los bobos, porque siempre se vuelve a ellos: “Me gusta la gente distraída; es señal de que tiene ideas y de que es buena; pues el malvado y el bobo están siempre alertas”. Ligne disfrutó de un discreto escepticismo y de una notable capacidad para disfrutar: aunque vivió un periodo de gran agitación política, de fuerte acentuación de la historia, en la que participó activamente, sin embargo siempre se percibió también como un individuo, como alguien poseedor de una dimensión irreducible, de ahí su amor por el ocio, su exaltación de la amistad y la contemplación. Aunque imbuido del espíritu neoclásico, se entregó a las pasiones y supo ver en ellas el elemento necesario que nos conduce más allá de la razón o de lo razonable, de ahí que pensara que “el entusiasmo es el más hermoso de los defectos”. Cierro esta invitación a su lectura con dos frases tan cortas como penetrantes y que me parecen dibujar a este hombre de mundo y de letras cuya amabilidad parece desafiar a cualquier época: “Se teme todo éxito posible cuando no se está hecho para obtener ninguno”. Y esta otra que supone toda una moral: “Nos damos cuando nos pertenecemos”. –

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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