El abrecartas es la nueva novela de Vicente Molina Foix que Anagrama publicarรก a fines de septiembre. Se trata de una ambiciosa novela-rรญo subterrรกnea en la que los รบltimos cien aรฑos de la vida espaรฑola aparecen reflejados en el entrecruzamiento de la Historia con las historias privadas de un grupo de personajes, a su vez mezclados con personalidades relevantes como Lorca, Aleixandre, Marรญa Teresa Leรณn, Alberti o Eugenio DโOrs, entre otros. Todo ello con la peculiaridad de ser, segรบn palabras del propio autor, โuna novela en cartasโ, en la que cada capรญtulo, independiente en sรญ mismo, forma parte de un รบnico argumento desarrollado a travรฉs de unos protagonistas que en lugar de hablarse se escriben.
De esta โnovela de fantasmasโ en la que los espรญritus del pasado ejercen un poderoso influjo sobre quienes insisten en vivir su propio presente, Letras Libres adelanta el fragmento de una larga carta que uno de los personajes, Ramรณn Bonora, joven universitario de izquierdas detenido en Valencia en los sucesos de Mayo del 68 y acogido despuรฉs en la Universidad de Basilea, escribe a un amigo contรกndole su amistad y fascinaciรณn por la figura de Alfonso Enrรญquez, historiador del arte y hombre comprometido en la Guerra Civil que tambiรฉn, tras diversas peripecias de traiciรณn amorosa, cรกrcel y exilio (todas recogidas anteriormente en la novela), recala asimismo en Basilea.
A quien sรญ veo ahora mucho es a Alfonso Enrรญquez, que sigue siendo a ratos un Doctor Caprichos pero disfruto hablando con รฉl, escuchรกndole mรกs bien. Alfonso se ha convertido casi en un amigo, y a su modo estรก siendo para mรญ el โrelevoโ de Angelico. Este trimestre da un seminario de posgrado sobre el tema de su futuro libro, Tiranas, y estoy asistiendo, pero nuestras mejores conversaciones trascurren fuera de clase. La semana pasada me invitรณ a tomar vino del Rhin en su apartamento, y esto ha sido un acontecimiento universitario: nadie de la facultad lo habรญa pisado, y de hecho ni siquiera Roberto sabรญa dรณnde estaba (muy cรฉntrico, en un รบltimo piso con una vista muy hermosa del rรญo y la โCatedral Rojaโ, es pequeรฑรญsimo y estรก abarrotado de libros, que a veces hay que pisar para moverte). Alfonso nunca habla de su vida privada, y dudo que la tenga. Siempre he pensado que es el tรญpico erudito que sรณlo vive para investigar y escribir unos tratados muy sesudos. Lo contrario que Roberto, que sigue haciendo en Basilea honor a su apellido Calzada, pues tiene aquรญ, como ya la tenรญa en Valencia, una corte de estudiantes y tesinandas girando a su alrededor como abejas, y para mรญ que cada semana elige a una reina entre ellas para hacerle la corte. Vamos, para calzรกrsela.
Alfonso no habla de sรญ mismo pero me pregunta y se interesa por mis amorรญos, y siempre lo hace como si quisiera saber, mรกs que mis sentimientos, cรณmo son las chicas a las que he conocido aquรญ. De quรฉ estan hechas. A Hilde le ha cogido, sin haberla visto nunca, mucha simpatรญa, โpor cientรญficaโ, dice รฉl, aunque si la viera tambiรฉn le gustarรญa, creo, โpor fรญsicaโ. รl estรก enamorado de un retrato, o eso parece. Detrรกs de un sillรณn orejero muy gastado que tiene cerca de la cama (el apartamento es una habitaciรณn en realidad, con el retrete y la ducha empotrados detrรกs de una mampara, y una cocinita mรญnima con todo el aspecto de no haberse usado nunca) hay en la pared una reproducciรณn grande, tamaรฑo pรณster, de la Venus de Urbino de Tiziano, pero alrededor de ella ha ido clavando con chinchetas y pegando con papel cello otras postales o fotos recortadas del mismo cuadro, haciendo como una especie de obra Pop Art que me recordรณ los collages de dianas y cifras pegadas de tu admirado Jasper Johns. Esa presencia icรณnica tan fuerte en un cuarto que sรณlo tiene libros, ficheros, papeles y ningรบn adorno, cerรกmica, figurita, ni siquiera cortinas, resulta chocante, pero la noche del vino del Rhin, cuando le preguntรฉ por su Venus de Urbino Pop, Alfonso escurriรณ el bulto, y sรณlo dijo, como si รฉse fuese mi interรฉs, que la postal del cuadro que yo le habรญa enviado, en efecto, desde Florencia este verano recordando su frase atropellada en la fiesta de la facultad, estaba allรญ. โTu postal forma parte del cuadro, Ramรณn, si eso es lo que quieres saber. Pero ya no caben mรกs Venus. El retablo estรก acabadoโ.
