Existe en la esfera pública mexicana un cúmulo de viejos resortes afectivos que nublan la comprensión precisa de lo que es una izquierda radical en el siglo XXI. Con frecuencia, la profundidad de un programa de izquierda se asocia a la deuda con ideologías del siglo XX, como el nacionalismo revolucionario de la primera mitad de aquella centuria o el socialismo real de la Guerra Fría. Ese desenfoque sobre la mayor o menor intensidad de la izquierda tiene que ver con la hegemonía de partidos tradicionales y, también, con las viejas redes internacionales de la izquierda procubana y prochavista que penetran, sobre todo, los movimientos sociales.
La aparición del libro El futuro es hoy. Ideas radicales para México (Biblioteca Nueva, 2018), coordinado por los jóvenes académicos Humberto Beck y Rafael Lemus, ayuda a pensar el desencuentro entre esas redes y el renovado campo intelectual de la izquierda mexicana. Ninguno de los autores reunidos en este libro forma parte de la cúpula de los partidos que midieron fuerzas en las pasadas elecciones y todos, más allá de sus cátedras universitarias y sus estudios y publicaciones académicas, pertenecen a una generación que se interesa en proyectar su voz en la esfera pública por medio de una presencia constante en medios como Letras Libres, Nexos u Horizontal.
Lo que proponen estos profesores, nacidos todos entre los años 70 y 80, es un catálogo de demandas donde alojar la izquierda mexicana en el siglo XXI. Estefanía Vela Barba y Gabriela Jáuregui se detienen en la desigualdad de género, que ven arraigarse en todos los niveles de la vida mexicana, desde el mercado de trabajo y la distribución salarial hasta las diversas formas de representación cultural. Vela Barba repasa, una vez más, la espantosa cifra de los feminicidios e insiste en que tanto las posibilidades como las condiciones del acceso al trabajo son desfavorables a las mujeres. Jáuregui detalla la subrepresentación femenina en la narrativa hegemónica sobre la producción cultural contemporánea en México.
Fernando Córdova Tapia y Alejandro Hernández Gálvez se ocupan del entramado ambientalista y urbanístico de las sociedades contemporáneas. Desde hace años, incluso en América Latina, hemos rebasado la vieja disputa entre campo y ciudad para internarnos en una administración de las ciudades que requiere de fórmulas de preservación y aprovechamiento de los recursos naturales. La nueva política urbana, desde la conciencia de los efectos desastrosos del cambio climático y el calentamiento global, busca una reinvención de lo común que no expulsa a la naturaleza del nosotros ciudadano.
También en esa dilatación del nosotros se colocan los ensayos de Yásnaya Elena A. Gil, Luicy Pedroza y Alexandra Délano Alonso. Defienden estas autoras la necesidad de transitar a un nuevo modelo de ciudadanía, que rebase los contornos de la nación tradicional, mayormente definida en términos excluyentes. Las comunidades indígenas y migratorias deben ser reconocidas como sujetos de derecho en una ciudadanía postnacional del siglo XXI. Las fronteras de la nación tienen que ampliarse, hacia adentro y hacia fuera de la comunidad, hasta alcanzar una verdadera jurisdicción del conjunto.
Los problemas estructurales básicos de México, la desigualdad, la pobreza, la injusticia y la impunidad, ocupan una zona central de este libro. Los ensayos de Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco y Elisa Godínez ponen el énfasis en los excluidos por un esquema inequitativo de distribución del ingreso y en las víctimas de todos los tipos de violencia, desde la estatal hasta la doméstica, pasando, desde luego, por la del crimen organizado. A través del concepto de “justicia restaurativa”, Godínez propone que el mal de la violencia en México no sea enfrentado, exclusivamente, por medio de la estrategia de seguridad sino que incorpore la reforma integral del sistema de impartición de justicia.
Uno de los acentos distintivos de este libro es la apuesta por un rescate del horizonte utópico en el pensamiento de la izquierda mexicana. Alejandro de Coss, Javier Raya y Jorge Hernández Tinajero reclaman la imaginación de un orden alternativo en tres esferas de la vida: el capital, el trabajo y las drogas. Los autores no renuncian a pensar formas de organizar la producción, menos subordinadas al mercado, más hospitalarias con el derecho al descanso y el tiempo libre y abiertas a la legalización de todas las drogas. La comunidad que resulta de ese ejercicio de imaginación es claramente electiva o utópica.
Hay un pasaje intrigante en las páginas iniciales del volumen, que luego gana en claridad en el ensayo de Mario Arriagada Cuadriello. Dicen Humberto Beck y Rafael Lemus que “llamar democrático el orden oligárquico existente”, como, a su juicio, hacen los “grupos intelectuales”, es más “naturalizar el presente que criticarlo”. La frase denota una caracterización imprecisa del tránsito democrático en México, digamos, entre las reformas de 1977 y las de 1997, por el cual se pasó, de un régimen autoritario de partido hegemónico y presidencialismo inacotado, a la democracia actual que, con todos sus problemas, ha permitido la elección de Andrés Manuel López Obrador con mayoría absoluta.
Esa indistinción entre democracia y autoritarismo, tan frecuente en conceptos arcaicos o ingenuos de la democracia moderna, se deshace en el ensayo de Arriagada Cuadriello, donde los vicios del sistema político mexicano –clientelismo, corrupción, inequidad, fraude…– no invalidan la naturaleza democrática del régimen. El autor habla de la necesidad de “democratizar la democracia”, acreditando la transición mexicana como un legado que no tiene sentido negar. Demonizar la transición, en vez del antiguo régimen autoritario, es un error que han pagado caro algunos movimientos de la nueva izquierda europea y latinoamericana en los últimos años.
En todo caso, el camino a la recepción de estas ideas en los partidos políticos organizados será largo y accidentado. Un programa como este no está afincado en ninguna de las formaciones de la izquierda mexicana, ni siquiera en Morena, aunque tiene algunos antecedentes en la Constitución de la Ciudad de México de 2017, Lo que tal vez obligue a replantear la pregunta por el lugar de la izquierda radical en México. Un lugar que, por lo visto, sigue estando más cerca del campo intelectual que de los movimientos sociales y los partidos políticos, cuyas redes, en muchos casos, desembocan en los circuitos tradicionales de la izquierda hegemónica latinoamericana.
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.