Aldous Huxley contra la utopía

Aun cuando los vaticinios del novelista Huxley en obras como "Un mundo feliz" están más vigentes que nunca, su lugar como agorero del presente ha sido desdeñado.
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El 22 de noviembre se cumplen 60 años de la muerte de Aldous Huxley, autor de muchos libros destacados en ficción, ensayo y poesía, algunos de los cuales ya tienen su lugar asegurado en el canon occidental. Sobresale entre ellos Un mundo feliz (1931), su obra más recordada no solo por sus méritos literarios sino por su influencia continuada en ámbitos filosóficos.

(( A este respecto, véase Alessandro Maurini, “Towards a study of Aldous Huxley as a political thinker: An intellectual biography”, Biblioteca della libertà, XLVIII [2013], septiembre-diciembre, n. 208.))

Esta novela distópica describe el planeta Ford, en el que existe un grupo de amos superiores –los llamados world controllers– que rigen una sociedad planificada en la que nada queda en manos del azar, regulada por la ciencia para asegurar su estabilidad. Los niños se fabrican en probeta según un principio riguroso de división del trabajo. El sexo se ha disociado de la reproducción y del amor –ya que este, como todos los otros sentimientos y pasiones han sido químicamente eliminados. La promiscuidad es un deporte generalizado, en tanto la familia ha sido abolida. La razón de ser del sexo es descargar las tensiones, ansiedades e inquietudes que podrían eventualmente generar inconformidad contra el sistema. De manera relacionada, se distribuye ampliamente una sustancia química llamada soma, la cual “tiene todas las ventajas del cristianismo y el alcohol y ninguno de sus inconvenientes”.

{{ Aldous Huxley, Brave new world, Arcturus, Londres, p. 51. La traducción es mía. }}

De hecho, en el planeta Ford “todos son dichosos y la dicha es un problema químico, un estado que se adquiere ingiriendo tabletas de soma”.

(( Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Barcelona, Seix Barral, 1990, p. 90.))

Un mundo feliz sigue teniendo vigencia y puede considerarse como una de las obras anticipatorias de la modernidad que mejor ha resistido el paso del tiempo. Otros autores de alcance profético han visto sus ideas eventualmente desacreditadas. Tal fue el caso del filósofo Marx, la mayoría de cuyos vaticinios sucumbieron junto con la caída del Muro de Berlín (excepción sea hecha de su concepto de alienación, que sigue teniendo gran poder explicativo). Es posible incluso afirmar que Huxley ha tenido mejor fortuna como profeta que su contemporáneo George Orwell, cuyo augurio sobre la llegada de un totalitarismo omnipresente de tipo estalinista no se ha cumplido, aun cuando sus nociones de “Gran Hermano” y neolengua preservan mucha fuerza en estos tiempos de populismo, posverdad y ubicuo monitoreo policiaco. Como bien dijo el escritor inglés de ciencia ficción J.G. Ballard: “1984 nunca ha llegado del todo, pero Un mundo feliz se encuentra por doquier a nuestro alrededor”.

(( J.G. Ballard, “Prophet of our present”, Guardian, 13 de abril de 2002. La traducción es mía. ))

Es curioso, pues, que aun cuando los vaticinios del novelista Huxley están más vigentes que nunca, su lugar como agorero del presente haya sido desdeñado. ¿Será que se le ha escatimado tal reconocimiento por el carácter “políticamente incorrecto” de sus críticas, que tocan a las sociedades contemporáneas más prósperas que se plantean como modelo? En efecto, en Un mundo feliz se pueden ver reflejadas colectividades “posmodernas” en las que “Dios ha muerto” y que tienen como paradigma supremo el racionalismo, la tecnología y la productividad.

En la novela resuenan muchas otras similitudes con el mundo actual, desde la dependencia en el uso recreacional de narcóticos y antidepresivos hasta el uso de la manipulación genética en la sociedad imaginaria de Huxley y los debates contemporáneos sobre la clonación y la creación de “bebés de diseñador”, la banalización del sexo y la valoración de los seres humanos con base en su utilidad (en Canadá, recientemente causó revuelo que el gobierno ofreció suicidio asistido a pensionados, personas pobres y veteranos de guerra que no sufrían enfermedades terminales).

En efecto, si bien aborda los horrores de un Estado planificado, en la base de la pesadilla imaginada por Huxley se encuentra una crítica a la idea positivista de progreso y a la creencia en la ilimitada capacidad liberadora de la razón. En paralelo, reivindica el concepto de naturaleza humana, que ha perdido lustre ante el ascenso de tendencias relativistas e historicistas que niegan valores vigentes para todo momento y lugar. Para Huxley, se estaría desdeñando a la naturaleza humana por planteamientos que suponen que la felicidad se alcanza solo por medio de la satisfacción de instintos y paraísos artificiales generados por drogas.

El pensador inglés Isaiah Berlin, quien conoció bien a Huxley, resume así la esencia de su visión: “no hay en sus obras un cuerpo coherente de doctrina ni una exposición sistemática […] percibió lo que los hombres necesitaban y necesitan y tuvo una premonición sobre la dirección en que, si la humanidad logra sobrevivir, seguirá avanzando […] Gradualmente fue deslizándose hacia su tema central tolstoiano: las vidas antinaturales que viven los hombres de hoy”.

