Una tradición historiográfica asociable a Vicente Riva Palacio, acaso reforzada involuntariamente por la imagen quijotesca de la escultura de Guillermo Cárdenas en el Monumento a la Independencia, ha relacionado la figura de Guillén de Lámport con la impostura. Las varias identidades del personaje –William Lamport en Irlanda, Guillén Lombardo en la España de los Austrias, Lombardo de Guzmán o Guillén de Lampart en la Nueva España de mediados del siglo XVII– contribuyen a esa visión evanescente.
El ardid de presentarse como hijo natural de Felipe III y, por tanto, hermano bastardo del rey de España y Portugal, Felipe IV, dio origen a la subvaloración de una figura que borra fronteras entre la historia y el mito. Después de Riva Palacio, otros historiadores como Luis González Obregón y Gabriel Méndez Plancarte lo tomaron más en serio. Esta otra tradición historiográfica desemboca en Fabio Troncarelli y, más recientemente, en Andrea Martínez Baracs, quienes han realizado los estudios definitivos sobre este precursor de la independencia novohispana.
Martínez Baracs había dedicado un estudio previo a Guillén de Lámport, editado por el Fondo de Cultura Económica en 2012. Esta versión, corregida y aumentada, por medio de una revisión de la papelería sobre el conspirador, poeta y erudito irlandés en el ramo Inquisición del Archivo General de la Nación y en la Colección Conway del ITESM, ofrece el perfil definitivo de una rarísima personalidad, que dibuja la metáfora perfecta de la Nueva España bajo la dinastía Habsburgo.
Lámport nació en una familia católica noble de Wexford, Irlanda, en 1611, y se formó con los agustinos, franciscanos y jesuitas entre Dublín y Londres. En 1628 escribió contra la dominación británica de Irlanda y fue condenado a muerte, por lo que debió huir y exiliarse en España. Recorrió diversos colegios en La Coruña, Santiago de Compostela, Salamanca y el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Destaca Martínez Baracs el peso, en su formación juvenil, de las ideas de algunos padres jesuitas, críticos del absolutismo y la corrupción del clero, como Juan de Mariana, Juan Bautista de Poza y Juan Eusebio Nieremberg.
Los talentos del joven exiliado irlandés llamaron la atención del poderoso Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, valido o ministro de la corte de Felipe IV. Este importante estadista, biografiado por Gregorio Marañón y John H. Elliott, apadrinó a Lámport hasta su establecimiento en la Nueva España. Su primer encargo fue enviarlo como asistente del hermano de Felipe IV, el cardenal-infante Fernando, a las guerras europeas, de las que regresó a Madrid como veterano de las batallas de Nördlingen y Fuenterrabía.
La segunda misión de Olivares fue impulsar la independencia irlandesa, que Lámport asumió con celo patriótico, como se desprende de su “Proclama al Rey Felipe IV para la liberación de Irlanda”. De acuerdo con los estudios de Troncarelli y Martínez Baracs, hacia 1639 Lámport había movilizado a la creciente colonia irlandesa de España, que había peleado a favor de Madrid en las guerras europeas, en contra de Carlos I, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda. El conde-duque habría aportado unos 42 mil ducados para la organización del levantamiento irlandés, que tuvo lugar en 1641.
La tercera misión, la más explorada en este libro, fue la de la Nueva España. Lámport llegó a la capital del virreinato en 1640 con una comitiva del más alto nivel (el nuevo virrey Diego López Pacheco y Portugal y el eclesiástico navarro Juan de Palafox y Mendoza, quien sería obispo de Tlaxcala y Puebla y también se ocuparía brevemente del gobierno virreinal), llamada a corregir la corrupción, el despotismo y la crisis financiera y económica del virreinato. El libro de Martínez Baracs sostiene que el joven irlandés se propuso cumplir tan lealmente la misión que acabó cuestionando las bases mismas del orden virreinal.
Apenas dos años después de su llegada, Guillén era arrestado y sometido al Tribunal del Santo Oficio por múltiples herejías: uso adivinatorio del peyote, magia negra, astrología judiciaria, judeofilia. Los cargos, con mayor o menor sustento, escondían las miiotivaciones reales del gobierno virreinal para encarcelar a Lámport. En sus informes a Madrid, el conspirador testificaba la persecución contra comerciantes portugueses y judíos, el despojo arbitrario de fortunas y el desfalco fiscal de las autoridades civiles y eclesiásticas.
En los papeles incautados en su arresto, en 1642, figura una asombrosa “Proclama insurreccional para la Nueva España”, que debe ser leída como uno de los documentos políticos más avanzados en reinos de la monarquía católica española en el siglo XVII. Ahí Lámport no solo denunciaba la corrupción sino que proponía la separación de la Nueva España de la Corona de Castilla con el argumento de que la bula papal de 1493 y la conquista de América eran ilegítimas y que tanto la esclavitud de negros y mulatos como la servidumbre de los “naturales” o indios debían ser erradicadas.
Es insólito este documento porque, como han observado Seymour Drescher, Luis Carlos Amezúa y otros estudiosos del abolicionismo y el antiesclavismo en el mundo hispánico, el principio del “derecho de gentes” para los afrodescendientes no estaba reconocido en la obra de Bartolomé de las Casas, los padres jesuitas o los teólogos neotomistas de la escuela de Salamanca (Suárez, Vitoria, Soto…) que estudió Lámport en España. Habrá que esperar a la obra Siervos libres del borgoñón Epifanio de Moirans (1644-1689) para que en el mundo hispánico circulara una visión claramente opuesta a la trata esclavista, aunque no del todo a la esclavitud misma.
La propuesta de separación del reino novohispano, por la vía monárquica de un nuevo príncipe, él mismo, hace de Lámport un claro antecedente de los autonomistas del ayuntamiento y la audiencia de México, en 1808, y de Agustín de Iturbide. Su llamado a la abolición de la esclavitud y la servidumbre lo afirma como precursor de Hidalgo y Morelos, de Victoria y Guerrero. Además de una investigación académica del mayor rigor, que se inscribe en la mejor historiografía sobre la Inquisición novohispana (Solange Alberro, Úrsula Camba, Gabriel Torres Puga), el libro de Martínez Baracs es un alegato a favor de la vindicación pública de un mártir poco conocido.
Guillén de Lámport sobrevivió diecisiete años en la cárcel, escribiendo poemas cristianos y salmos latinos en sábanas y lienzos. En 1650 protagonizó una fuga espectacular, por unas horas, que le alcanzaron para clavar en las puertas de la catedral el “Pregón de los justos juicios de Dios”, adentrarse furtivamente en palacio y subir hasta la alcoba del virrey Enríquez de Guzmán. Su solidaridad con los compañeros de celda, con las mujeres, judíos y negros acusados de brujas, herejes y hechiceros, con las víctimas de los terribles autos de fe, que se verifican en su propio cuerpo al morir en la hoguera en 1659, lo vuelven un símbolo de la resistencia contra todas las opresiones. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.