Bailar un libro

En "Pómulo y lejanía" se retratan con una claridad pasmosa esas épocas tan raras que son para las niñas la segunda infancia y la primera adolescencia.
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Con la inspiración de la bailarina y coreógrafa Susan Buirge, la narradora de esta historia en primera persona traza para sí un programa cotidiano que le dé un sentido a su vida, o para rescatarse del estado emocional y espiritual algo fangoso en el que se encuentra. He dicho esta historia pero bien podría haber dicho esta coreografía, y más adelante quizá veremos qué tiene de historia y qué de coreografía este libro de Stefanía Caro, Pómulo y lejanía. El plan consiste en reproducir el viaje de Buirge desde su Minneapolis natal −realmente desde París, como escala inaugural− hasta Japón, por el camino de Europa, en dirección este. A lo largo del camino, en sus escalas en Etiopía, Grecia o La India, Buirge entró en contacto con otras tradiciones de las que aprende nuevas maneras de enfrentar la danza. En París, por cierto, se establecieron también los Ballets Suecos de Rolf de Maré, cuyo lema de amor al futuro (“Los Ballets Suecos no dependen de nadie ni siguen a nadie. Aman el futuro”) adopta nuestra protagonista. Otros coreógrafos y bailarines (Min Tanaka, Domenico da Piacenza, Margaret Severn, Kazuo Ōno…) aparecerán a lo largo del texto, como modelos de una manera de moverse que no se reduce a lo dancístico, sino que a la fuerza debe modificar la manera de funcionar por el mundo, en la vida. 

Así que la narradora, que a su vez está recuperando la relación con la danza que ha abandonado hace tiempo, arrastra a su madre al plan de remedar el movimiento de Buirge a lo largo del planeta, en dirección a la salida del sol: en el caso de ellas, emprenden paseos diarios en los que peinan la ciudad española de provincias en la que viven. La hija lleva el registro de la actividad, y además involucra tangencialmente a otras mujeres que, como ella, no han tenido hijos. Se trata de desprenderse de una sensación que obstaculiza la vida, como alguien que sacude las extremidades para librarse de una sustancia pegajosa. 

Y el plan, aunque parezca raro, funciona, produce algo. El movimiento mueve algo. Los paseos diarios desencadenan una actividad introspectiva. No solo se nos cuenta lo que pasa en ellos sino los recuerdos que van desencadenando. La vida de estas mujeres ha sido solitaria, y vamos conociendo los episodios del pasado en escenas que se alternan con los paseos actuales. Uno de los muchos méritos del libro es la vívida evocación de esas escenas pasadas, y la asociación con sentimientos de difícil expresión que van determinando la relación entre la madre y la hija y forjando el carácter de la segunda. En la casa no había padre, y aunque la niña no se quejaba sí que sentía la ausencia con cierta amargura, tanto por el contraste con las vidas de sus compañeras de colegio como por el ambiente apagado que percibía en su casa. En Pómulo y lejanía se retratan con una claridad pasmosa esas épocas tan raras que son para las niñas la segunda infancia y la primera adolescencia. Los tirones de pelo cuando se cepilla el pelo desenredado, la primera menstruación, la aparición de un novio de la madre (al que la niña nunca llega a ver), las primeras veces que sale sola, la sensación de cargar con las expectativas familiares y la multitud de tiempos muertos que transcurren en casa… La aprensión con la que se perciben las escenas está transmitida con precisión y sin regodeo. Más tarde llega el recuerdo de los años como estudiante y un noviazgo que acaba estropeándose. Los paseos programados han funcionado como un motor que pone en marcha un engranaje. La asociación entre el baile −o una disposición concreta, casi experimental, hacia el baile− y lo que sucede en la vida cotidiana está expuesta de manera muy natural, sin que se fuercen las metáforas para que encajen en un hueco previsto de antemano. La poesía se alcanza aquí por la sinceridad. Es como un baile sin retórica que devuelve algo vivo y real al bailarín. Se alternan también fragmentos dedicados a bailarines y a otros artistas, y verdaderamente iluminan la vida cotidiana que se está exponiendo, lo que es asombroso porque en casos así planea el riesgo de lo estetizante, o de confiar toda la fuerza del libro a la mención de lo que otras personas han hecho antes. Desde los muy pocos elementos de los que parte (paseemos, madre), la protagonista consigue llegar a un centro, una idea sobre su vida, aunque al acercarse este se aleje, pero lo curioso es que el libro cumple un viaje parecido. La superposición entre lo que se cuenta y el artificio que lo cuenta es completa, y curiosamente la imagen de la máscara, que es un elemento habitual en muchas coreografías o tradiciones dancísticas, es en Pómulo y lejanía un elemento fundamental, un símbolo y un vehículo del particular humor desapegado, a veces acre, que recorre este libro, y que a veces no es tan fácil de quitarse de la cara.

La fotografía de la portada es un retrato que le hizo el poeta Andreas Embirikos a su primera mujer, la también poeta Matsi Hatzilazarou. Está de espaldas, pero vemos la máscara que sostiene con los dedos: el rostro serio de una mujer. El libro se parece mucho al retrato: hay simplicidad y torsión, entrega y despojamiento. El movimiento liberador es posible también en la escritura.

Pómulo y lejanía
Stefanía Caro
consonni, 2024
159 páginas

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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