El acertijo de la migración

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El río Bravo, que separa Estados Unidos de México, constituye el punto de apoyo de uno de los diferenciales de oportunidades más grandes del mundo. Sin embargo, con una frontera de 3,152.90 kilómetros, México y Estados Unidos difícilmente podrían vivir el uno sin el otro. México es el segundo socio comercial mayor de Estados Unidos, después de Canadá, y México también es su mercado en más acelerada expansión para las exportaciones de bienes y servicios nacionales. El comercio entre ambos países asciende a más de 260,000 millones de dólares. Si eso no bastara para garantizar algo más que una relación pasajera entre vecinos, tómense en cuenta las ochocientas mil personas que pasan a diario a Estados Unidos por esa frontera, o los más de ocho millones de mexicanos que hay entre los extranjeros residentes en Estados Unidos, contabilizados en el último censo.
     Con la intención de esclarecer las repercusiones de la migración mexicana en la economía, las comunidades, la demografía y el futuro de Estados Unidos, se ha producido una abundante bibliografía popular y académica, muy dividida en sus opiniones. Ahora, al alba del siglo XXI, la inmigración en Estados Unidos de nuevo adquiere un gran interés en la política del país, y México sigue captando mucha atención. Cuando el presidente de Estados Unidos George W. Bush anunció en enero su intención de poner en marcha un plan temporal para trabajadores que hiciera coincidir los intereses de los empleados y los patrones que estuvieran dispuestos a ello, no hubo duda de que las consecuencias de tal programa serían enormes para México. Aunque el plan del Presidente no entraba en detalles, y generaba una excitación más o menos predecible en ambos lados del pasillo político, fue la primera señal posterior al 11 de septiembre de que la política de migración se consideraba de nuevo en la agenda política. Para los negociadores mexicanos y estadounidenses que habían logrado progresos sustanciales en el tema migratorio durante los primeros ocho meses del 2001 —sólo para ver que las discusiones se estancaban después de los sucesos del 11 de septiembre—, el anuncio representaba sin duda una noticia bienvenida. Auguraba una ronda de discusiones sanas que irían mucho más allá de las preocupaciones sobre seguridad nacional de Estados Unidos.
     El revuelo provocado por las declaraciones del Presidente, tanto por lo que abordaban como por lo que no, y en el que participaban por igual las fuerzas en pro y en contra de la inmigración, conforma una perspectiva que impone la necesidad de contar con un conjunto básico de datos sobre la inmigración y la integración, para debatir con inteligencia el problema fuera del ámbito especializado. La presente reseña evalúa los trabajos de diversos autores que han tratado de aclarar este panorama.

México en el contexto migratorio de Estados Unidos
 
     La inmigración legal e ilegal en Estados Unidos superó en el decenio de 1990 la marca establecida en el periodo comprendido entre 1900 y 1910, cuando llegaron a Estados Unidos casi 9.5 millones de personas, que representaban entonces alrededor del 15% de la población. Hoy en día, si bien la cifra de inmigrantes ha aumentado, éstos sólo constituyen el 11% del total de la población. En el último decenio más o menos, han aumentado tanto la inmigración legal permanente como la de carácter temporal, lo que refleja y marca el ritmo de la dinámica expansión mundial de la economía estadounidense.
     Siguen predominando en el panorama migratorio los inmigrantes mexicanos, con sus eficaces canales de paso a Estados Unidos, vigentes desde antes de la Segunda Guerra Mundial. En el decenio de 1990, del 25% al 30% del total de la inmigración en Estados Unidos estuvo compuesto exclusivamente por mexicanos (comprendidos los cálculos más recientes del volumen de la inmigración mexicana indocumentada).