A Alfonso le gusta beber, aunque en la universidad tenga fama de monje. Yo dirรญa que le gusta tanto que lo teme. Conmigo, de una manera o de otra, siempre encuentra la ocasiรณn de beber, y el alcohol, como a todo el mundo, le hace hablador. Nos tomamos dos botellas y media de un blanco buenรญsimo entre รฉl y yo, pero ni siquiera el vino le hizo entrar en confidencias amorosas; a mรญ sรญ, y Begoรฑa, no tan enterrada en mi pasado como yo querrรญa, volviรณ a salir a la superficie. A eso de la una de la maรฑana, que en Basilea es como si fueran las seis de la madrugada espaรฑola, me contรณ una historia extraordinaria de la guerra civil. Aquรญ se sabรญa, sin entrar en detalles como es propio del recato suizo, del pasado antifranquista, muy agitado, de Alfonso, pero lo que me contรณ esa noche en su piso no era un cuento polรญtico.
En agosto de 1936, Alfonso, que tenรญa entonces veintisรฉis aรฑos, se hizo, โpor alguien que estaba muy cerca de mรญโ, de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que tenรญa las oficinas en un bonito palacio isabelino de los marqueses de Spรญnola, en pleno centro de Madrid. Alfonso no se creรญa intelectual, aunque ya habรญa dado algunas clases como ayudante en la Universidad Complutense, donde estudiรณ con Tormo y Gรณmez Moreno, de los que siempre habla bien aunque fuesen tan franquistas. Pero al poco de entrar en la Alianza tuvo ocasiรณn de hacer algo que, segรบn sus propias palabras, โenderezรณ mi vidaโ. La escritora Marรญa Teresa Leรณn (yo no la conocรญa, pero es la esposa de Alberti y, segรบn Alfonso, muy buena escritora) pidiรณ un dรญa a los chicos y chicas que trabajaban con ella en la Alianza voluntarios para ir, la noche de la Virgen de Agosto, a Illescas, en la provincia de Toledo, a hacerse cargo de cinco grecos del Hospital de la Caridad de ese pueblo, que corrรญan peligro, como una gran parte del patrimonio artรญstico, de ser quemados en alguno de los asaltos a las iglesias y conventos o arder en un bombardeo de los nacionales. Alfonso fue uno de los seis chicos, mรกs una chica, que llegaron ya de madrugada al Hospital, entraron en la iglesia, de la que los curas se habรญan llevado todos los objetos del culto, para protegerlos se supone, y desmontaron las telas del retablo que habรญan estado allรญ, sujetas a los marcos de madera con unas alcayatas roรญdas por la humedad de los siglos, desde el 20 de agosto de 1603, cuando El Greco las entregรณ y cobrรณ el precio fijado con los responsables del Cabildo: mil doscientos reales. Era una noche nublada, de un verano ya fresco, y la larga operaciรณn se hizo a la luz de las velas de sebo y la รบnica linterna de campaรฑa que Marรญa Teresa Leรณn habรญa conseguido. โTodo muy Teotocรณpulosโ, fue la frase de Alfonso.
