Se atribuye a Bilhana, poeta que vivió en Cachemira en el siglo XI, la “colección de cincuenta del ladrón” (Caurapañcāśikā), que la gran sanscritista Barbara Stoler Miller tradujo en 1971 como Phantasies of a love-thief. Los poemas, dictados por lejanía obligatoria de la amada, inician siempre con la palabra adyapi: “aún ahora”. Paz –que prefirió “todavía hoy”– trasladó al español el undécimo desde la versión al francés de Amina Okada. Me atrevo, con simpatía que no disculpa mi irreverencia, a balbucear los diez primeros a partir de la versión de Miller. Los desnudo de los ornamentos propios del género y los estrecho en los obligatorios cuatro versos.
1.
Aún lamento –brillante la dorada guirnalda
de magnolias; su rostro de loto abierto; la línea
de vello en su vientre delicado; el temblor de su cuerpo
al despertar con deseo– ese don que perdí, por temerario.
2.
Aún ahora, de verla nuevamente, con su rostro de luna
llena, su juventud espléndida, los pechos inflamados
con pasión ardiente, su cuerpo herido por los venablos
del amor; aún ahora, refrescaría sus miembros.
3.
Aún ahora, si la viese, muchacha ojos de loto,
cansada de cargar sus grandes pechos, la apretaría
en mis brazos y bebería de su boca como un loco,
como bebe en el loto una abeja insaciable.
4.
Aún la recuerdo enamorada. El cuerpo débil
de fatiga, el cabello en sus mejillas pálidas.
Y sus dulces brazos como viñas en mi cuello
para encerrar nuestra culpa en el secreto.
5.
Aún recuerdo sus pupilas rutilantes
danzando locamente en la vigilia de la cópula,
ganso salvaje en el lecho de loto del deseo,
y su rostro, en la mañana, sonrojado de vergüenza.
6.
Aún ahora, si la viese, con sus amplios ojos
alertas afiebrados por la despedida,
con mis brazos y piernas la abrazaba
y cerraba los ojos y no la dejaba irse ya nunca.
7.
Aún la recuerdo tirando de las riendas en la danza
de nuestro amor sin freno, el fulgor de la luna iluminando
su cara, su cuerpo tembloroso por el peso de sus pechos
y su grupa, y la danza de su cabello volandero.
8.
Aún hoy la recuerdo, recostada en la cama
emanando su aroma a sándalo y almizcle; las pestañas
de sus ojos que juegan como un par de pájaros
copulando y besándose los picos.
9.
Aún la recuerdo, inocente: se pasaba la lengua por los labios
para limpiarse el vino. Su figura frágil, los grandes ojos,
y su cuerpo dorado de azafrán y almizcle, y la boca
con su aroma de canela y nueces de betel.
10.
Aún ahora, al final, miro el rostro de mi amor, brillante
de polvo de azafrán, empapado en sudor,
fatigados de amar sus ojos trémulos: una luna
liberada al fin por el demonio de un eclipse. ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.