     Sin embargo, la inmigración no autorizada de México a Estados Unidos ha captado la atención de la prensa y de las actividades orientadas al cumplimiento de la ley. Reflejando el apetito de una fuerza laboral que se desprendía de una economía estadounidense siempre vigorosa en la segunda mitad de los noventa, y amparándose en las fuerzas puestas en movimiento por el Immigration Reform and Control Act (IRCA, la ley de reforma y control de la inmigración), bajo la cual dos millones de mexicanos sin papeles obtuvieron estatus legal, la inmigración ilegal a Estados Unidos durante los años noventa fue muy acelerada. Los expertos sitúan hoy la cifra total de inmigrantes no autorizados entre nueve y diez millones de personas, de los cuales hay apenas cerca de 5.3 millones de mexicanos, equivalentes al 57%, mientras que los latino-americanos abarcan otro 22% (Passel, 2002). Cerca de tres quintas partes del total de los inmigrantes no autorizados ingresan ilegalmente en el país; el resto se queda después de vencerse sus visas. Estos nuevos cálculos de la numerosa población de mexicanos indocumentados en Estados Unidos, que desbordan las previsiones oficiales, han puesto sobre el tapete la eficacia de las medidas fronterizas y lo que debe hacerse con la población indocumentada que ya es residente y, en algunos casos, decisiva para algunas industrias de Estados Unidos.
     Resulta igualmente interesante e inquietante, según la perspectiva que setenga, que los resultados del censo del 2000 confirmaran una tendencia que algunas personas han venido observando, por poco documentado que uno sea, respecto del último decenio. Es decir, que los inmigrantes mexicanos (y gradualmente otros, en particular los refugiados recientes), independientemente de su condición, están dispersándose por Estados Unidos en cantidades no conocidas desde las grandes migraciones del periodo 1870-1920, lo que hace de la migración un fenómeno en verdad “nacional” por vez primera desde principios del siglo XX. (Véase “Foreign Born in the United States“, en www.migrationsource.org).
     El evaluar la relación migratoria entre Estados Unidos y México a la luz de las recientes declaraciones del presidente Bush, con las cifras y las pautas de distribución actuales, impone afrontar una amplia serie de cuestiones económicas, así como una variedad de problemas en general comprendidos en el concepto de “integración”. Un grupo de analistas políticos e investigadores de las ciencias sociales ha mantenido lucrativos empleos tratando de entender el conjunto de las cuestiones migratorias y la forma en que se relacionan entre sí a través de las generaciones, entre los sexos y desde el punto de vista geográfico, especialmente porque sigue siendo difícil ponerse de acuerdo sobre cualquiera de estos temas.

Los efectos de la inmigración en la economía y la sociedad de Estados Unidos
Dos males aparentemente incurables paralizan desde hace mucho tiempo el debate serio de las repercusiones generales de la inmigración en la economía y el mercado de trabajo. Primero, existe la dificultad inherente de entender en forma holística los efectos económicos de la inmigración, sin reducirse a simples ejercicios de contabilidad fiscal de los costos y beneficios. Segundo, el debate se presta fácilmente a la demagogia que caracteriza ambos polos del espectro político con respecto a las consecuencias de la inmigración. La exageración de dichas consecuencias, por parte de cualquiera de las dos posiciones, hace casi tanto daño como calcularlas incorrectamente, y vuelve todavía más difícil lograr un equilibrio.
     Así las cosas, en Heaven’s Door: Immigration Policy and the American Economy, George J. Borjas trata de aclarar las repercusiones específicas de la reciente oleada de inmigrantes llegados a la economía de Estados Unidos. Borjas, en una investigación provocadora, señala: “Antes de decidir cuántos y qué grupos de inmigrantes recibir, el país tiene que determinar a qué grupos de estadounidenses deberían beneficiar y a cuáles perjudicar” (1999: XIV). Con un sistema migratorio que le atribuye un valor fundamental a la unificación familiar, Borjas sostiene que Estados Unidos ha visto reducirse las buenas cualidades de los inmigrantes ya que cada vez llegan menos europeos y más latinoamericanos y mexicanos. Los inmigrantes sin calificación, legales e ilegales, han constituido un importante rescate para las empresas que funcionan con márgenes reducidos y, definitivamente, para las grandes actividades industriales y agrícolas que necesitan trabajadores poco calificados. También han apuntalado los servicios disponibles para los trabajadores de las clases media y media alta que necesitan cuidadores de niños, de enfermos y trabajadores domésticos. Y, con todo esto, han contribuido a mantener una fuerza de trabajo estadounidense joven y abundante.
