Todas la familias felices, de Carlos Fuentes

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Notaba Adorno una rara metamorfosis. Al despertar una maรฑana, tras un sueรฑo intranquilo, algunos autores se encontraban convertidos en monstruos. Alguna vez apacibles, la vejez los habรญa vuelto furiosos, amargos. Sus obras, antes mรกs o menos serenas, se encendรญan de nuevo sรณlo con el fin de apagar el mundo. Pensaba Adorno en Beethoven. Podemos sumar otros nombres a la lista pero no, definitivamente, el de Carlos Fuentes. Atravesados los setenta aรฑos, Fuentes no se transforma ni adquiere un vigor otro. Por el contrario: es el mismo aunque cascado. No es un secreto que su obra marcha, de unos aรฑos para acรก, en picada. Tampoco es una sorpresa su cansancio. Todo รฉl luce exhausto: su prosa atestada de frases hechas, sus descosidas metรกforas, su acartonada imagen del Mรฉxico contemporรกneo. Sobre todo eso: Mรฉxico parece ya fatigarlo y sin embargo se obstina en continuar retratรกndolo. Mรฉxico y Fuentes: no los une el amor sino el cansancio.

Todas las familias felices es el testamento literario de Carlos Fuentes. Lo mismo puede decirse de sus รบltimas obras: parodia y reciclaje. A cada oportunidad Fuentes se vuelve sobre sus temas y recursos ya clรกsicos y, en un afรกn de resumirlos, los caricaturiza. Aquรญ, en su obra mรกs reciente, despunta un Fuentes atrozmente tรณpico. Son diecisรฉis los relatos que componen este tomo y diecisรฉis las decepciones. Nada sorprende y nada abruma. Aunque son cuentos pretendidamente intimistas, es el mismo Fuentes de siempre, agresivo y un tanto tosco. Es, tambiรฉn, el รบltimo Fuentes, incapaz de recrear el Mรฉxico presente. Sobra decir que se empeรฑa. Estos relatos, ubicados aquรญ y hoy, estรกn atravesados por los lugares comunes de la รฉpoca: el internet, los reality shows, los gobiernos no priistas. Se rinden, ademรกs, ante la sensibilidad contemporรกnea al adoptar vanamente una forma fragmentaria. Se esfuerzan y fracasan. Asรญ se disfracen de postmod y miren el presente, tienen algo de anacrรณnicos. No es un asunto de temas y guiรฑos. Es un problema metodolรณgico. La manera en que Fuentes encara la realidad ya sรณlo produce cadรกveres.

No puede recrear el Mรฉxico contemporรกneo porque, acaso, nunca ha recreado certeramente a Mรฉxico. Aunque su ambiciรณn es novelizar al paรญs, su resultado ha sido otro: una vacilante indagaciรณn sobre lo mexicano. Entre la historia y una presunta esencia nacional, su imaginaciรณn se ha inclinado, a veces veladamente, por este รบltimo fantasma. Su obra toda estรก atestada de figuras arquetรญpicas e imรกgenes congeladas. Incluso cuando acude a la historia es ahistรณrico: no mira los hechos como hechos sino como sรญntomas de otra realidad, soterrada, mรญtica. Un polรญtico priista es autoritario porque bajo Palacio Nacional persiste la pirรกmide, y Zapata es Zapata no por ser un hombre sino la eterna, fija voz de la tierra. No digamos nada sobre el aliento fascista de las esencias. Digamos que, en las letras mexicanas, la imposible bรบsqueda de una esencia nacional provocรณ una notable tradiciรณn ensayรญstica. Piรฉnsese en Samuel Ramos, en Octavio Paz, en Jorge Portilla. Piรฉnsese, bamboleantemente, en Carlos Fuentes. Allรก, sรณlidas e improbables conjeturas; aquรญ, novelas disparejas. En aquellos, suposiciones sobre una materia dudosa; en รฉste, el fallido afรกn de retratar algo que, en realidad, no existe. Ocurre, ademรกs, otra cosa: mientras mรกs pasa la historia, mรกs envejecen los arquetipos de Fuentes. Incluso en Paz la imaginerรญa prehispรกnica es ya puro folclor. La diferencia: vencidas esas imรกgenes, descuella el Paz liberal, histรณrico y lรบcido, mientras que ningรบn Fuentes parece sobrevivir a las ruinas. ยฟQuรฉ queda de Fuentes? Para algunos, sus obras fantรกsticas. Para mรญ, la necedad, esta certeza: porque sรณlo puedo retratar a Mรฉxico de una manera, insisto en que Mรฉxico es siempre el mismo.