Esas pinturas, y otras que la Alianza se encargรณ de ir recogiendo y guardando provisionalmente dentro de unas cajas en los sรณtanos del Banco de Espaรฑa, pasaron todas por las manos de Alfonso, mรกs de una vez. En el mes de septiembre, la Junta de Conservaciรณn del Tesoro Artรญstico llegรณ a la conclusiรณn de que en aquellas cajas acorazadas las pinturas podrรญan โdejar de respirarโ y deteriorarse, por lo que se decidiรณ su traslado al Museo del Prado, y para entonces Alfonso, como โsegundoโ de Marรญa Teresa Leรณn, se habรญa convertido en el encargado de manejar las valiosรญsimas obras maestras. Se trasladaron primero los grecos de Illescas, directamente a las salas de restauraciรณn del Prado; a las pinturas les faltarรญa el aire, pero sobre todo era preciso limpiar la capa de mugre vegetal, โlos parรกsitosโ, algunos โde edad renacentistaโ, que el tiempo y el descuido habรญan hecho crecer en la superficie. Los otros voluntarios de la Alianza se fueron del museo una vez transportada la carga, pero Marรญa Teresa Leรณn y Alfonso quisieron quedarse a ver cรณmo Lola, la anciana restauradora-jefa, y Almudena, su ayudante, empezaban inmediatamente, โcon una delicadeza maternalโ, la limpieza de las telas. Y se produjo un milagro, contaba Alfonso. La Virgen de la Caridad de Illescas, el cuadro central del retablo, apareciรณ viva a los primeros frotes del aceite, y su manto se abriรณ de repente como una cabaรฑa โpara dar cobijo a unos รกngeles con golillas que parecen caballeros, y a caballeros muy pรกlidos que parecen รกngelesโ, la frase que dijo Marรญa Teresa Leรณn y Alfonso aรบn recordaba. Al lado de la Virgen de la Caridad, tambiรฉn el San Ildefonso cambiรณ de color, ganando los dorados de la mesa de escribanรญa ante la que el santo se sienta un resplandor tan fuerte como el rojo carmesรญ del mantel.
Fueron tres meses, de septiembre a noviembre, dedicados a salvar, guardar, tocar y mirar muy de cerca a los viejos maestros que Alfonso habรญa estudiado en su carrera y habรญa visto reproducidos en blanco y negro o colgados en museos y capillas mal iluminadas. Durante unas horas, hasta que desaparecรญan en su escondite, los cuadros eran tan suyos como del artista, seguramente mรกs, pues รฉl sabรญa el destino, la fama, el juicio y los desperfectos que Domรฉnico el Cretense o Velรกzquez ignoraban al acabar de pintarlos.
En la tercera semana de octubre, el cerco de las tropas de Franco se estrechรณ sobre Madrid, y cayeron en manos de los nacionales Mรณstoles, Villaviciosa y Brunete, quedando El Escorial en peligro. Directamente mandada por el presidente del gobierno republicano, Largo Caballero, Marรญa Teresa Leรณn tuvo que organizar urgentemente la retirada y traslado de las mejores obras del monasterio de San Lorenzo, cuyas techumbres estaban entonces muy mal protegidas contra el riesgo del fuego. Alfonso se acordaba perfectamente de la fecha, el 21 de octubre de 1936; del viaje en una camioneta y un pequeรฑo Sedรกn negro de la Alianza, protegidos los dos vehรญculos por la escolta de guardias municipales mandados por el alcalde socialista de El Escorial; de los miembros de la expediciรณn, Marรญa Teresa, el joven erudito Antonio Rodrรญguez Moรฑino, un tรฉcnico especializado y veterano, don Marcelino Macarrรณn, y รฉl mismo, que fue quien, una vez en las Salas Capitulares del monasterio, ayudรณ a Macarrรณn a descolgar primero el cuadro mรกs difรญcil de mover, San Mauricio y la legiรณn tebana de El Greco. Colocado en el suelo, tuvieron los cuatro, Marรญa Teresa, Moรฑino, el seรฑor Macarrรณn y Alfonso, un momento de pรกnico: era tan grande que serรญa imposible trasladarlo sin hacerle daรฑo. Alfonso aprovechรณ entonces las dudas surgidas y la conversaciรณn entre Marรญa Teresa y el especialista para agacharse, con su lรกmpara de keroseno en la mano, y observar como nunca nadie habรญa podido las extraordinarias figuras de desnudo del segundo plano. No pudo examinarlas todas. Dejando a Marรญa Teresa aรบn dudosa, el seรฑor Macarrรณn se puso a enrollar el lienzo con gran destreza, y en diez minutos San Mauricio, sus compaรฑeros legionarios, los mรกrtires ya degollados en el suelo, los soldados desnudos, los รกngeles volantes, estaban dentro del cilindro metรกlico en el que viajarรญan desde El Escorial hasta Madrid.