     Nada de esto es malo —según Borjas— salvo para los trabajadores nacionales no calificados, sobre todo para los trabajadores africanoestadounidenses que luchan por ganarse la vida en la parte más baja de la escala económica. En este caso —sostiene—, los inmigrantes han ensanchado y empeorado la desigualdad al competir con los trabajadores que ganan menos. Además, su análisis indica que la baja calificación persiste a través de las generaciones y se anida en los “guetos pobres” de las etnias. Lo que aportan en mano de obra los inmigrantes se consume en servicios de bienestar social, dados los altos índices de pobreza que hay entre los extranjeros residentes. El remedio, según este análisis, es un sistema migratorio, parecido al de Canadá y Australia, que privilegia la calificación, el idioma y la experiencia.
     En “Immigration from Mexico: Assessing the Impact on the United States”, Steven Camarota llega a las mismas conclusiones. Camarota, como Borjas, sostiene que el flujo cada vez mayor de mano de obra mexicana no calificada ha reducido los salarios de los trabajadores nacionales que no cuentan con formación media. Camarota señala que los mexicanos, en vez de reforzar la producción económica, en realidad son un subsidio a las empresas, ya que reducen los costos de la mano de obra. Es más, indica que la utilización de los servicios sociales por parte de los mexicanos es algo que les cuesta a los contribuyentes de Estados Unidos. Como Borjas, Camarota propone limitar la inmigración legal no calificada y la inmigración indocumentada en Estados Unidos. Mientras Borjas se interesa en los “guetos de las etnias”, Camarota señala que la “discriminación” y la polémica palabra “cultura” son las responsables de algunos de estos costos.
     Parte del problema de estos análisis de las repercusiones económicas es que no se puede captar la totalidad de las mismas. Parece haber un amplio consenso analítico en que, en conjunto, la inmigración beneficia a los inversionistas, a los empleadores, a los consumidores, así como la posición económica internacional del país, y no perjudica las oportunidades laborales de la gran mayoría de trabajadores que ya está en el mercado de trabajo. El panorama es menos claro en cuanto a los efectos de los inmigrantes en los salarios, tema que tratan los dos autores mencionados. Sin embargo, en un mundo donde hay pocos obstáculos al comercio y las organizaciones débiles de los trabajadores, calcular las repercusiones de la inmigración en los salarios parece casi ocioso. Además, conforme la economía de Estados Unidos privilegia más bien a los trabajadores más calificados, no queda claro si el daño a los trabajadores nacionales poco calificados es un simple efecto de la inmigración poco calificada —y de la competencia que significa, en lugar de una complementariedad— o si refleja desplazamientos tectónicos más profundos de la propia economía, y el ritmo intenso de la liberalización del comercio y la globalización.
     Lo más importante es que estos estudios no consiguen medir los beneficios que, aunque difíciles de cuantificar, son esenciales para evaluar plenamente los efectos netos de la inmigración. Entre éstos están: que la educación y la escolarización de los inmigrantes la han pagado otros países, por lo general más pobres (hay una cifra considerable de inmigrantes postgraduados así como de inmigrantes sin escolarización media completa); el valor de los efectos económicos ascendentes y descendentes de la expansión lograda por la inmigración en las industrias que dependen de los inmigrantes; las posibilidades comerciales alcanzadas o ampliadas gracias a los inmigrantes, y el valor económico del propio capital de los empresarios inmigrantes y de sus inversiones personales.
