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Siempre queremos volver a la calle Ámsterdam, ese pintoresco rincón en la colonia Condesa que no se parece a ningún otro sitio de la Ciudad de México ni del mundo. En forma de elipse, esa arteria urbana repleta de edificios residenciales y restaurantes nos recuerda que uno siempre acaba por regresar al punto de partida. La icónica avenida personifica el eterno retorno, la serpiente que se come a sí misma, un reloj que no deja de reciclar su arena del tiempo. Es ahí donde Sergio Schmucler ambienta su novela corta El guardián de la Calle Ámsterdam, que además de novela es también un pequeño manual de la historia de la humanidad.
En una antigua casa construida en el centro del óvalo de la calle Ámsterdam vive Galo, nieto e hijo de un carpintero. Cuando conocemos al protagonista es aún un niño que apenas comienza a auscultar su existencia. A través de sus ojos y sus oídos vamos descubriendo distintos eventos y personas que marcaron el siglo XX para siempre. Aparecen en la calle y se habla acerca de personajes históricos como Lázaro Cárdenas, Ernesto “Che” Guevara, el dictador Francisco Franco y Carlos Gardel. Pero la energía y vitalidad de la novela existe gracias a sus personajes ficticios, rostros anónimos, náufragos urbanos, como los exiliados españoles, argentinos y judíos que le suman complejidad a la trama de Schmucler. Es a través de los personajes de la calle, gente sincera y entrañable, que Galo conoce más acerca de la guerra civil española, el holocausto, la expropiación petrolera, el movimiento estudiantil del 68, entre varios otros sucesos.
Más que una clase de historia, la narración es una radiografía del ser humano en la que podemos identificar sus fallas y su eterna añoranza por cambiar el mundo a como dé lugar. Con un lenguaje sencillo mas no simplón, el autor argentino repasa los periodos más truculentos y terribles de la historia, así como los más revolucionarios y catárticos, con una facilidad admirable. La voz del narrador se convierte en la voz de un amigo que nos cuenta con un café en mano lo que ha pasado con su vida durante las décadas que no lo hemos visto. La novela comienza con la Segunda Guerra Mundial y termina en la década de los ochenta.
El guardián de la calle Ámsterdam es una especie de bildungsroman, una novela de aprendizaje en la cual somos testigos del crecimiento de Galo desde su infancia hasta su adultez en una misma locación, un crecimiento extraño a decir verdad, como lo es el de un bonsái. Galo se desarrolla como un humano común y corriente, y a diferencia de lo que piensa su madre y el cura de su comunidad, su mente está en perfectas condiciones. Pero al final del día es como un pequeño árbol contenido que imita el tamaño y la escala de un árbol de tamaño real. A pesar de envejecer, el protagonista mantiene sus creencias inocentes y elementales, que resultan de no haber salido jamás a conocer el mundo exterior. No podemos dejar de comparar a Galo con Cosimo Piovasco, el protagonista de la novela de El Barón Rampante de Italo Calvino, quien decide vivir para siempre en un árbol y nunca jamás volver a pisar el suelo; o con Peter Pan o incluso con Jonas Kahnwald de Dark –la serie alemana producida por Netflix– que también es una especie de guardián del tiempo y del espacio.
Hay dos mantras que definen el destino de Galo irremediablemente. El enunciado por su padre, quien le aseguró que si no era carpintero no sería nada, y el enunciado por su madre que para evitar que su padre se lo llevara sentenció que jamás saldría de casa. La vida del chico transcurre entre la nada y el encierro, sus años siguen como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, hasta que un buen día da con su propósito existencial.
Transcurren los años y su hogar pasa de ser un espacio en renta, a una peluquería, a una heladería, a una escuela religiosa y finalmente a una escuela de tango. Sin salir nunca de su casa Galo trabaja por mantener la memoria de la calle a pesar de la constante amenaza del progreso, desde el cuidado de su buganvilia hasta el de su preciada colección de cabello de sus clientes de la peluquería. Se mantiene estoico y auténtico ante el paso del tiempo, ante la serpiente devoradora que ya se ha tragado la mitad de su cuerpo. Sin embargo, hacia el final de la historia el protagonista muda su perspectiva de manera violenta. El regreso y la partida de dos personas importantes en su vida lo obligan a ceder y dejar que el ciclo se cierre por completo, que el reloj de arena se vacíe con lentitud.
Realizado para Bookmate por Paola Garza.
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