Incluso las virtudes de Fuentes se oponen a la comprensiรณn del Mรฉxico mรกs reciente. Su poderรญo narrativo, por ejemplo. Una y otra vez se ha encomiado, no sin razรณn, su rara intensidad literaria. Para justificar su desaliรฑo y la pesadez de sus personajes se ha dicho: Fuentes es pura fuerza, su brรญo justifica toda pifia. Se dice esto como si Flaubert dijera de Balzac: los maestros no son estilistas, erigen montaรฑas de las que ya brotarรกn despuรฉs, esculpidas por otros autores, pulcras figuritas. Fuentes no es Balzac. De su montรณn narrativo no se desprenderรก la literatura mexicana del futuro. Es verdad que muchas de sus pรกginas poseen una intensidad poco frecuente en nuestras letras, pero tambiรฉn es cierto que tanto ardor es, con frecuencia, un estorbo. Porque es profundo e intenso, Fuentes no es capaz de recrear la superficie ni todos aquellos eventos que ocupan โ€œlas mil y mil minรบsculas e insaciables celdillas del tiempoโ€ (Josรฉ de la Colina). Porque todo es impetuoso, sus personajes son, casi por fuerza, figuras pรบblicas y, obligadamente, estereotipos. Porque รฉl es Carlos Fuentes, ni siquiera la vida cotidiana es sรณlo eso en sus libros: es la manifestaciรณn de algo mayor, otra mรกscara de su ya masiva puesta en escena. Entre tanta intensidad todo adquiere, previsiblemente, un tono grotesco. Aquรญ, en este tomo, no hay nada que no estรฉ sobrado: los diรกlogos son pretenciosos; los gestos, desmesurados; los hechos, melodramรกticos. Aun los escenarios son histriรณnicos: para referir el despertar sexual de una adolescente se ubica la historia al pie de un volcรกn. Tanta tinta pudo haber servido para describir una revoluciรณn o la implosiรณn del sistema polรญtico mexicano. No funciona para relatar cierta normalidad democrรกtica ni los bostezos del infame Mรฉxico que vivimos. Es el suyo un Mรฉxico รฉpico y, por lo mismo, doblemente inhabitable.

Que Fuentes no es Balzac es ya cosa clara. Tampoco es, como se ha insistido, un alumno aventajado de Diego Rivera. Antes que en la pintura, Fuentes hace pensar en la fotografรญa. Su desbordado cauce lingรผรญstico apenas si oculta que, debajo de la palabrerรญa, yacen mรบltiples imรกgenes fijas. Ante todo, una semejanza entre la fotografรญa y la obra de Fuentes: su naturaleza ahistรณrica. Ya ha explicado Susan Sontag que la fotografรญa es un objeto abรบlico: no nos ayuda a comprender la realidad pues รฉsta es histรณrica y la foto, atemporal. Lo mismo puede decirse de la narrativa de Fuentes: transcurre la prosa pero no las imรกgenes. Libro a libro, persisten inmรณviles sus motivos, como si el paรญs tambiรฉn permaneciera estรกtico en una postal. Desde La regiรณn mรกs transparente hasta el รบltimo de sus artรญculos, una reiterada familia de tipos: el polรญtico corrupto, el adolescente enfebrecido, el paรญs idรฉntico a sรญ mismo. Eso y una certeza atemporal: un polรญtico es todos los polรญticos; un adolescente, todos los adolescentes; nada pasa y nada cambia. Al acumular tรณpicos la obra de Fuentes nos empuja, como la fotografรญa, a un sinsentido: no a comprender el paรญs sino a coleccionarlo. ยกMรฉxico para recortar y pegar en un รกlbum!