     Que la inmigración produzca beneficios considerables, aunque a menudo no lleguen a medirse, no supone necesariamente que todos los inmigrantes incrementen el bienestar general ni que la inmigración siga siendo una ventaja. Una gobernación responsable exige que los niveles de inmigración sean flexibles, que las repercusiones de la inmigración en el mercado de trabajo estén sujetas a la política migratoria —para que se acaten en general las políticas de recursos humanos del país—, que los efectos demográficos de la inmigración se conozcan con claridad y se ajusten a los objetivos del país receptor, así como tratar con prontitud, pero con equidad, los efectos sociales no previstos e indeseables, comprendido el acceso desautorizado al sistema de bienestar del país.
     Pero ¿y la economía de la inmigración no autorizada? Lo que ambos autores señalan, correctamente, es que la inmigración ilegal socava el principio de la primacía del estado de derecho en las sociedades que funcionan bien. Las preocupaciones sobre temas de seguridad nacional también han dado como resultado la noción de que ciertos terroristas potenciales podrían estar escondidos entre las filas de los indocumentados, como proverbiales “agujas en el pajar”. Roberto Suro, en Strangers Among Us, contempla en general la inmigración latinoamericana en Estados Unidos tomando en cuenta que la inmigración ilegal ha llegado a caracterizar una parte considerable de la misma. Suro defiende la aplicación de más medidas de disuasión en la frontera, más atención a que los empleadores y las maquiladoras cumplan la ley, y más reglamentación para tratar los persistentes problemas que se presentan en los barrios de los latinoamericanos. Dice: “Los latinoamericanos que han decidido quedarse a vivir en forma permanente en Estados Unidos… tienen que aceptar que un flujo ilegal en gran escala es perjudicial para sus intereses a largo plazo” (p. 277). Según este autor, la situación discutible e inestable de los inmigrantes no autorizados se opone al intento de crear instituciones cívicas y de barrio permanentes.
     Suro tiene razón al señalar que la inmigración ilegal —que no es el caso de todos los inmigrantes latinoamericanos, ni siquiera de la mayoría— preocupa mucho a la población y alimenta la oposición a los inmigrantes, la cual desdibuja la diferencia entre la inmigración legal y la ilegal, y puede llegar a oponer a un público —siempre ambivalente— a todo tipo de inmigración. Por eso, quienes están a favor de que se reciban flujos generosos de inmigración legal a menudo pueden parecer tan interesados como sus adversarios ideológicos en impedir la inmigración ilegal.

Integración, la otra cara del debate
sobre la inmigración
     Si bien son muchos los temas prioritarios del programa migratorio de Estados Unidos, destaca sin duda alguna el correspondiente a la integración. Esto significa, a grandes rasgos, conocer mejor e intervenir acertadamente en el proceso recíproco a través del cual los inmigrantes se adaptan a las comunidades en que ingresan, y éstas a los recién llegados.
     Los inmigrantes han comenzado a escoger destinos diferentes a las ciudades tradicionales de ingreso, creando focos cada vez más significativos de actividad migratoria en todo el país. Al mismo tiempo, la oleada migratoria que caracterizó el decenio de 1990 ha chocado contra otra importante fuerza social de Estados Unidos, una transformación demográfica que está haciendo llegar a la edad dorada a 76 millones de personas del auge demográfico posterior a la Segunda Guerra Mundial. William Frey y Ross C. DeVol indagan el choque de estas dos fuerzas en su monografía titulada “America’s Demography in the New Century: Aging Baby Boomers and New Immigrants as Major Players”. Estos autores indican que en todo el país se manifestará en formas distintas cómo “envejece esa generación del auge demográfico y se agrupan los nuevos inmigrantes”. En vez de que en el país haya varias Floridas, donde vivan muchos jubilados, o un país de californianos, con su intensa mezcla de inmigrantes, el país tendrá un aspecto muy diferente: “sustituirán el panorama uniforme del crisol étnico muchas fusiones lejanas del centro menos diverso de Estados Unidos” (p. 3).
