A Jaime Tovar lo secuestraron el 20 de febrero de 1980. Las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) buscaban a otra persona, pero lo encontraron a รฉl. Celebraba el cumpleaรฑos de su hermano. Sostenรญa a su hijo en brazos. En algรบn momento, la cotidianidad de la escena se rompiรณ y el caos se abriรณ paso. Podemos imaginar que en los meses que siguieron, Tovar tratarรญa de recomponer, una y otra vez, la secuencia exacta en la que el orden de las cosas se disolviรณ. En quรฉ preciso momento el tiempo y el espacio se convirtieron en un torbellino del que solo quedarรญan recuerdos fragmentados. Restos de un naufragio que lo habรญa engullido sin esperarlo. Estuvo retenido durante meses, obligado a atravesar la Amazonรญa colombiana con sus captores.
No es Jaime Tovar quien cuenta la historia, sino su hijo. En Jardรญn de mi padre (RM, 2020), receptor del Prix Elysรฉe 2018-2020 y preseleccionado para el premio Paris Photo-Aperture al mejor fotolibro del aรฑo, el artista Luis Carlos Tovar regresa a ese 20 de febrero de 1980. Lo hace armado con una รบnica certeza: la imposibilidad de recordar. Tenรญa apenas un aรฑo cuando secuestraron a su padre. En su caso, el dolor tiene forma de vacรญo. El autor se aferra a un recuerdo prestado, un retrato de Jaime Tovar que los guerrilleros mandaron a la familia como prueba de que seguรญa vivo. Los adultos ocultaron la fotografรญa, de la misma forma que tratarรญan de ocultar el miedo y la incertidumbre. Tovar no la verรญa jamรกs, tampoco despuรฉs de que liberaran a su padre. Esta imagen fantasma adquirirรญa proporciones casi mitolรณgicas en la familia. Un aura de irrealidad y secretismo poblarรญa su ausencia.
Cuarenta aรฑos despuรฉs, Tovar toma el retrato que nunca ha visto como punto de partida para su narraciรณn. La elecciรณn es mรกs que sugerente, una fotografรญa invisible para recomponer un recuerdo imposible. En el libro, el autor crea un collage de imรกgenes distorsionadas, recortes de prensa, negativos fotogrรกficos y retratos superpuestos. Entre el material recopilado pueden reconocerse extractos de tres textos, El capital, de Karl Marx, ยฟQuรฉ hacer?, de Vladimir Lenin y El diario del Che en Bolivia, del Che Guevara, con los que los guerrilleros tratarรญan de adoctrinar a su rehรฉn en los meses de cautiverio. Cuenta el autor que, en un acto de resistencia simbรณlica, su padre cazaba mariposas y las guardaba entre las pรกginas. Llenaba los libros de colores, flores y hojas, pedazos de naturaleza que recogรญa en su paso por la selva del Caquetรก. Asรญ, componรญa un diario furtivo. Una suerte de jardรญn textual donde se mezclaban la belleza, la muerte y la revoluciรณn. Ahora, Tovar siembra su Jardรญn de mi padre de mariposas y polillas azules, impresas entre las demรกs fotografรญas.
El retrato ausente de Jaime Tovar deja un vacรญo que su hijo llena con recuerdos o fabulaciones. Pese a su inexistencia, la fotografรญa del padre vive en el libro del hijo. El objeto no estรก ahรญ, pero sรญ su valor simbรณlico. Este juego de ausencias y presencias nos lleva a otro libro, uno de los textos mรกs emblemรกticos del estudio de la fotografรญa: La cรกmara lรบcida (1980) del filรณsofo francรฉs Roland Barthes, que revolucionarรญa el gรฉnero del ensayo con su estilo hรญbrido, parte pensamiento, parte duelo. Tras la muerte de Henriette Barthes en 1977, su hijo encuentra un viejo retrato de la difunta. Lo llama La Photo du Jardin dโHiver, 1898, que puede traducirse como La foto del invernadero o, de forma literal, La foto del jardรญn de invierno. En esa imagen encuentra encapsulada la esencia de su madre, el รบltimo rastro que le queda de ella. Decide no reproducirla en el libro pues, alega, el verdadero sentido de la fotografรญa existe solo para รฉl. Para los lectores serรญa algo ordinario, una fotografรญa mรกs. Barthes nos oculta la imagen de su madre, como Jaime Tovar le ocultarรญa la suya a su hijo. Y, del mismo modo que los lectores de La cรกmara lรบcida tratamos en vano de recomponer el rostro perdido de Henriette, Luis Carlos Tovar revive una historia que no recuerda. El autor no muestra los hechos tal y como ocurrieron, sino tal y como aparecen en el universo nebuloso de su niรฑez. Plasma la opacidad de su propia memoria, del niรฑo convertido en espectador silencioso del dolor adulto, las angustias escondidas y los susurros nocturnos.
Escribe Sara Jaramillo Klinkert en Cรณmo matรฉ a mi padre que la memoria es una lucha constante, perdida de antemano, y a menudo atravesada por la ficciรณn. โYo he recreado la รบltima cara de mi padre tantas veces que en ocasiones me pregunto si fue un invento de mi cabeza para tener de quiรฉn despedirse.โ La escritora colombiana compone, con dolorosa precisiรณn, el retrato de la pรฉrdida en el imaginario infantil. Aunque las historias son distintas, con distintos desenlaces โal padre de Jaramillo lo asesinaron los sicarios en el Medellรญn de los noventaโ, existe un diรกlogo literario entre los tres autores. Son hijos que tratan de recordar a sus padres. En su afรกn por explicar el trauma, sea con palabras o con imรกgenes, Barthes, Jaramillo y Tovar se enzarzan en una reconstrucciรณn parcial del pasado. Parcial porque hay cosas que no se pueden nombrar. Y porque el recuerdo es una arquitectura inacabada. Un portal entre la realidad y la ficciรณn, entre los vivos y los muertos.