A principios de año llegó la feliz noticia de que Pink slim, la traducción por Heather Cleary de Mugre rosa, libro de la escritora uruguaya Fernanda Trías, erauna de las ganadoras del PEN Translates Award. Este reconocimiento resonó con otra gran noticia que cerró el 2022: el National Book Award para Fever dream, la traducción de Megan MacDowell del libro de la escritora argentina Samanta Schweblin Siete casas vacías.
Estas escritoras y sus traductoras son ejemplos del trascendente momento que atraviesa la literatura gracias a la presencia cada vez más notoria de escritoras provenientes de distintos países hispanohablantes, que ganan importantes premios e impactan a un extenso público lector con la originalidad de sus temas y su talento. Nombres como Guadalupe Nettel, Cristina Rivera Garza, Mariana Enríquez, Ariana Harwicz, Mónica Ojeda, Fernanda Melchor, Lina Meruane o María Fernanda Ampuero son parte de un universo que se amplía día a día con obras provenientes de distintos puntos del mundo y que han sido traducidas a numerosos idiomas.
Muchos son los factores que han propiciado esto. El primero, por supuesto, es el talento de las escritoras, su manejo del lenguaje, los temas que abordan y la manera como amplían las posibilidades del texto. Otro es el crecimiento de una generación de editoriales independientes que, arriesgándose en un mercado dominado por grandes sellos, han logrado enriquecer la oferta literaria, especializándose, como Páginas de Espuma, en géneros que se habían considerado menores, como el cuento y el microrrelato. Otro es el trabajo de editoriales como Ediciones Torremozas, la colección Vindictasde la UNAM o el Mapa de escritoras peruanas de Comando Plath, que están publicando escritoras que no han sido suficientemente reconocidas en español. Otro es el caso de las editoriales dirigidas por mujeres que traducen la obra de escritoras no solo de España sino de Latinoamérica, como Vaso Roto, con Jeannette L. Clariond, Literal Publishing, con Rose Mary Salum, o Charco Press con Carolina Orloff.
Todo esto se ha reconocido en las últimas dos décadas como un fenómeno al que se le ha llamado “boom femenino”, etiqueta que para muchos es un mal signo, tanto por su asociación con el término que nombró al movimiento masculino de los años 60 y 70, como por su énfasis en la diferencia de género con la palabra “femenino”.
Las escritoras han sido las primeras en levantar la voz en contra de esta denominación, viendo en ella un reflejo de la naturaleza sexista de la cultura hispanohablante, que se empeña en ver a las escritoras como minoría, que habla de sus logros como algo excepcional y que refuerza estereotipos y tendencias. Solo por citar una de estas respuestas, están las que, en el contexto de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil de 2021, dieron Fernanda Trías, Giovanna Rivero (Bolivia) y Jazmina Barrera (México), remarcando que hablar de un “nuevo boom” promueve la homogenización de sus obras, perdiendo las características que las diferencian, el ser catalogadas y encasilladas dentro de una subcategoría y que sus éxitos sean visto como un fenómeno efímero y transitorio. María Fernanda Ampuero (Ecuador) ha dicho sobre esto que ser categorizada por su género “pone el foco en algo equivocado”.
Otras escritoras no lo ven así. Alia Trabucco (Chile) y Marta Sanz (España), en la sesión inaugural del ciclo El Big Bang de la literatura hispanoamericana en Casa de América en Madrid (2023), han dicho que el término boom muestra que “algo está pasando y cambiando” con las escritoras, quienes, usando el lenguaje como un instrumento de rebeldía –“la lengua de las demonias”, dice Sanz–, están haciéndose un espacio. Para ella la palabra boom se refiere a un componente industrial –publicaciones, premios, ferias– y considera que “sería hipócrita decir que no lo necesitamos para hacer visible nuestro trabajo”. En este sentido, ya desde 2010, Nuala Finnegan y Jane E. Lavery, en su antología crítica The boom femenino in Mexico: Reading contemporary women’s writing, hablan de este giro en la tendencia literaria y el papel que el mercado editorial juega en ello.
