Cartas boca abajo. Una correspondencia de verano (tercera entrega)

En el tercer cruce de cartas entre Bárbara Mingo y Aloma Rodríguez aparece (¡ja!) el dinero y una solución para los creadores: la autobeca.
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Querida Aloma:

Estaba pensando en la cama en algo que une y separa a Dubravka Ugrešić y a Charmian Clift. Las dos se han ido de sus respectivos países, en el caso de la primera porque estaba amenazada y porque en realidad el país se había disuelto, y en el caso de la segunda porque les parecía triste y siniestro. Eso es así, ¿no? Es decir, Clift y su marido dejaron su Australia natal por Inglaterra, o más bien por Londres, y ya desde allí se fueron a Hidra a vivir una vida más plena. Me imagino que da más detalles de las razones en Cantos de sirena, pero aún no lo he leído, a pesar de tu recomendación. En alguna evocación que sale en Los buscadores de loto, Londres (pero es quizá todo el sistema occidental de vida) aparece como un lugar oscuro, se resume en largos trayectos en autobús para ir de una casa enana y húmeda a un trabajo odioso, y de eso es de lo que querían huir, aunque al cabo de varias páginas hay un momento que me gusta mucho en que ella echa de menos las comodidades que damos por hechas cuando vivimos en una ciudad, que son aparentemente banales y que son sus encantos, como la variedad en las tiendas, o comprarte un champú que no esté mal, cosas de ese tipo que parecen vulgaridades del capitalismo ¡y que no podrías comparar con la libertad de vivir en la isla!, pero que en el recuerdo se ven a otra luz.

En fin, ya me estoy yendo por las ramas. Lejos de sus países, tanto Ugrešić como Clift, ambas desarrollan como tema ese estar fuera, la distancia, el extrañamiento (entendido como echar de menos lo que has dejado y como no entender nada del sitio al que has llegado), y les sirve para conformar su obra. Cómo montarte una vida cuando te has ido de tu sitio, obligada o no. En tu libro también aparece esto.

Como cierre triangular provisional, vi hace un par de días una foto del escritorio de Jane Austen, o eso decían. Más que un escritorio parece una mesita auxiliar donde dejarías la bandeja el día que tomases café tú sola, sin tu madre, tan chiquitilla era la mesa. Y pensé “Jane se movió menos, ahí concentrada en un metro cuadrado lo escribió todo”. Aunque a la vez la minusculez del escritorio es lo que lo hace portátil, te lo podrías llevar por todo el mundo.

¡Besos!

B

Querida Bárbara: 

Charmian y su marido, también periodista y escritor, George Johnston, se mudaron a Londres, diría que por trabajo. Y luego allí les pasó lo que a veces pasa: mucha lluvia, mucha niebla y muchísimo trabajo para que un día a lo mejor puedas ir al cine con los niños y luego a cenar. Puede que esté proyectando, pero el asunto del dinero aparece. Se van a Grecia porque creen que allí la vida va a ser más barata (toman la decisión después de escuchar un documental sobre pesca de esponja en la BBC), eso significa que necesitarán menos curro alimenticio para mantenerse y podrán dedicarse a sus libros y a ser un poco más felices. Lo que pasa es que luego, claro, llegas allí y te quieren cobrar más por todo y no hay champú –pasan mucho rato con problemas en un baño–, resulta que en invierno hace frío y hay humedades… Diría que a Charmian le compensaba todo con esos baños nocturnos. Cuenta uno casi secreto: una noche se va con su marido a hurtadillas, y creo que es el único momento en que parecen una pareja. Estos días, en playas asalvajadas, he pensado en Charmian. Me he acordado de ella haciendo el muerto en tres playas, tumbándome al sol en varias rocas (a pesar de que me ponía crema y una otra vez, cada día he llegado a casa quemada). 

No quería hablar de tumbarse al sol porque me parece redundante –aunque creo que es lo mejor, le estoy profundamente agradecida al primer homínido que se acercó al agua no para pescar o navegar sino para juguetear con las olas o dejarse mecer por el agua–, sino del envés: del dinero. He leído un libro de otra de nuestras ídolas compartidas: Deborah Eisenberg. En Taj Mahal (lo sacó Chai Late Editora en Argentina) el primero de los cuentos, “Mi pato es tu pato”. Una pintora accede a la invitación de unos ricos a los que conoce en alguna fiesta a pasar una temporada en una de sus casas de una playa de un país en vías de desarrollo. Le pagan el avión y todo lo demás. Es una especie de residencia artística pero sin institucionalizar. La pareja tiene un cuadro que ella pintó y le regaló al que era su novio que lo vendió a estos ricos cuando necesitó dinero. Aunque luego pasan otras cosas, me hizo gracia una conversación que tiene la prota con otro artista también hospedado por el matrimonio rico: él, que hace teatro de marionetas, le explica que lo que han de hacer es entretener al matrimonio, y en general a toda su clase, que esa es la condición un poco miserable del artista. 

De pronto las residencias artísticas no me parecieron tan atractivas. 

