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María Kodama, la viuda más famosa de las letras argentinas, murió el domingo 26 de marzo en Vicente López, una localidad al norte de la ciudad de Buenos Aires. Heredera universal de los derechos sobre la obra de Jorge Luis Borges, una de las más relevantes del siglo XX, Kodama defendió ese legado con un celo tan minucioso que a lo largo de casi cuatro décadas se tornó protagonista de incontables polémicas. Dieciséis días antes de su muerte había cumplido 86 años, la misma edad con la que murió Borges, como si el destino hubiera querido concederle ese último paralelismo.
Aunque de manera pública Kodama fue la compañera inseparable de Borges desde mediados de la década de 1970, su historia compartida había comenzado mucho antes. Ella era una adolescente –lo narró en numerosas entrevistas– cuando se topó con Borges (literalmente: casi lo tiró al suelo) en la peatonal Florida, de Buenos Aires y, tras un breve diálogo, el autor de Ficciones le propuso que estudiaran juntos inglés antiguo. “Ah, Shakespeare”, contaba haber dicho ella “para tratar de parecer brillante”, pero el hombre aclaró: “No, mucho más antiguo, siglo diez”. O siete, o seis, según otras versiones del encuentro. “Pero eso debe ser muy difícil”, adujo la muchacha, a lo que Borges replicó: “Vamos a compartir la dificultad”.
Compartieron, desde entonces, esa y otras dificultades. En diciembre de 1976, el pudoroso Borges le confesó a su amigo Adolfo Bioy Casares (y Bioy lo consignó en su diario) que estaba “enamorado de María Kodama”. La Breve antología anglosajona, de 1978, la firmaron Borges y Kodama, lo mismo que Atlas, de 1984, volumen que describe algunos de los numerosos viajes por el mundo que realizaron juntos en esos años, cuando el escritor argentino ya era una figura reconocida a nivel internacional. Se casaron en abril de 1986, cuando ya Borges se sabía enfermo: murió dos meses después. En 1988, Kodama creó la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, con el objetivo de difundir y propiciar –según la propia web de la institución– la “correcta interpretación” de la obra del autor argentino.
Entonces comenzó otra historia.
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A lo largo de los años, Kodama ganó notoriedad por emprender decenas de acciones judiciales contra quienes pretendían –en su opinión– aprovecharse de la obra borgeana. Así fue como demandó a periodistas, como Osvaldo Ferrari, que había publicado tres libros de conversaciones con Borges con la anuencia del propio escritor, y a editores, como el francés Jean Pierre Bernès (responsable de la edición de Borges en la prestigiosa Biblioteca de la Pléiade de la editorial Gallimard), a quien exigió que le entregara copias de las grabaciones de unas charlas que Bernès había mantenido en privado con el autor de El Aleph poco antes de que este muriera.
También le hizo juicio por “calumnias e injurias” al periodista Juan Gasparini, autor del libro Borges: la posesión póstuma, del año 2000, que describe los últimos seis meses de la vida del escritor. Fue durante ese lapso que Borges modificó su testamento y convirtió a Kodama en su heredera universal. La jueza a cargo del caso absolvió a Gasparini por considerar que simplemente había ejercido el oficio del periodismo.
Las historias que más ruido hicieron, de todas maneras, probablemente hayan sido aquellas en las que Kodama arremetió contra escritores que se basaron en la obra borgeana para realizar ejercicios de intertextualidad, procedimientos semejantes a los que el mismo Borges ejecutó a partir de la obra de otros autores. El caso más célebre es el del argentino Pablo Katchadjian, creador de El Aleph engordado, de 2009, una intervención del cuento “El Aleph” editada en doscientos ejemplares que se distribuyeron de manera casi artesanal. La larguísima batalla judicial concluyó hace poco, a mediados de 2021, cuando los jueces ratificaron la absolución de Katchadjian y obligó a Kodama a pagar los costos del juicio, unos 4,500 dólares.
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Su afán por los juicios, y también otras actitudes (como negarse a prestar atención a los poemas hallados por el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, núcleo de la fascinante historia que dio lugar a su novela El olvido que seremos), le valieron a Kodama el encono de muchos escritores, editores y otros miembros del mundillo literario. Pero esas voces no son unánimes: también hay elogios.