Sin embargo, en este afán por definir y nombrar, es posible que se pierda la atención de algunas preguntas importantes en cuanto a las posibilidades que un momento así puede crear y en cuanto a un cambio permanente en las maneras de percepción, lectura, producción y distribución de la obra de escritoras. Me pregunto, por ejemplo, ¿este auge y reconocimiento se está dando en todos los géneros literarios y escritoras de distintos lugares del mundo hispanohablante? ¿Por qué una gran cantidad de nombres, a pesar de su talento, siguen sin poder atravesar el umbral de lo regional, como lo hemos visto en a lo largo de años en el proyecto Hablemos, escritoras? ¿Cómo explicar que se ha logrado que otros géneros, como la poesía, lleguen al gusto lector, pero que los libros que están ganando más premios son de narrativa? ¿Es que prevalece aún el sexismo, así como el silenciamiento de cierta industria editorial independiente y la exclusión de ciertos países?
No hay respuestas fáciles para estos cuestionamientos, aunque tal vez una es pensar en lo que Fernanda Trías ya ha dicho: que son los lectores los que han cambiado, a los que yo agregaría a quienes leen desde su lugar de libreros, promotores y bibliotecarios. Es innegable una apertura en ellos a incluir en sus listas de lectura a escritoras, pero muchos otros siguen atrapados en paradigmas de género.
Otro tema es el de la distribución fuera de ciertos países donde la situación política y económica impiden la circulación de los libros. Sobre esto, es importante reconocer el gran trabajo que escritoras que están en la diáspora, como el caso de Liliana Colanzi en Dum Dum, Magela Baudoin y Giovanna Rivero con Mantis, o Gisela Kozak están haciendo para abrir espacios y atravesar fronteras. Esto se está dando no por el género de las escritoras, sino por su talento en explorar temas urgentes como la migración, la salud mental, la violencia, el cuerpo enfermo, los derechos LGBTTTIQ, las maternidades, las culturas originarias, el Antropoceno y los temas ambientales, entre otros más.
Las universidades y la academia son otras de las grandes influencias en el cambio, al promover una gran cantidad de programas de estudio que incluyen escritoras, así como obtener recursos económicos para llevarlas a sus sedes. Las redes, las plataformas electrónicas, los podcasts y, por supuesto, las revistas literarias contribuyen en el cruce virtual de fronteras y permiten que las escritoras estén en un diálogo sonoro y permanente. La sororidad y el trabajo en comunidad es una de las marcas imprescindibles en este momento, pues los modos de difusión han cambiado mucho desde que apareciera en 1963 La ciudad y los perros,de Mario Vargas Llosa, y Carmen Balcells hiciera que las obras de muchos escritores del boom atravesaran todas las fronteras. Gonzalo Palermo ya ha señalado la paradoja de que fue una mujer el principal agente para que se diera ese fenómeno literario. Sin embargo, es justo decir que Balcells, independientemente de su género, fue la que tuvo la visión, hace más de 50 años, para abrir espacios que estaban tradicionalmente cerrados para los escritores latinoamericanos.
Si lo importante es “desbiologizar a la literatura” –usando el término de Diamela Eltit– lo es también reconocer que el trabajo se está haciendo para combatir paradigmas y prejuicios que siguen siendo obstáculo para que el trabajo de las escritoras sea correctamente valorado y difundido. Los premios contribuyen a ello, tanto por el reconocimiento que se hace del trabajo de las escritoras, traductoras y editoriales, como por ser un medio para abrir las puertas a otros talentos. Fernanda Trías, Heather Cleary, Samanta Schweblin y Megan MacDowell, junto con una larga lista de nombres, son muestra de la punta de un iceberg que ha de inundar el mundo con un tsunami –como diría Gabriela Jauregui–que será imposible contener.
Una vez revisadas algunas de las muchas características de este momento histórico, se podría decir entonces que el término boom no es solo inadecuado, sino insuficiente para describir un movimiento a tantos niveles que tiene el potencial de cambiar el estado de las cosas. O, mejor dicho, de poner las cosas en su lugar. ~
es doctora en literatura y culturas ibero y latinoamericanas por la Universidad de Texas en Austin. Es colaboradora del proyecto digital Hablemos, escritoras.