Lucrezia Tornabuoni, mujer de Piero de Medici, viajรณ a Roma para echarle un vistazo a cierta muchacha casadera que considera buena candidata para su hijo Lorenzo. Es famosa la carta que envรญa de vuelta a Florencia con sus observaciones. Menciona que vio a Clarice, de quince o diecisรฉis aรฑos, y que le pareciรณ de buena estatura y bella, pero no se hizo de firme opiniรณn porque iba muy cubierta. Estaba vestida a la romana con lenzuolo. Luego tuvo una segunda oportunidad, para inspeccionar a la fanciulla mรกs รญntimamente.
Llevaba una falda estrecha a la romana, ya sin el lenzuolo. Pude observar bien a la muchacha, la cual, como digo, es de agradable estatura, blanca, y de dulces modales, aunque no tan finos como los de nuestras hijas. Pero es muy modesta y pronto aprenderรก nuestras costumbres. No es rubia, porque acรก no las hay. Su cabello tiende a lo rojizo, y es muy abundante. Su rostro es algo redondo, pero no me parece mal. Su cuello es adecuadamente delgado, aunque me parece flaco, o mejor dicho, delicado. No pude verle el pecho, porque acรก andan muy tapadas, pero se ve de buena calidad. No camina con la cabeza erguida y orgullosa, como las nuestrasโฆ Las manos son largas y esbeltasโฆ la fanciulla parece por encima de lo comรบn, aunque no se compara con nuestras hijas.
A alguien en los zapatos de Lorenzo de Medici quizรก pueda parecerle mรกs relevante la promesa de โbuena calidadโ, que la del cuello delgado o las manos largas. Si bien lo esencial lo sabรญan todos en la familia: la muchacha era una Orsini y habรญa que juntarse con esa familia. Clarice habrรญa de morir joven, luego de alumbrar a diez hijos, entre ellos a un papa.
Aprecio que la seรฑora Lucrezia no cayera en los lugares comunes que tantas veces leemos en las novelas: bellos ojos, pechos firmes y piernas bien torneadas. O descripciones que muy fรกcilmente caen en lo pedestre: โSe quita bruscamente la parte superior de las mallas y unos senos exuberantes, de piel blanca sonrosada, aparecen temblando como dos pichones asustadosโ. Entre los clรกsicos habรญa cierto decoro. No en cada contemporรกneo: โโฆeran feas; aun si tuvieran unas tetas, o mejor dicho tetotas o unas nalgas que se prestaranโฆโ.
No puedo imaginar ni a Chรฉjov ni a Flaubert expresรกndose de ese modo. El voluptuoso de Tolstรณi escribe asรญ sobre Levin, cuando algo le distrae los pensamientos: โEso era debido a que la cuรฑada de Sviajsky, que se hallaba frente a รฉl, llevaba un vestido muy especial que le parecรญa se habรญa puesto por รฉl, con un escote en forma de trapecio sobre el blanco pecho. Aquel escote cuadrangular, a pesar de la blancura de su pecho, o precisamente por ella, privaba a Levin de la libertad de pensamiento. Se imaginaba, equivocรกndose probablemente, que aquel escote se habรญa hecho por รฉl, pero no se consideraba con derecho a mirarlo, y procuraba no hacerlo. Pero tenรญa la impresiรณn de ser culpable, aunque no fuera sino por el hecho de que aquel escote existieseโ.
Cambiando el escote de trapecio por uno triangular, y cambiando a Tolstรณi por un contemporรกneo, tenemos: โMe llamรณ la atenciรณn el escote de su blusa, pronunciado en v, donde destacaba el inicio de dos grandes y poderosas tetasโ.
Cosa curiosa, si me voy a tomar una copa con un amigo, y este me cuenta sobre la bellรญsima mujer con la que sale, me sentirรญa un poco estafado si me habla como Turguรฉniev de โaquel talle grรกcil, aquel cuello esbelto, aquellas lindas manos, aquellos cabellos rubios ligeramente revueltos bajo el paรฑuelo blanco, aquellos ojos inteligentes, entornados, aquellas cejas y aquellas mejillas aterciopeladasโ.
Ciertamente es difรญcil describir la belleza. Tolstรณi, en el ejemplo de arriba, lo hace doblemente bien: primero porque confรญa en la imaginaciรณn del lector; segundo porque lo pasa a un plano espiritual a travรฉs de las emociones de Levin. La escena perderรญa su esplendor si Tolstรณi hubiese escrito que por ese escote se asomaban unos pechos exuberantes como dos gorriones asustados o como dos cabritos o como dos cervatillos gemelos o como melones o como globos rosas o como dos crรญas gemelas de gacela o como planetas o como peonzas duras o como tantos otros โcomosโ que no le hacen falta a los pechos, pero que andan ahรญ entre los prosistas.
Dostoyevski habla asรญ de la belleza de Grรบshenka: โAquel cuerpo prometรญa las formas de una Venus de Miloโ. Muy sobada la idea de tal Venus, tal como escribe un contemporรกneo: โEstaba mรกs buena que la Venus de Milo y mรกs firme de pechoโ. Dostoyevski se pudo evitar esa lรญnea. Basta ver como padre e hijo Karamazov se vuelven locos por ella para imaginarla. O cuando la sienta Katerina Ivanovna junto a ella y le dice: โVoy a besar otra vez su labiecito inferior. Parece que le cuelga; pues para que le cuelgue mรกs todavรญa, y mรกs, y mรกsโ; segรบn una traducciรณn, y โVoy a besar otra vez ese labio tan lindo. Parece hinchado, pero yo harรฉ que lo parezca mรกs aรบnโ, segรบn otra.
El mรกs bello texto sobre la belleza femenina es el cuento โBeldadesโ, de Chรฉjov. Va mucho mรกs allรก de la tolstoyana โimpresiรณn de ser culpableโ.
Un hombre ve pasar una beldad โcomo si, profundamente arrepentido de toda su vida, tuviera conciencia de que esta mujer no era suya y que su propia torpeza, grasienta fisonomรญa y prematura vejez, le alejaba tanto de la felicidad vulgar, humana y terrestre, como del cieloโ.
El narrador ve a una muchacha bellรญsima y โsรณlo Dios sabe si la envidiaba por su belleza, si lamentaba que la chica no fuera mรญa ni lo serรญa nunca, que para ella yo no fuese nadie, o acaso intuรญa que su belleza singular no era mรกs que un accidente y, como todo sobre esta Tierra, algo transitorio; o bien mi tristeza no era otra cosa que esa sensaciรณn peculiar que despierta en cualquier ser humano la contemplaciรณn de la verdadera bellezaโ.
Hoy se ha envilecido esa contemplaciรณn de la belleza, pero los chejovianos sabemos que nada hay con mayor peso espiritual. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.