Para muchas personas, la labor de la albacea fue encomiable. Por dos razones: la primera, el modo a través del cual (casi) siempre estuvo muy atenta para proteger –siempre lista para iniciar demandas judiciales contra quien fuese– la obra de Borges; la segunda, la difusión que se esforzó por darle a esa obra, a través de exposiciones, ciclos, congresos, conferencias y otras actividades desarrolladas en diversos países alrededor de todo el mundo.
Acerca de esto último, no cabe duda de que María Kodama y la fundación que presidió hasta su muerte promovieron innumerables homenajes y trataron de incentivar la lectura de la obra de Borges. La pregunta que podría plantearse, en todo caso, es si una obra tan extraordinaria y universal como la de Borges –quien ya en vida había alcanzado una repercusión y un prestigio globales– necesita de difusores oficiales. ¿Qué tan distinta habría sido la circulación de los textos borgeanos sin Kodama y su fundación? No podemos saberlo, por supuesto, aunque yo me permito intuir que las cosas no habrían cambiado demasiado.
Con respecto a la mentada protección del legado borgeano, el asunto se torna más brumoso. Más aún si se toma en cuenta el ya citado propósito de la Fundación Borges de propiciar la “correcta interpretación” de la obra. ¿Desde cuándo la literatura tiene una “correcta interpretación”? ¿No es acaso la polisemia, la posibilidad de generar múltiples interpretaciones y todas ellas válidas, una de las características del arte? Si el objetivo de “proteger” una obra se basa en este principio, es normal que genere al menos ciertas dudas.
No obstante, merece la pena citar uno de los testimonios recogidos por el diario La Nación, de Buenos Aires, en un artículo sobre las repercusiones de la muerte de María Kodama. Corresponde a la escritora y periodista Miriam Molero:
La cultura, como el rock, ofrece hacia afuera una pátina de vanguardia pero esconde un profundo machismo, perforado apenas en la última década. Entonces, hay que ubicarse hace cuarenta años. Kodama fue resistida por el establishment que se creía dueño de Borges. Primero, por el hecho de ser mujer; segundo, por decir que no. Si ella, con razón o sin razón, hubiera sido modosita, la habrían designado “novia de América” como a Juana de Ibarbourou y no la habrían atacado, como lo hicieron, incluso en términos personales. Esa falta de respeto incesante produjo la Kodama intransigente y litigante, incentivada a su vez, como alguna vez me deslizó ella misma, por el propio sistema legal que vive de los clientes. Antes de señalar sus errores habría que preguntarse por qué a otros albaceas y herederos, algunos caprichosos o altamente conflictivos con la obra de la que son responsables, no se los suele cuestionar.
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María Kodama también fue traductora y profesora de literatura, y en los últimos años de su vida publicó sus propios libros: Homenaje a Borges, de 2016, Relatos, de 2020, y La divisa punzó, presentado en diciembre del año pasado. Pero, más allá de eso, su recuerdo siempre estará ligado a Borges. Cuando hace una década una periodista le preguntó qué pasaría con el legado borgeano cuando ella no estuviera, Kodama respondió: “¿Por qué esa pregunta? Yo pienso vivir doscientos años”.
Tal vez lo creía de verdad, porque la muerte la sorprendió sin dejar testamento. Algo extrañísimo en una persona que daba la impresión de no dar puntada sin hilo. Pese a que en un primer momento Fernando Soto, abogado de Kodama, afirmó que la mujer había dejado “todo arreglado”, lo cierto es que no se encontró testamento alguno, y hasta se habló de la poética posibilidad de que los derechos sobre la obra borgeana pasen a ser propiedad de la ciudad de Buenos Aires. Al cierre de este artículo, no obstante, la última noticia es que cinco sobrinos –hijos de un hermano, también ya fallecido– de la heredera de Borges se presentaron ante la justicia reclamando para sí el legado completo. La historia amenaza con parecerse mucho menos a un laberinto borgeano que a un folletín.
Varios de los últimos libros de Borges están dedicados a Kodama. En La cifra, de 1981, anotó estas palabras:
Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio.
Para el 10 de marzo de 2137, fecha en que María Kodama habría alcanzado su anhelo de cumplir doscientos años, nadie o casi nadie recordará las querellas y los litigios, ni sus labores por la difusión de la obra borgeana, ni los libros que ella misma escribió y publicó. Lo que sí va a permanecer, en cambio, será su nombre inscrito en esa y otras dedicatorias, esas ocasiones en las que Borges se permitió el grato y sensible acto de pronunciarlo. Un modo humilde de vencer al olvido, pero que no está, me parece, nada mal. ~
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.