Houellebecq: Un nihilista enamorado

Aniquilación

Michel Houellebecq

Traducción por Jaime Zulaika

Anagrama

Barcelona, , 2022, 608 pp.

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Aniquilación es un libro lleno de casis. Es casi una autoparodia de Houellebecq, casi un melodrama, casi un thriller. Y en ocasiones, muy pocas, en especial en sus últimas cien páginas, es casi un gran libro. Están el nihilismo del autor, su reaccionarismo melancólico, su existencialismo, pero están sepultados por una enorme cantidad de banalidades.

Su primer pecado es su longitud. Sobran demasiadas cosas. Hay mucha narración logística, de movimiento, del estilo “giró hacia la izquierda por la calle tal y se adentró en la plaza cual…”. Quizá el lector parisino sienta algo de fetichismo al reconocer sus calles (aunque para eso ya está Modiano); al resto de lectores creo que les da igual el trayecto que toma el protagonista para ir al trabajo. Abundan las descripciones superficiales de lugares, que a veces tienen el tono de una guía turística o de la Wikipedia: los buenos vinos de la región, su arquitectura medieval… Otras descripciones son directamente digresiones cuya utilidad no alcanzo a comprender; no aportan nada a la historia y tampoco funcionan como un recurso de estilo o cambio de tono. Es decir, no funcionan ni en forma ni fondo. Un ejemplo: el protagonista Paul, un asesor ministerial, se topa con un hombre con una camiseta del grupo AC/DC y el narrador dedica unas diez líneas a explicar el movimiento duckwalk que hace el guitarrista de la banda, Angus Young. Hay innumerables ejemplos así.

Hay otras descripciones que, a pesar de que tienen el mismo tono enciclopédico, sí que sirven a la trama y son más o menos didácticas, especialmente en las partes más thriller de la novela: los ataques terroristas que están como trasfondo del drama principal tienen un origen más o menos satánico. Pero no dejan de ser un poco torpes, al estilo de las series policíacas en las que un personaje se pone a explicar a sus homólogos lo que ya deberían saber.

Aunque quizá lo más enervante es la gran cantidad de sueños que hay. Lo onírico en literatura, a no ser que seas Kafka, suele ser un recurso amateur, facilón y, sobre todo, soporífero. Al menos en Aniquilación los sueños no son alegóricos, pero pensándolo bien quizá si desvelaran claves de la trama al menos resultarían entretenidos.

Aniquilación es una obra ambiciosa y al mismo tiempo transmite cierta dejadez. Normalmente Houellebecq, como ha recordado Alberto Olmos, da por perdidos a sus personajes. En este libro da por perdido también al lector, al que apenas intenta seducir. Da la sensación de que el autor a veces se cansa. La trama de los ataques terroristas se abre y no se cierra; consigue solo en algunos momentos transmitir cierta desazón. La trama política no tiene absolutamente nada novedoso, como sí ocurría en Sumisión, que narraba un posible gobierno islamista en Francia. Aniquilación transcurre en 2027 pero presenta el mismo escenario político francés que el de hoy: un líder tecnócrata al estilo Macron frente a un candidato de extrema derecha. El mundo tras las bambalinas del poder no resulta nada atractivo, y solo lo aborda superficialmente, al igual que el de los servicios secretos (el padre del autor trabajaba en la dgsi, la cia francesa). El drama familiar tiene mucho potencial (las disputas por herencias, los divorcios en la familia, las desavenencias ideológicas y religiosas entre hermanos) pero acaba un poco diluido entre la pura logística hospitalaria, la enfermedad del padre.

El tono notarial, hiperrealista, anticlimático solo se ve compensado con sacudidas melodramáticas que parecen descargas eléctricas para mantener al lector despierto (una muerte repentina, un ataque terrorista especialmente sanguinario, una enfermedad terminal). Aunque conserva su nervio narrativo (la novela se lee muy bien), le falta algo a lo que agarrarse.

No todo es malo, claro. Hay destellos del buen Houellebecq, sobre todo cuando se pone sociólogo. Sus provocaciones no son simples boutades sino que apuntan a cuestiones reales: el declive demográfico, la atomización y disgregación de los vínculos humanos provocada por la modernidad, la pérdida de trascendencia. También resulta emocionante la redención romántica del protagonista, que recupera el amor con su esposa con la que lleva años sin mantener relaciones, aunque quizá lo mejor del libro es cómo afronta la cuestión de la muerte.

Hay subtramas que resultan más interesantes que la principal, lo que demuestra que el autor sigue siendo capaz de contar mucho con poco. Por ejemplo, la historia del hermano de Paul, un restaurador experto en tapices medievales que está divorciándose y se enamora de la enfermera de su padre, es entrañable y melancólica y dramática y está narrada con elegancia.

Se ha dicho que en este libro Houellebecq es un romántico. En cierto modo es así. Después de una larga reflexión sobre la dificultad del amor entre padres e hijos, el narrador concluye que la mejor muestra de amor es la conyugal. Detrás del nihilismo que permea todo el libro hay momentos en los que el amor prevalece, hay personajes que descubren complicidad con sus semejantes y encuentran razones para vivir. Houellebecq, como siempre, acaba quitándoles la esperanza, pero durante unos breves momentos les convence de que la vida no es solo resignación. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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