A media tarde, ya casi acabando la tarea, oyeron por encima de sus cabezas el paso de unos aviones que el seรฑor Macarrรณn, por lo visto entendido tambiรฉn en motores, identificรณ como Junkers de las fuerzas nacionales. Guardaban en ese momento Moรฑino y Marรญa Teresa Leรณn unos cรณdices รกrabes muy antiguos, mientras Macarrรณn y Alfonso envolvรญan en lo รบnico que habรญa a mano, unos manteos negros traรญdos desde la Sacristรญa, dos pequeรฑos cuadros de Goya que solรญan estar expuestos en la Casita del Prรญncipe. Al cabo de un minuto de silencio, inmรณviles los cuatro, cayeron bombas, tres al menos, lejos, y, cuando el ruido de los Junkers alemanes desapareciรณ volvieron a su tarea. Sobre las siete y media se movieron por el fondo de la sala unas luces y unas sombras, pero Marรญa Teresa, que habรญa reconocido las voces, hizo un gesto de tranquilidad. Con unos grandes cirios de la iglesia del monasterio aparecieron Rafael Alberti y dos escritores mรกs acompaรฑรกndole, Josรฉ Bergamรญn y Arturo Serrano Plaja, que formarรญan tambiรฉn, con un tercer automรณvil oficial, el convoy de regreso a Madrid. โAsรญ viajamos: siete intelectuales antifascistas, unos mรกs intelectuales que otros, repartidos en los dos automรณviles, y siete pinturas, casi todas igual de magistrales, enrolladas y encerradas en la parte trasera de la camioneta: el San Mauricio y un Greco mรกs, El sueรฑo de Felipe ii, los dos goyas de la Casita del Prรญncipe, el Descendimiento de Van der Weyden, el Lavatorio de Tintoretto y La tรบnica de Josรฉ de Velรกzquezโ, dijo Alfonso tratando de sonreรญr, pero con unos ojos tan ausentes del pisito de Basilea donde estรกbamos bebiendo que me dejรณ cortado, igual de nostรกlgico yo, que no habรญa nacido aรบn aquella noche del otoรฑo del 36, que รฉl.