Toda fotografรญa estรก exenta de experiencia. Es el rastro de un evento, no el evento mismo. Es, como quiere Sontag, un objeto vacรญo, sin sentido propio, referido siempre a otra cosa. Experiencia, eso falta a los 16 relatos de Todas las familias felices. Experiencia, de eso parecerรญa estar desprovista buena parte de la obra de Fuentes. Como se ha apuntado, hay cierto teatro en toda ella, un algo casi operรญstico. Fuentes es un actor consumado y, antes que narrar la experiencia, la representa amaneradamente en el escenario de su improbable Mรฉxico. Los gestos, por ejemplo. La prosa de Fuentes parecerรญa gesticular exageradamente (esos รฉnfasis innecesarios) y se detiene, tambiรฉn sin mesura, en los gestos de sus personajes. Los relatos de este libro sรณlo moderan su flujo verbal para regodearse con los guiรฑos de un padre de familia, con la sonrisa de un homosexual, con la mano de un ficticio Presidente de Mรฉxico. El problema: estรกn los gestos pero no la experiencia que les dio origen. Hay afectaciรณn, no una impresiรณn mรกs o menos directa de la vida. Pasa que la obra de Fuentes rara vez nace de una experiencia. No brota, como aquella novela de Faulkner, del atisbo de unas bragas infantiles; surge mรกs premeditadamente: de la intenciรณn de expresar una tesis. Por lo mismo, los personajes estereotipados, los diรกlogos didรกcticos, el paรญs sin apenas sustancia. Por lo mismo, la experiencia deslavada, casi ausente. ร‰sta, su mezcla ya caracterรญstica: una estructura dramรกtica demasiado pensada y una prosa demasiado inconsciente. Un Fuentes contra sรญ mismo: sistemรกtico aquรญ, anรกrquico por el otro lado.

La fotografรญa es un arte reaccionario. Ninguna otra disciplina sobrevalora tanto el pasado como ella. Para congelar un instante del tiempo es para lo que el fotรณgrafo dispara su cรกmara. Pasado, no historia: la fotografรญa no construye un discurso sobre el ayer ni explica su โ€œfuncionamientoโ€. Conserva momentos y llama, por lo mismo, a la nostalgia. Casi lo mismo ocurre con las รบltimas obras de Fuentes: desde Los aรฑos con Laura Dรญaz, estรกn atestadas de lamentos y aรฑoranza. Todas las familias felices es un libro resueltamente nostรกlgico. Son varios los ancianos que atraviesan estos relatos y todos, mรกs que padecer el presente, extraรฑan el pasado. Son numerosas, ademรกs, las referencias al Hollywood clรกsico y las evocaciones de la vieja ciudad de Mรฉxico. Si alguno, el ritmo de la obra es el bolero, tambiรฉn melancรณlico. Podrรญa decirse que la nostalgia es una seรฑa de honestidad: al fin vencido, resignado a no comprender el Mรฉxico de hoy, Fuentes extraรฑa el de ayer. Hay otro motivo, sin embargo: es tanta la nostalgia porque Fuentes desea que comprendamos sentimentalmente la historia. Asรญ lo ha hecho รฉl en parte de su obra. Incapaz de urdir un trabajo que imite el paso del tiempo, ha extremado el melodrama. En algรบn momento sus emociones extremas lo arrojaron a la escatologรญa (Cristรณbal Nonato, por ejemplo). Ahora, extraรฑando el Mรฉxico que antes criticรณ, se resguarda en la nostalgia.

Una foto, cualquiera, gana valor con el tiempo. ยฟPasarรก lo mismo con el trabajo de Fuentes? Mucho me temo que serรก de otro modo. Su obra, demasiado atada a รฉl mismo, difรญcilmente ganarรก peso cuando su autor desaparezca. Cuesta creer, por ejemplo, que alguien lo leerรก en el futuro como Marx leyรณ a Balzac: para aprender historia. No serรก asรญ porque Fuentes, a pesar de su necedad, no fue un historiador fiable ni un luminoso costumbrista. Dotado de un inusitado poder narrativo, careciรณ de recursos para referir lo pequeรฑo y temporal, para escribir la historia. Estรกn ahรญ, en su obra, los tipos y las instituciones del paรญs, pero no su experiencia. Los cuerpos, pero no aquello que pasa entre un cuerpo y otro. La intenciรณn, pero no siempre el soplo de la literatura. Permanecerรก, sospecho, a la manera de otros autores: como una muestra, acaso intensa, de dos curiosidades ya en caรญda: Mรฉxico y la novela.

Quisiera equivocarme. No es fรกcil escribir estas lรญneas. Como muchos, crecรญ leyendo a Fuentes. Como unos pocos, encontrรฉ en su obra una de esas epifanรญas que nos atan de por vida a una vocaciรณn. Ahora, como cualquiera, sencilla, crasamente traiciono. ~

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es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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