Un único aliento

La nueva novela de Alessandro Baricco es un western metafísico que fuerza las costuras del género.
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Alessandro Baricco (Turín, 1958) firmó su última novela en 2015. Desde entonces, ha publicado esencialmente ensayos –como The game, sobre la revolución digital, o La vía de la narración, sobre el proceso de escribir–, además de un particular canon literario, Una cierta idea de mundo, donde reseña las cincuenta obras según él más destacables de la biblioteca que armó desde cero cuando se mudó dejando atrás todos sus libros; o una antología de artículos de prensa: El nuevo Barnum. El otoño pasado, después de ocho años, el autor turinés volvió a la ficción con Abel, que acaba de traducirse al español. Se trata de una novela singular y espléndida que como otras de Baricco está ambientada en otra época pero trasciende cronologías, y poblada, de nuevo, por personajes memorables.

El subtítulo es Un western metafísico, y en efecto están los ingredientes clásicos de ese género: las llanuras y las praderas, los saloons, la Main Street, las prostitutas, los pueblos indígenas (los dakotas, los nootkas, los makah…), los caballos, las armas. Pero Baricco fuerza las costuras y va más allá: se trata de un western que intenta desvelar lo que se oculta tras esta realidad tangible y polvorienta, que al fin y al cabo es también la nuestra.

El protagonista de la novela es Abel Crow, joven sheriff y asombroso tirador, un nombre con evidentes resonancias bíblicas. También es así en el caso de sus hermanos: David, Samuel, Joshua (Josué) e Isaac. Su hermana, “geométrica en el pensar y visionaria en el creer”, se llama Lilith. Y su novia, una mujer que al final sabremos que tiene un origen peculiar y que aparece y desaparece, se llama Hallelujah. Así pues, hay algo místico aquí, no solo el disparo maestro de Abel, que se llama precisamente el Místico y que le hizo famoso, y que consiste en cruzar los brazos con un arma en cada mano y acertar al mismo tiempo a dos objetivos, uno a cada lado, pero tirando en diagonal. “Cuando matas, eres sagrado.” También hay una bruja (palabra que aparece en español en el original, como se aclara en una nota del traductor), algo parecido a un ángel de la guarda, mitología de los indios americanos (hay una breve bibliografía al final) y un Maestro, el de Abel, otro tirador brillante al que dejaron ciego unos piratas que lograron atraparle y que desde entonces solo quiere viajar y leer. El único precio que pide para enseñar a disparar como él es que le lean en voz alta: “Pasé noches enteras leyendo a Platón, a san Anselmo y Spinoza. Yo no entendía nada, pero me quedó algo parecido a la sensibilidad hacia un color determinado. Una cadencia singular en los pensamientos, un acento extranjero en el hablar”, cuenta Abel. Podría decirse que es un truco fácil para justificar cómo se expresa el protagonista, pero no se siente forzamiento alguno. De hecho, parece natural que el mismo joven que después de un tiroteo se va de putas o se toma un whisky en el saloon hable del concepto aristotélico de entelequia. Afirmaciones como “Es más fácil que el relato de lo que has sido y lo que serás te salga al encuentro como una piel manchada de destellos” se le caen como a un peatón se le puede caer algo del bolsillo.

La historia que cuenta la novela es sencilla: es la de Abel. Pero también la de otros, porque aunque lo intentemos, no estamos solos y somos también un poco los demás. Abel vivía con sus cinco hermanos y sus padres, “tan lejos de todo que nosotros lo éramos todo, y nuestra nada, la única noticia”. Entonces el padre murió, y la madre se marchó, y uno de los hermanos, Isaac, murió, y los otros decidieron marcharse de allí y caminar por separado sus propios caminos. David se hará pastor de almas; Samuel se enriquecerá explotando minas; Joshua ejercerá de telegrafista cuando no tenga problemas con la justicia, algo a lo que sus arranques de locura suelen conducirle; a Lilith le gusta domesticar animales depredadores y ver el futuro. Abel, como ya he dicho, se convierte en leyenda gracias a su pericia con las armas. Es la hermana la que consigue reunirlos de nuevo, para cumplir una misión: salvar a su madre de la horca.

Pero como decía al principio, Baricco va más allá y convierte la novela en una lección de metafísica, no solo porque por las páginas comparezcan Aristóteles o David Hume. Abel tardará muchos años en comprender algo que Joshua, el loco, le dijo en secreto: que “a pesar de que la vida fluía aparentemente como un río, desde las montañas hasta el mar, al mismo tiempo también fluía en sentido contrario, remontando hacia sus fuentes. […] Se trata de un único movimiento, dijo”. Esa ruptura se traslada a la estructura del libro, compuesto de breves capítulos que no responden a una secuencia cronológica, sino que saltan hacia delante y hacia atrás. Porque, como asevera Abel, “no hay un antes y un después, en los acontecimientos: solo hay un único aliento difícil de interpretar”. Es una apuesta arriesgada la de combinar el Salvaje Oeste con las teorías sobre el origen del ser y la causalidad, pero el autor la gana limpiamente y el lector goza con el juego. Además, Baricco sigue haciendo gala de ese humor tan suyo, deliciosamente procaz y faltón, que por medio del contraste hace que todo aterrice y sea más fácil de manejar. Por ejemplo, cuando a las puertas de un burdel Abel le está hablando al Maestro de “la única curvatura del mundo”, recuerda que “La puta me miraba como si yo le estuviera pidiendo que se follara un recuerdo mío y no estuviera segura de qué tarifa pedirme.” En el sermón que Joshua pronuncia en el entierro del Juez, otro personaje sobresaliente que, ya al final de su carrera, con la cabeza un poco ida, condenó a un estafador a aprender francés, dice cosas como: “Es evidente que yo debería estar aquí para recordaros cómo nuestro hermano Abraham tuvo la grandísima suerte de cruzar el umbral que lo lleva a la eternidad, dejando atrás este mar de putadas que la vida nos dispensa, entre las que está la agotadora necesidad de encontrar algo que comer todos los días, el devastador instinto de enamorarse y la humillante tarea de envejecer hasta el punto de acabar cagándote encima.”

Con Abel Alessandro Baricco ha vuelto a demostrar que es un narrador formidable. Quienes ya éramos lectores suyos lo celebramos, y quienes no lo sean pueden empezar por aquí e ir hacia atrás, para ver si de verdad la relación entre el antes y el después no es tan evidente. ~

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Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.


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