(( Isaiah Berlin, Impresiones personales, Trad. de Juan José Utrilla y Audón Coria Méndez, México, FCE, 1992, pp. 270-271. ))

Por medio de los personajes de su novela –notablemente “el Salvaje” que vivía en una de las pocas reservaciones tradicionales fuera del entorno planificado del planeta Ford y que es afecto a leer dramas de Shakespeare, autor prohibido por el régimen– Huxley reivindica la necesidad primigenia del ser humano de amar y de responder preguntas filosóficas como medio para encontrar la auténtica felicidad. Más específicamente, a través de este personaje valida la utilidad existencial de conceptos “irracionales” como arte, alma y familia, todas ellas nociones que fueron descartadas como innecesarias –y hasta peligrosas– por la sociedad utópica que describe. El Salvaje afirma la necesidad de vivir con pasión e incluso señala que es preferible ser infeliz a consumir los días con la “falsa felicidad” que brindan el soma. Es más, en un pasaje esclarecedor ese personaje sostiene que en ocasiones las “lágrimas son necesarias” para vivir a plenitud.   

En su libro de ensayos literarios La verdad de las mentiras (1990), Mario Vargas Llosa reconoció la grandeza de Un mundo feliz como obra clave de la narrativa contemporánea, contrastándola con otras novelas que anticiparon posibles “sociedades perfectas”. Opinó entonces que

En el medio siglo transcurrido desde que fue escrita, la realidad se ha alejado de este sombrío vaticinio aún más de lo que estaba en 1931. Los imperios totalitarios se derrumbaron o aparecen cada día más corroídos por sus fracasos económicos y sus contradictores internos. En los tiempos del sida, la ciencia no parece tan todopoderosa como hace algunas décadas. Y –acaso el signo más esperanzador cara al futuro– los hombres de hoy se muestran mucho más inapetentes que los de antaño por aquellas sociedades ideales, por esos mundos perfectos fraguados por los utopistas”. Vargas Llosa, op. cit., p. 94.

En ciertos sentidos esta  afirmación del Nobel peruano no ha envejecido bien. A la par de un vertiginoso desarrollo de la ciencia (que para algunos otra vez parecería todopoderosa), se ha acentuado la búsqueda por  mundos óptimos e indoloros  que dan gran peso a la tecnología y la practicidad, bajo un sesgo utilitario que constriñe al límite consideraciones éticas. Al respecto, puede pensarse en el actual enaltecimiento del conocimiento especializado en detrimento de las humanidades y el creciente uso de drogas, al igual que nuevos riesgos como la inteligencia artificial, el cambio vertiginoso en las estructuras familiares, la dependencia en la realidad virtual simbolizada por la adicción a smartphones y, por qué no decirlo, el creciente vigor de la cultura woke que tiende a la censura y  conformidad de pensamiento. También es pertinente mencionar la fortaleza de la “sociedad del espectáculo” y su concomitante desprecio por la alta cultura, que en años recientes el mismo Vargas Llosa ha diagnosticado contundentemente.

Cabe hacer notar que al final de la novela el Salvaje no es asesinado ni encarcelado por el Estado para su reeducación, como se esperaría bajo una tiranía de tipo orwelliano. En Un mundo feliz el poder tiránico se ejerce de una forma más sutil: el Salvaje se acaba suicidando ante la presión social y el reconocimiento de que los caminos para vivir una vida auténtica han sido cancelados. Se da cuenta de que lo “civilizado” ha tornado en barbarie, en tanto que la mayoría de los habitantes aceptan con agrado su propia esclavitud, en línea con las mismas vetas de pasividad que subyacen a la ya mencionada civilización del espectáculo.

En suma, a 92 años de su publicación, la obra antiutópica de Huxley impacta por anticiparse a tendencias que, si bien ya estaban en germen cuando escribió la novela, han alcanzado niveles de paroxismo. En este sentido, nos invita a reflexionar sobre los valores que hacen a la vida digna de ser vivida y que parecen haberse olvidado, sobre todo en países materialmente prósperos.

Dicho esto, sería inadecuado considerar a Huxley un romántico aferrado a regresar el reloj a un pasado ideal que tal vez nunca existió. De hecho, si Huxley alguna vez llegó a considerar tal ideal –como en su viaje a México en 1933, siguiendo los pasos de su amigo D.H. Lawrence, quien pensaba que la decadencia de Occidente solo podía ser superada con una recuperación del lado primitivo del ser humano–, pronto concluyó que tal intento “es a la vez impracticable y, según creo, erróneo”.

{{ Aldous Huxley, Beyond the Mexican bay. A traveller’s journal, Chatto & Windus, London, 1950, p. 204, citado en Hernán Lara Zavala, “Aldous Huxley en el paraíso infernal”, introducción a Más allá del Golfo de México, México, FCE, 2015.}}

Para él, un individuo civilizado no puede retroceder voluntariamente en la ruta del progreso. No obstante, consideró como una posible salida valorar en el hombre primitivo su no especialización laboral y su no alienación. Como concluye Guillermo Espinosa en un texto sobre el paso de Huxley por México, para el pensador inglés “mientras las instituciones […] intenten devolverle [su]  estatus metafísico al ser humano, la civilización occidental podrá seguir adelante y recuperarse de sus descalabros”.  

Tales especulaciones abren la puerta a largos debates. Por lo pronto, en este aniversario luctuoso haríamos bien en recordar a Huxley como un hombre abierto a no descartar, por anticuadas, convicciones que en la historia han probado su beneficio, dando sentido a la vida y por ende mostrando su auténtica racionalidad. Huxley nos sigue poniendo enfrente un espejo que nos interpela para rechazar salidas fáciles a problemas existenciales. Nos llama a revalorar lo que nos hace humanos en un mundo crecientemente dominado por la tecnología y las pulsiones utilitaristas. ~

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(Ciudad de México, 1972) es poeta, analista político y traductor. Sus ensayos y poemas han aparecido en diversos medios de México, Estados Unidos y América Latina.


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