Un beso, 

P.D.: Perdón, me enrollé muchísimo al final… 

Querida Aloma:

Qué sensación maravillosa la del primer baño del verano. Qué fresca y tonificante el agua. Siento como si el pobre cuerpo, agradecido y confiado por todos los minerales que recibe de golpe, expresase lo acogotado que está durante el resto del año. Por cierto, me acaban de contar una historia tremenda de una picadura de una carabela portuguesa, que es el ser más terrorífico del verano y que lleva un nombre buenísimo, como de historia de fantasmas, lleno de evocaciones escalofriantes.

Me ha gustado mucho tu carta y me sorprende ahora el nuevo derrotero que está tomando esta correspondencia. Aunque ¿cómo no iba a aparecer, el dinero? Las residencias realmente no ayudan tanto como parece. Creo que tienes que entrar en la rueda siendo muy joven, antes de tener una casa, de modo que puedas ir viviendo como nómada. En todo caso, el problema es siempre cómo pagarte el tiempo libre para hacer lo que consideras tu verdadero trabajo.  De modo que consiste en concederse una beca a uno mismo: la autobeca. 

Hay que planear un poco. ¿Cómo escribir? Uno puede emplearse en una oficina gris donde, cuando ya se controla el trabajo mecánico, pueda encontrar huecos para ir escribiendo sus cosas, pues al fin y al cabo lo que necesitamos para escribir no es tan aparatoso. Un escultor no podría llevarse su pieza de mármol a la gestoría para ir cincelando entre once y cuarto y doce y media mientras los compañeros están despistados. Además, la producción de un escritor se paga menos, así a grandes rasgos. Por otro lado, el escritor no tiene que hacer la inversión previa en la cantera. En fin, llegamos a un nuevo misterio, esto es un bolso de Mary Poppins de misterios: ahora pienso en toda la inversión que ha sido precisa para que alguien aprenda cualquier técnica, que luego aplicará a su trabajo para que los demás lo disfruten. Si no hubiésemos aprendido inglés no habríamos acostumbrado el oído a ciertos modos que luego pueden colarse en nuestras frases, por ejemplo. 

Cada día tiene su afán y cada ocupación sus intríngulis. Para lo nuestro, que es escribir, tenemos que desarrollar una gran resistencia y capacidad de esquivar todo lo que nos podría robar el tiempo. Aprender a multiplicar el tiempo.

Y para cerrar por el principio, reservar tiempo para hacer la plancha al sol.

Besos,

B

Querida Bárbara: 

La carabela portuguesa ha aparecido en nuestros días: el día que fuimos con los niños a Cabárceno, parece que en la playa de Santander una carabela picó a un chico en el brazo. Luego, en la playa de Somocuevas, mi madre dice que oyó a una señora decir que había visto una en el agua. Durante un rato los niños no quisieron bañarse. 

Lo de la autobeca te lo he escuchado ya alguna vez, supongo que si no tienes las habilidades necesarias para que te la conceda una institución, la suerte de que tu familia de origen te la dé, si no te has casado con un rico, es sin duda la única opción. Las opciones que no son autobeca no te libran de las distracciones. También hemos hablado alguna vez de una cosa que me pasa, que no sé si te sucede: la mala conciencia del trabajo no hecho. Quizá es lo de la autobeca: me la he concedido y en lugar de pegar el culo en la silla, me voy a darme un chapuzón. O a coger peras del árbol y comerlas sin lavarlas o me pongo a coser ropa para la Barbie siguiendo las precisas indicaciones de alguno de mis hijos. Me hago un poco de trampas al solitario pensando dos cosas: la primera, que todo eso me servirá en algún momento para mi escritura. La segunda –quizá la más trampaalsolitario de la historia–: pienso que como ya tengo hijos, me he librado del momento ese de duda o ansiedad por tenerlos. 

Pero nos desviamos. Diría que Dubravka Ugrešić no tuvo hijos. Charmian Clift, tres. Creo que Deborah Eisenberg no tiene. Y aun así, las tres son un poco escritoras de autobeca. Es genial ese momento en que Ugrešić ve un neceser en un escaparate y se da cuenta de que el precio iguala el adelanto que le han dado por su último libro. Lo cuenta en el postscriptum de Ficcionario americano

Creo que nos hemos dejado un poco de nuestras escritoras para mirarnos el ombliguillo, será porque es verano y lo tenemos al aire en cuanto podemos. Cierro con otro cuento de Eisenberg y así borro el ensimismamiento. ‘Taj Mahal’, el cuento que da título al libro, está construido por varias voces: está el libro que escribe el nieto de un cineasta y luego están las conversaciones de los amigos del cineasta –que salen en el libro– y que opinan del libro. Una de las cosas que me hizo gracia es que los fragmentos del libro del nieto son cursis y empalagosos, son esa prosa autoconsciente que es como si el escritor te diera toquecitos en el hombro mientras lees. Y pensé que Deborah Eisenberg se habría divertido mucho escribiéndolo. 

Un beso, 

Querida Aloma:

Creo que tu carabela portuguesa y la mía son la misma. Por lo que leo no son individuos sino organismos coloniales. Pero el libro de Eisenberg que mencionas no lo he leído. Solo he leído, recomendada por ti, la colección titulada Relatos, muy fascinantes, muy divertidos, y sí parece una escritora disfrutona. También he leído la entrevista que le hiciste, y ahora acabo de abrir la de The Paris Review y lo primero que leo es que cuando tenía dos años la mandaron a una psiquiatra vienesa. ¿Otro organismo colonial?

¡Besos!

B.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).

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