A la nรณmina de los grandes libros literarios de Madrid (Galdรณs, Azorรญn, Baroja, Ramรณn Gรณmez de la Serna, Solana), se suma ahora el Madrid de Andrรฉs Trapiello, este con voluntad mรกs enciclopรฉdica y omnicomprensiva, como el proyecto de los pasajes de Walter Benjamin. Si ya en muchos fragmentos de su Salรณn de pasos perdidos y en su libro sobre el rastro habรญa dado buenas muestras de su amor por esta ciudad, ahora le ha consagrado mรกs de quinientas pรกginas, magnรญficamente editadas e ilustradas. En realidad son muchos libros en uno, pero sobre todo dos: las memorias del autor y el tratado sobre Madrid.
Las ciudades son recuerdos, memoria acumulada, la de uno mismo que se suma a la del resto de sus habitantes, y los escritores, pintores o cineastas van superponiendo sus huellas a las de la ciudad, como en un palimpsesto infinito. A cada cual, segรบn su historia y su pasado, segรบn su Madrid, le llegarรกn mรกs hondo unos detalles u otros. Cualquier imagen, olor, sabor o sonido de la ciudad de nuestra infancia es susceptible de despertar en nosotros infinidad de recuerdos, como una ristra inagotable, tal y como ocurrรญa con la famosa magdalena de Proust.
El primer viaje de Trapiello a Madrid desde su Leรณn natal fue para acudir con el colegio a un concurso de Villancicos. De aquella visita conserva varios recuerdos misteriosos y fugaces: la visioฬn de un tranviฬa amarillo, por Arturo Soria; la basiฬlica de Nuestra Senฬora de Atocha, emergiendo del cielo; la Casa de Fieras del Retiro, y un luminoso animado en forma de hucha en el paseo de Recoletos, โel primero que vi en mi vidaโ, en la casa moderna donde estuvo la libreriฬa Buchholz.
Despuรฉs, cuando con diecisiete aรฑos se escaparon รฉl y su hermano de su casa en Leรณn y vinieron en tren a Madrid, recuerda Trapiello cรณmo estuvieron una hora esperando en la boca de metro de Plaza de Espaรฑa, casi mudos, viendo entrar y salir a la gente por las escaleras del suburbano. Desde donde se encontraban veiฬan los roฬtulos de la avenida Joseฬ Antonio y de la calle Leganitos, que en el juego del Palรฉ eran la calle mรกs cara y la mรกs barata del tablero. Desde entonces, siempre que pasa por esa esquina se acuerda de aquella maรฑana.
Su hermano se volviรณ a Leรณn, pero รฉl se quedรณ unos meses en Madrid, imberbe, flaco y paฬlido, con el pelo largo y negro, gafas de concha, vaqueros de campana y zapatos viejos y sucios. De aquellos meses de primavera Trapiello recuerda sus paseos por el Madrid viejo y por los arrabales de Carabanchel (donde vivรญa por entonces) al caer la noche. Veiฬa las ventanas iluminadas y se imaginaba habitando el salรณn hospitalario y confortable. El Madrid de aquel lado del riฬo estaba vaciฬo, no circulaba ninguฬn coche, parpadeaban los semaฬforos en aฬmbar (por entonces los dejaban descansar durante la noche), no habiฬa escaparates iluminados, y las farolas โprestaban su luz con tal usura que eran muchas maฬs las sombras que creaban, que la oscuridad que quitabanโ.