     La contribución real de este análisis es la propuesta del autor de que estas pautas divergentes de asentamiento indican estrategias muy diferentes en los ámbitos local, estatal y federal. Estados Unidos ya no será un país homogéneo. En este análisis se presentan veintiún zonas como las principales por su diversidad étnica, entre ellas: Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Washington d.c., San Francisco y Dallas. En ellas, Estados Unidos mantendrá su vitalidad, ahí florecerán los mercados y el consumismo, y ahí prosperarán las parejas interétnicas, medida decisiva de la integración. También ahí tendrá especial prominencia la población latinoamericana, reforzada por el flujo de mexicanos y de otros inmigrantes procedentes de América Central y de otras partes de América Latina.
     Lo que consta, sin embargo, es que algunos estados ya han visto un enorme incremento del porcentaje de extranjeros residentes. Así las cosas, es posible que las líneas trazadas por Frey y DeVol no resulten tan tajantes como lo indica su análisis, pero es evidente que las cifras por sí mismas señalan que se trata de los estados y regiones que tienen detrás una larga historia de inmigraciones, y que seguirán definiendo el debate sobre la integración. El crecimiento y cotinuidad de la inmigración mexicana determinará la respuesta de esas zonas en el debate nacional y su futuro.
     ¿Y por qué tanta bulla por la integración? Conforme las comunidades estadounidenses acogen inmigrantes en cifras desconocidas desde los primeros decenios del siglo pasado, para seguir funcionando bien tienen que prestarle particular atención a la distribución de los recursos públicos y privados con fines de integración. Frey y DeVol, así como Suro, señalan en especial el crecimiento de la población latinoamericana en Estados Unidos y la fragilidad que sigue caracterizando su integración en este país, pese a todo lo que los inmigrantes y los propios estadounidenses dicen de la integración.
     Imposible exagerar la importancia de este asunto. Tomando en cuenta el ritmo acelerado de la inmigración, la viabilidad y buen funcionamiento a largo plazo de la sociedad en Estados Unidos pueden depender de que se resuelva el acertijo de las relaciones entre los distintos grupos más de lo que muchos se percatan. Ésta es la aportación del Handbook of International Migration, obra del Comité del Consejo de Investigación en Ciencias Sociales, cuyo propósito es establecer el rumbo futuro de la investigación. Este tomo de quinientas páginas aborda algunos de los problemas prácticos y teóricos más difíciles del tema, comprendido un robusto debate analítico de la asimilación y la adaptación. Las colaboraciones de Alba y Nee, Gans, Rumbaut, Foner y otros académicos serios constituyen una concienzuda explicación de dónde ha llegado el debate y adónde puede conducir. En particular, el estudio de la segunda generación de los inmigrantes y sus problemas, la movilidad descendente, la asimilación lingüística, el desempeño de la fuerza de trabajo y la dinámica familiar en el fenómeno migratorio, ayuda a entender por qué no existe una única voz predominante o una escuela en este campo fundamental y decisivo, sino numerosas teorías válidas. Lo más importante es el compromiso de los editores de entender la inmigración y la integración como proceso de largo plazo que requiere por fuerza datos longitudinales, cuyos análisis deben tomar en cuenta los responsables de elaborar las políticas, en un intento por buscar soluciones revolucionarias para los problemas en transformación.
     Precisamente por esto la aportación de Alejandro Portes y Rubén Rumbaut, en sus textos conjuntos Legacies y Ethnicities, resulta de lo más oportuna. Los autores indagan el concepto organizador de la “asimilación segmentada”, a partir del estudio longitudinal sobre hijos de inmigrantes (CILS), proyecto de investigación de fondo que sigue la trayectoria de 5,262 adolescentes y sus padres, de 77 nacionalidades, residentes principalmente en San Diego, California, y en Miami y Fort Lauderdale, Florida. Los autores señalan que hoy ya no existe un proceso de integración común entre todos los inmigrantes, ni ese proceso encamina a todos los inmigrantes por el mismo rumbo. En efecto, Portes y Rumbaut indican que el capital humano encarnado y personificado en los inmigrantes, y sus familias, probablemente sea el mejor instrumento para predecir el éxito de la integración, la cual comprende la probabilidad de ingresar en la clase media de Estados Unidos en vez de contarse entre las minorías del país o las comunidades étnicas.
