Es la primera vez que leo al poeta Albert Balasch, nacido en Barcelona en 1971. La editorial Kriller71 acaba de publicar Un hombre llega tarde, una antología bilingüe catalán-castellano (con traducción de Sílvia Galup) que recoge poemas de algunos de sus libros anteriores. El libro lleva un prólogo de Andreu Jaume, que editó y tradujo con Eva Garrido el segundo de los poemarios de Balasch (Decaer, o Decaure) en 2003 en Lumen. Fue precisamente en las oficinas de Lumen donde Jaume coincidió por primera vez con Balasch; en el prólogo recuerda la primera imagen que recibió de él, y asocia la presencia del poeta a su forma de escribir: “[la lectura de su poesía] me confirmó que Albert escribía tal y como se me apareció aquella mañana, es decir, desde un rincón, desde un final, como si se estuviera despidiendo”. Qué bonita la armonía de esta descripción entre el aire de la persona y lo que escribe. Además, parece estar hablando de algo pasado hace mucho tiempo.
“Tal y como se me apareció aquella mañana” me suena como la límpida frase de un apetecible libro alemán. Más adelante vuelve Jaume a presentar a esa persona walseriana como a un poeta de otra época. Dice que al contrario de lo que sucede en los poemas modernos, que necesitan “casi siempre definir una voz en un escenario y a través de una anécdota”, Albert Balasch “se quedó con la voz del hombre a secas”, y un poco más abajo aún nos recuerda que “es el lenguaje el que nos habla”, y que la identidad que buscamos en las lenguas que hablamos es ilusoria. Si levantásemos la vista del libro en este momento, veríamos la penetrante cara de Samuel Beckett asomar en el espejo. Es uno de los autores cuya influencia ha reconocido Balasch.
Yo lo he leído todo seguido porque quería escribir estas líneas. Me parece una manera disparatada de leer poesía; lo que me gusta es abrir las páginas al azar y leer unos pocos poemas. Los libros de poesía son los que salvaremos sin duda cuando haya que purgar la biblioteca, por motivos de espacio porque ya no podamos permitirnos el alquiler de una casa más amplia, que es la censura de este tiempo. Hay que tenerlos siempre a mano, para ir leyéndolos a lo largo de la vida y encontrar una y otra vez sus imágenes concentradas y sus revelaciones. Todo este circunloquio un poco contradictorio lo escribo para decir que qué buen libro para acercarse a la poesía de Balasch, pues aquí se recogen varios del autor.
El primer cuarto incluye algunos poemas en prosa entre los de verso convencional. Se titula como el libro: Un hombre llega tarde. Aquí ya está funcionando un hilo que enlaza con una literatura verdaderamente antigua, más allá de la voz individual: como otra cereza viene a la mente la apostilla “más vale tarde que nunca”, y de ahí simplificando con más vale/nunca a quien se convoca es otra vez a Samuel Beckett, arrepentido de haber nacido (el supremo llegar), y de ahí llegamos al Eclesiastés, ese libro asombroso de existencialismo primigenio: “y más feliz aún es quien no ha nacido” (4, 3). El autor menciona el Eclesiastés en la página del libro en la que se presenta: “me lo repito y me lo repito, el verso de Cohélet”, y podemos encontrar mucho de ese aire como de desierto blanco en los versos que siguen: “Señor, las cosas que me esperan / me pasan bajo tierra”, o “Con el olor de la sangre / se acercará mi amo / para hacerme las caricias / que me hace en los tiempos de guerra” (este me recordó a Brecht), o “Lo que hagas, hazlo tristemente. / Lo que digas, dilo de mal modo. / Alabado bajo el diluvio, todo renace”, o “Me dijo: / –Sin piernas llegaría mejor. / Le corté las piernas y me dijo: / –No hay lengua, todo es tierra”, etcétera. Estos poemas son como las piedras con que se construye un templo en el desierto (la arena de ese desierto está hecha de esas piedras pulverizadas).
El siguiente cuarto del libro es Las ejecuciones. Se publicó como libro independiente en 2006. Sigue una estructura litúrgica: los poemas van numerados en orden descendente entre un “Gloria” y un “Aleluya”. Las figuras que aparecen siguen siendo tan universales que quien leyese este libro hace dos mil años podría seguirlo perfectamente: Dios, silencio, tumba, aún orábamos, primavera, labios ciegos, luz, derrota, cubículo, paja vieja, polvo levantado por el eclipse… Por supuesto otra cosa es la sensibilidad. ¿Sería capaz ese lector de hace dos mil años de comprender las aflicciones de este corazón nacido tanto tiempo después? ¿No son sus torturas muy del siglo XX? No hay nada nuevo bajo el sol, contesta el Eclesiastés, y recordemos cuántas veces un texto muy antiguo nos ha sorprendido por lo cercano que nos resulta. Ese debe de ser “el lenguaje que nos habla”, un lenguaje universal ¿fuera del tiempo?, que mencionaba Andreu Jaume en el prólogo y que Albert Balasch ha ido a buscar al fondo de un pozo antiquísimo (“No llegarás a entender el pozo / que te hace de corazón si alguna vez te escuchas”; aquí la intimidad con lo abisal me recuerda a Carlos Edmundo de Ory).
El tercer cuarto del libro corresponde a La caza del hombre (según Jaume, “el mejor poema largo de mi generación”). Organizado en estásimos como las tragedias griegas, nos permite asistir a la desintegración de la figura del rey Lear, otra vez en un ambiente fuera del tiempo aun cuando los personajes están dolorosamente sometidos a su paso, y está otra vez lleno de imágenes a la vez plásticas y psíquicas.
El último cuarto es una miscelánea de rarezas e inéditos que incluye la pieza “Grava, una tempesta” para radio. Hay en el libro un enlace para escuchar la instalación sonora que llevó a cabo el autor con Marc Capdevila. Arranca con alguien que silba la Novena sinfonía de Beethoven, un hombre despreocupado y solo que se alegra cantando para sí ese himno que une a la humanidad. Y mientras lo oía, después de acabar de leer, me dio la sensación de que ese silbido solitario y confiado significaba el mundo restituido que todos los poemas anteriores han velado. ~
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).