En sus trayectos en metro desde Carabanchel Alto hasta Plaza de Espanฬa, se apeaba a veces en la estacioฬn de Bataฬn o del Lago y se daba un paseo por la Casa de Campo. Veรญa allรญ a los maletillas que haciฬan praฬcticas con un toro de carril o se ponรญa a leer junto al lago, viendo pescar a los jubilados โunos pececitos como para hacer llaverosโ o paseando por aquellos montes, oyendo cantar a los paฬjaros, sentado con la espalda pegada a un aฬrbol, escribiendo poemas. Tambiรฉn frecuentaba los atardeceres desde la plaza de Oriente, el templo de Debod o las Vistillas, con la Casa de Campo en primer plano y un trozo de la sierra del Guadarrama detrรกs, tal y como la pintaba Velaฬzquez desde su estudio del Torreoฬn de los Vientos del Alcaฬzar para ponerla en el fondo de sus lienzos.
Trapiello cree que si sobreviviรณ entonces a sus desventuras fue porque a menudo pensaba que todo lo malo de aquello le estaba sucediendo a otro, reservaฬndole a su verdadero yo lo maฬs agradable, como pasear y conocer cosas nuevas. Se propuso, por ejemplo, ser un โexperto en Madridโ, a cuenta de unas oposiciones. Se deciฬa: โSi alguien, cuando esta etapa concluya, me pregunta queฬ he hecho este tiempo, le direฬ: estudiar Madridโ. Y asรญ, varias dรฉcadas despuรฉs, le ha salido este libro de experto en Madrid, forjado a lo largo de una vida de experiencia y lecturas.
La cantidad de detalles memorables es tal que este breve artรญculo podrรญa convertirse en un mamotreto de antologรญa. Seleccionemos algunos:
-El bar del Ciฬrculo de Bellas Artes, con sus altรญsimos techos, llamado โpeceraโ porque a quienes se sientan alliฬ espiando a los transeuฬntes a traveฬs de sus ventanales se les acaban poniendo ojos de besugos, como buฬhos de mar.
-La tienda de encurtidos del arco de San Miguel, con sus arenques en tina, berenjenas en tarros y treinta clases de aceitunas de todos los colores y tamanฬos, igual que abalorios.
-Los cines de la Gran Vรญa (Coliseum, Capitol, Actualidades, Callao, Rialto, Palacio de la Prensa, Palacio de la Muฬsica, Avenida), con asientos para mil espectadores, con โacomodadores vestidos con traje de domador, gorra de plato y cordones en el pecho, y mayoretes que pasaban vendiendo tofes, chocolatinas y garrapinฬadas en los descansos, y unas aranฬas con un milloฬn de pinjantes que amenazaban tambieฬn con precipitarse sobre el patio de butacas causando la consiguiente mortandadโ.
-La calle del Desenganฬo y la Costanilla de los Desamparados, los nombres maฬs bonitos e Madrid.
– El edificio de la Telefoฬnica, con cierto aspecto sovieฬtico, y su reloj luminoso, que antes era rojo, โinyectado en sangre como el ojo del ciฬclopeโ, y ahora es azul.
-El edificio del cine Capitol, con su neoฬn de Schweppes, que โaproa hacia la Red de San Luis como un buque racionalistaโ, y el luminoso de la misma agua tรณnica que desapareciรณ en la esquina de Gran Viฬa con San Bernardo: โuna botella de cuyo gollete brotaban inagotables las bolitas carboฬnicas. [โฆ] Lo quitaron. Como se protegioฬ por ley el neoฬn de Tiฬo Pepe de la Puerta del Sol, debieron impedir que se quitara el de aquella botella. Un diฬa apareceraฬ en el rastro, para venderlo a trozos, burbuja a burbujaโ.
-La fachada del antiguo Hospicio, de estilo barroco churrigueresco, que parece โel magmaฬtico borboteo de una ollaโ.
-Las calles que antiguamente โpermaneciฬan a oscuras durante la noche, metafiฬsicas, y durante el diฬa, polvorientas y pueblerinasโ, y que fueron aรฑadiendo el alumbrado, el alcantarillado, la traiฬda de agua a las casas y la entronizacioฬn clorofiฬlica en sus espacios puฬblicos.