     Las experiencias que encuentran los inmigrantes donde se establecen repercuten en sus oportunidades, del mismo modo que su presencia produce transformaciones sociales, culturales y económicas —sin mencionar las reacciones políticas— que, a su vez, modifican el tejido de la comunidad. Cuando no se promueve y alcanza la integración de los recién llegados, se pierde una oportunidad de beneficiarse de la inmigración lo más plenamente posible. Más importantetodavía, una integración deficiente comporta el peligro de crear diferentes clases de integración en nuestras sociedades, en detrimento de la cohesión social. La tolerancia, la inclusión, la igualdad, las relaciones intergrupales eficaces y la esperanza no son, por lo tanto, meras abstracciones: son elementos indispensables de las comunidades y las sociedades multiétnicas que funcionan bien.

Conclusiones
A pesar de que las recientes declaraciones del presidente Bush abrieron la puerta para un muy necesario debate sobre inmigración, y reconocieron que existen empleos disponibles en Estados Unidos para los trabajadores mexicanos, se quedan cortas en dos sentidos importantes. En primer lugar, el concepto de trabajador provisional, por su propia naturaleza, ignora que las redes étnicas actuales están tan consolidadas que sería difícil manejarlas a través de políticas de control simplistas. En segundo, las preferencias y hábitos de consumo estadounidenses han nutrido y reforzado la inmigración ilegal a lo largo del tiempo. En tercer lugar, la prioridad de la reunificación familiar dentro de la política de inmigración estadounidense, y el largo periodo que atraviesan muchos mexicanos en espera de reunirse con sus familiares que son residentes legales en Estados Unidos, crea incentivos adicionales para ingresar al país de manera ilegal. Sin el total reconocimiento de estos factores, Estados Unidos nunca será capaz de afrontar con éxito ni la inmigración —tanto la legal como la ilegal— ni la política de integración de los inmigrantes.
     Aun así, hay un fuerte incentivo para que Estados Unidos llegue a un acuerdo bien ponderado con México en materia de inmigración. Semejante avenencia podría comenzar por reconocer que el enorme refuerzo de la defensa de la frontera, que asciende a cerca de 2,300 millones de dólares anuales, no ha logrado reducir el número de ingresos ilegales. Los incentivos para que México negocie un cambio significativo de la situación tienen la misma eficacia: se cuentan más de dos mil muertes en la frontera en los últimos años. Allí está, pues, el desorden producido por el repetido regreso a Estados Unidos de muchas personas que entrarían ilegalmente en ese país, y la evidente preocupación de que la actual discusión en torno a la inmigración pueda contaminar la relación bilateral. El presidente Fox ha expresado un optimismo cauteloso con respecto de la propuesta de Bush. Dado el compromiso adquirido con su electorado, en el sentido de impulsar un acercamiento bilateral que derive en verdaderas ganancias para los trabajadores mexicanos, la total aceptación de una iniciativa encabezada por Estados Unidos puede resultar difícil.
     A pesar de la falta de consenso nacional y político sobre el rumbo que conviene seguir, la situación de la migración entre ambos países ha dado lugar casi a una simbiosis natural entre los objetivos de los trabajadores emigrantes de México y sus familias, por una parte, y los intereses y expectativas de los empleadores, inversionistas y consumidores de Estados Unidos, por la otra. Desde este punto de vista, no es sorprendente que las políticas que se oponen a este vigoroso mercado y las fuerzas sociales de una sociedad que, por lo demás, adora la libre empresa y la opción personal, haya dado pocos resultados. ~

©The Migration Policy Institute
     Traducción de Rosamaría Núñez

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