“Nadie debería saber la fecha de su propia muerte”. Con esta frase abre la última novela de Toni Hill –pese a su apellido, nació en Barcelona en 1966 y no tiene lazos anglosajones–, Los ángeles de hielo, publicada por Grijalbo. Es una línea que impacta en el lector al igual que los eslogánes de cualquier serie de la tele moderna antes de que empiece el famoso“previamente”. Un disparo y ya estás enganchado sin remedio. Algo así ocurre con esta novela. Porque Hill no te va a engañar con esta primera frase: te atrapará en los siguientes capítulos y ya no te soltará en esta historia de estilo gótico mezclado con el negro, en la que se aparecerá algún fantasma y mucha represión sexual en la Barcelona de comienzos del siglo XX.
Es posible que al leer el nombre de Toni Hill les resulte un desconocido. Sin embargo, puede considerarse uno de los últimos grandes bestseller en español. Su trilogía de novela negra –El verano de los juguetes rotos, Los buenos suicidas y Los amantes de Hiroshima– ha vendido ya 200,000 ejemplares y ha sido traducida a más de veinte idiomas. La tirada de Los ángeles de hielo ha sido de 30,000 ejemplares, una barbaridad en tiempos en los que la media está en 3,000 ejemplares.
La publicación de su primera novela tuvo una curiosa coincidencia: apareció el mismo día que el gran bestseller mundial 50 sombras de Grey en julio de 2012. Pero rompamos una lanza. La pobreza narrativa de la novela de E.L James (pese a sus numerosísimos lectores), no tiene nada que ver con el pulso que Hill imprime a sus historias a las que tampoco deja abocadas a la simpleza. Son novelas con varios niveles de lectura en las que hay diferentes narradores y saltos-espacio temporales. Eso sí, siempre al servicio de la trama. Exactamente igual que ocurre con la narración en las series televisivas actuales. O con libros que hoy se han convertido en clásicos como Drácula o Rebeca, de Daphne du Maurier. Es el regreso de la buena historia; sin complejos.
“En estos momentos hace falta perder el miedo a la narración. Las series han perdido el miedo a recurrir al melodrama, por ejemplo. Game of Thrones es melodrama de amores cruzados. Y lo vemos todos y nadie se pone a cuestionar si es más o menos cinematográfico simplemente porque hay una trama que genera interés. Sin embargo, si lo llevamos a la literatura parece que esto no puede ser porque la literatura es otra cosa. Yo tengo mis dudas porque el señor Dickens, que ahora es un clásico, no reflexionaba sobre los efectos de la memoria… O si reflexionaba lo hacía con historias que estaban dentro de una trama”, cuenta Hill.
Traductor de autores como Jonathan Safran Foer, David Sedaris o Glenway Wescott, avidísimo lector –su última novela leída fue Instrumental, de James Rhodes– y buen conocedor de la industria editorial española ya que trabaja desde hace años en el grupo Random House, este escritor catalán se lanzó a escribir novelas en un terreno particularmente prejuicioso: el género de la novela negra. A él está adscrita su trilogía en la que aparecen los clásicos crímenes a resolver. No obstante, quizá por sus estudios de psicología –es licenciado en esta materia- sus personajes como el detective argentino afincado en Barcelona, Héctor Salgado, no son una planicie absoluta. Indaga en la psique: nadie mata por el simple hecho de matar, lo que demuestra la absorción de lecturas de la reina del género, Patricia Highsmith. Lo mismo ocurre con las temáticas en las que siempre despuntan las injusticias de clase–hay un llamativo interés por el modo de hacer elitista de la burguesía catalana–, los problemas de las relaciones laborales o, como sucede en la última novela, los traumas causados por la represión sexual o por los conflictos bélicos.
“Hay muchos temas sobre los que puedes reflexionar, pero eso no quita para que, por otro lado, ocurran cosas que, de alguna forma, te enganchan y te hace seguir leyendo. Y yo creo que eso es lo que debería ser”, admite sin tapujos.
No obstante, Hill no es de los escritores que escriban pensando en su público. “Si lo haces, vas mal. Nadie sabe lo que le gusta a la gente”, reconoce. Tampoco se planta delante del ordenador para escribir una novela que venda. No hay una fórmula para intercalar asesinatos o golpes de efecto. “Ni siquiera me hago un esquema. Tengo toda la historia en mi cabeza hasta que estalla y empiezo a escribir. Pero esto es como lo de saber cantar. No sabes por qué, pero te sale”, confiesa. A él le ocurre. Entona bien y a día de hoy, con tanta nota desafinada, se agradece una buena melodía. Bienvenido el arte de narrar y deleitar agitado con una correcta dosis de pragmatismo: “Posiblemente sean novelas que no te cambien la vida, pero es que no tienen por qué cambiártela”.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.