Sangre en el ojo

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Lina Meruane

Sangre en el ojo

Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012, 172 pp.

 

Miren: entre los escombros de la imaginaciรณn romรกntica yace el mito del poeta ciego. Uno de esos ciegos descansa, legendariamente, a la entrada de la literatura. Otro, argentino pero no por ello menos improbable, se ubica donde terminan (o se bifurcan) muchos de los senderos literarios. Entre ambos se suceden, con distintos grados de lucidez y ceguera, las vidas y las obras de, por lo menos, Dante y Milton y Joyce. Al final, apenas si podrรญa juzgarse al despistado que dijera que la literatura occidental es, de algรบn modo, una saga de sabios que, incapaces de atender los detalles del mundo material, vislumbran una realidad mรกs honda. Porque ese es el poder que cierto romanticismo ha conferido a los escritores invidentes: una potente mirada interior, la apenas envidiable habilidad de ignorar las apariencias y atender esa supuesta verdad –universal e inmutable– que se oculta debajo de las cosas. Porque tambiรฉn eso: el bardo ciego no expresa la suerte de unos cuantos individuos contingentes sino, en teorรญa, una inmanente condiciรณn humana. Usando una frase de Borges: dicta pรกginas que son todo para todos los hombres.

La narradora y protagonista de Sangre en el ojo –la estupenda novela de Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970)– es ciega pero no, por fortuna, profeta ni presume de traspasar el velo de las apariencias. Antes que inscribirse en un fabuloso clan de ciegos, se obstina en afirmar su particularidad: tiene un nombre propio, Lina Meruane; vive en un escenario concreto, la Nueva York actual, y no es precisamente la voz de la tribu, entre otras cosas porque escribe en espaรฑol en un รกmbito mรกs bien anglosajรณn. Aparte: en lugar de infligirse a sรญ misma la ceguera, como se cuenta que hizo Milton, la recibe de pronto, una noche cualquiera; y en vez de razonar que le fue deparada por el azar o el destino con un fin preciso, como a veces declaraba Borges, la combate y vaga por hospitales. Como ya apuntรณ รlvaro Enrigue en una nota sobre la novela (El Universal, 31 de marzo de 2012), no hay aquรญ esa ceguera metafรณrica a la que nos ha acostumbrado cierta literatura. A decir verdad, nada en esta obra parece desprenderse del mundo material y ofrecerse, ya vaporoso, como elemento alegรณrico. La protagonista, antes que desatender las superficies, se apega a ellas y, para paliar la pรฉrdida de la vista, afila sus demรกs sentidos: piensa con las manos, escucha los gestos de los otros, se demora en las texturas de lo real. Todo lo que sucede en el libro sucede, ademรกs, a unos cuantos metros de ella y todas las facultades intelectuales de esta –su imaginaciรณn, su memoria– se concentran en discernir lo mรกs inmediato. Esto es lo que hay: voces, superficies, el rumor de unos zapatos raspados contra una alfombra, el olor a pretzel de Madison y la 37, un clamor de pรกjaros electrocutados en los cables de luz. Eso. Todo eso.

“Nadie –escribiรณ Jorge Fernรกndez Granados– habita la absoluta oscuridad como nadie habita la absoluta luz (esas dos alegorรญas de lo absoluto): todos ven, a su manera y cada uno bajo cierta mirada, los matices innumerables de una trama.” Quiรฉn sabe quรฉ vea la protagonista de Sangre en el ojo pero algo es seguro: se mueve en un entorno que, mal que bien, advierte. El mundo no desaparece nada mรกs asรญ: persisten su ruido y su furia pero, tambiรฉn, sombras, contrastes, retazos de luz. Persisten, ademรกs, imรกgenes del mundo en la imaginaciรณn y la memoria de la narradora: formas con que ella colma el vacรญo, recuerdos que la guรญan trabajosamente por Harlem y, mรกs tarde, cuando viaja de vuelta a casa de sus padres, por Santiago de Chile. Ahora: no desaparece el mundo pero sรญ, y sรบbitamente, su pretendido orden. Asรญ de sencillo: un dรญa uno pierde un sentido y de golpe todo se torna violento e inestable. Los espacios se animan: “La casa estaba viva, empuรฑaba sus pomos y afilaba sus fierros mientras yo insistรญa en arrimarme a esquinas que habรญan dejado de estar en su lugar.” La trama del tiempo se desfigura: “Y quรฉ es una hora mรกs o media hora menos cuando no hay nada por delante.” Las palabras dejan de realizar su gastado truco –fingir que son la cosa que enuncian– y se revelan como lo que son: signos vacรญos, arbitrarios. “La palabra amanecer no evocรณ nada. Nada que semejara un amanecer. Y pensรฉ que se quedarรญan las palabras y sus ritmos pero no los paisajes, no los colores ni las caras.”

¿Cรณmo decir eso? ¿Cรณmo narrar ese mundo informe con unos signos que se obstinan en hacer ver a quien los atiende? ¿Cรณmo contar ese desorden con un instrumento, la novela, que se empeรฑa en imponerle un estilo al mundo y en trazar toscas relaciones de causa y efecto entre los hechos? Felizmente, Meruane no intenta reproducir la experiencia fรญsica de la ceguera –su narradora no cuenta la historia en presente, mientras padece lo que describe, sino tiempo despuรฉs, quiรฉn sabe quรฉ tan tarde, quiรฉn sabe si recuperada o no la vista. Felizmente, tampoco actรบa como si no hubiera mรกs remedio que esquivar los desafรญos que el tema de la ceguera supone y producir una novela correcta y ordinaria. Por el contrario: todo en estas pรกginas se resiste a construir una novela asรญ de bien portada. Hay que ver la prosa: frases tajadas en los primeros capรญtulos, pรกrrafos agujereados despuรฉs, un constante escepticismo ante la lengua. Hay que ver la trama colocada a la mitad: una historia de amor que es, en realidad, una vacilante relaciรณn de poder en la que la mujer ciega y el hombre que la guรญa, o es guiado, se intercambian continuamente los roles del amo y el sirviente. Hay que ver, desde luego, ese necio rechazo de la narradora a reinstaurar un orden y a atar otra vez unas cosas con otras. Mejor asรญ: todo descompuesto y dislocado. Que se sepa: el orden del mundo, cualquier orden, es precario. Un parpadeo y todo puede volverse otra cosa. ~

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es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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