-Las acacias de Madrid, โaฬrbol sufrido, pobre, casi desnudo, de hojas pequenฬas y tiฬmidas, y tan ensimismado que parece tener una perpetua nostalgia de la sabana africana, de donde procedeโ.
-Los olores: โEn invierno tuvo Madrid el olor, ya extinto, de las gallinejas y fritangas que se aviaban en los anafes callejeros; en primavera el de las acacias, en peligro de extincioฬn, y en otonฬo, de momento superviviente, el mucho maฬs cervantino y envolvente de las castanฬas asadas, acaso el maฬs melancoฬlico de todos los olores de Madrid y del mundoโ.
-Los colores merecen que se les cite con el pรกrrafo completo: โMadrid entero era color pensioฬn, color comisariฬa, color ferroviario, color ferreteriฬa, color caฬrcel, color โporteriฬaโ, color โse cogen puntos de mediaโ, color โmateriales de construccioฬnโ, color โcarbonesโ, color cabrones, color ceniza, color zapatero de portal, color โse compra pan duroโ, color papel viejo, papel estraza, papel carboฬn, papel secante, papel mojado, color penitencia, color Adoracioฬn Nocturna, color monja, color cura, color hambre, color tifus, color lepra, color orines, color esputos, color Valdepenฬas, color toฬmbola, color โvuelva usted manฬanaโ, color congreso eucariฬstico, color โperdona a tu pueblo, Senฬorโ, color โgomasโ, color โveneฬreasโ, color hormiga, color carmiฬn, color conejo…โ
Aquรญ el socorrido โEtcรฉteraโ serรญa como una redundancia con resonancias infinitas, si decir eso tiene algรบn sentido.
La silueta de Madrid ha ido cambiando a golpe de piqueta y desmemoria. La historia de sus uฬltimos doscientos anฬos es, como dice Trapiello, โla pugna a muerte que libran en las ordenanzas municipales la voracidad de los especuladores y la sentimentalidad de los cronistas municipalesโ. Quienes todavรญa lloramos la desapariciรณn de los preciosos palacios de la Castellana nos preguntamos tambiรฉn coฬmo es posible que se permitiera aquel urbanicidio: โSe habiฬan construido todos en apenas setenta anฬos, desde mediados del XIX a principios del XX, y cuando ninguno habiฬa llegado todaviฬa a los cien, los demolieron.โ Fue lo maฬs parisino que tuvo Madrid.
En cada una de esas desapariciones se van cientos de novelas sin contar, las vidas de cuantos han habitado esos edificios y paseado esas calles, โmuchas de las cuales se conservan auฬn, a modo de fichero, en las laฬpidas de sus cementerios y sacramentalesโ. Tambiรฉn lloramos la pรฉrdida del eiffeliano mercado de Olavide y el templete de la Red de San Luis, obra del mรกximo genio arquitectรณnico de Madrid: Antonio Palacios.
El Madrid de la Movida, el Madrid romรกntico, el Madrid histรณrico, el Madrid de la Guerra Civil, el Madrid de Galdรณs, el de Mesonero Romanosโฆ Todos los Madriles tienen cabida en este libro inagotable, que es una declaraciรณn de amor a esta ciudad tan odiada por algunos. Termina diciendo Trapiello: โNo seฬ si Madrid es este cajoฬn de sastre donde he puesto mi vida, o si el cajoฬn de sastre lo soy yo, con Madrid y todas y cada una de sus criaturas dentro, acomodadas como han ido llegando un poco al azar, eso siฬ, para quedarseโ. Tanto da. Lo que estรก claro es que merece mucho la pena ponerse a hurgar en ese cajรณn de doble fondo.
Madrid, Andrรฉs Trapiello
Barcelona, Destino, 2020, 560 pp.
Ernesto Baltar
Ernesto Baltar (1977) es Doctor en Filosofรญa por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado en Filosofรญa y en Teorรญa de la Literatura y Literatura Comparada, ha trabajado como profesor de filosofรญa, editor y traductor freelance.