Quizรก notรณ mi tristeza, porque entonces Alfonso aรฑadiรณ que durante el trayecto, compartiendo รฉl el asiento corrido de atrรกs del primer coche con Marรญa Teresa Leรณn, quien, como siempre, olรญa a un suave perfume de violetas, รฉsta propuso un juego, que don Marcelino, sentado delante, no se molestรณ en secundar. รl sรญ. โYa que somos siete los custodios y siete las pinturas, ยฟcuรกl de ellas querrรญas tรบ ser, Alfonso? Y digo ser, no colgar en tu casa o poseer. Yo ya sรฉ cuรกl soy, pero te toca a tรญ decirlo primeroโ. El juego era tan difรญcil y tan entretenido que al llegar a la Ciudad Universitaria Alfonso aรบn no habรญa tomado la decisiรณn, porque cada vez que empezaba a decidirse por una de las siete, Marรญa Teresa le recordaba los mรฉritos de otra, con tanta vehemencia que รฉl no tenรญa mรกs remedio que volver a dudar. Poco antes de llegar a la esquina de Alcalรก con Cibeles, Alfonso dio un saltito en el asiento y hablรณ: โSerรฉ el Lavatorio, un cuadro en el que puedes andar y perderte sin dejar de respirar su โaire ambienteโ, y la frase es de Velรกzquez, que se lo comprรณ a los hijos de Tintoretto en Venecia. En estos momentos, la libertad de movimientos es un regalo, ยฟno te parece, Marรญa Teresa?โ
Los cuadros del Escorial fueron guardados tambiรฉn en el Prado, pero la noche del 16 de noviembre del 36 cayeron nueve bombas incendiarias en el techo del Museo, tres en los jardines, varias mรกs en el cรฉsped que lo rodeaba, y tras una reuniรณn de urgencia con Renau, que era el Director General de Bellas Artes de la Repรบblica, Pรฉrez de Ayala, entonces al frente del Museo, y el subdirector del mismo, Sรกnchez Cantรณn, se decidiรณ evacuar a Valencia la mayor parte posible de la colecciรณn del museo. Y Alfonso, que se habรญa bebido el รบltimo resto de la tercera botella del vino del Rhin, acabรณ asรญ su relato:
Una noche, mi รบltimo dรญa de voluntario en esa misiรณn de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, tuve durante sesenta minutos en mis manos Las Meninas. Fue el cuadro principal de la expediciรณn que saliรณ del patio del palacio de los Spรญnola, junto al gran retrato de cuerpo entero de Carlos v pintado por Tiziano, escoltados desde Madrid a Valencia por unos motoristas del Quinto Regimiento. Pero antes de meter Las Meninas en su estuche de madera protegida, antes de que Marรญa Teresa me diera un beso de despedida, un beso con aroma de violetas, antes de que ella y Rafael Alberti despidiesen a los conductores de las camionetas y a los soldados que las custodiaban, tuve una conversaciรณn muda con Velรกzquez, a quien le enfocaba todo el rato que durรณ con la linterna de minero que me habรญan dejado esa noche sin luna. Con el pincel en la mano y su ostentosa cruz de Malta en el pecho, mirรกndome fijamente a los ojos, Velรกzquez parecรญa estar riรฉndose por lo bajo de la Historia del Arte, que era lo que yo, con mi curiosidad, con mi respeto sagrado, pagado de importancia por la magnitud de esas operaciones de salvamento, aportaba esa noche. Tu erudiciรณn, muchacho, me decรญa Velรกzquez, tus libros y, si me aspas, hasta tu amor a la Pintura son poca cosa al lado de la Historia. Yo pintรฉ Las Meninas, que por lo que me dices sale en todos los libros de arte, pero tรบ, tonto, esta noche estรกs haciendo la verdadera historia. Sigue en ella, y dรฉjame a mรญ viajar departiendo con el viejo Tiziano, instalado tan ricamente entre los cardos y cuencos de los zurbaranes y el โaire ambienteโ del Tintoretto, y tรบ vuelve a la realidad. No รฉsa que se trasluce detrรกs de la puerta abierta al fondo de Las Meninas, sino la otra. La que estรก delante del cuadro y a la que yo mismo y mis infantas miramos con tanta curiosidad.
Eran ya casi las tres de la maรฑana cuando Alfonso me echรณ prรกcticamente de su piso, porque yo habrรญa seguido allรญ escuchรกndole hasta la salida del sol, que ese dรญa, cosa rara en el รบltimo mes que llevamos de lluvias, saliรณ. Delante de la puerta me comportรฉ como un niรฑo que no quiere que su padre le deje solo en la camita y apague la luz. No me has contado, le dije yo, lo que dijeron Alberti y Leรณn en el patio, antes de despedir al convoy. โQuรฉ iban a decir. Marรญa Teresa hizo alusiรณn a esa burda propaganda de los nacionales, que aseguraban que estรกbamos requisando los cuadros de los museos y las iglesias para venderlos en el extranjero, y no para protegerlos de la guerra. Alberti estuvo un poco mรกs demagogo, pero muy brillante, subrayando que el convoy que iba a transportar los cuadros del Prado a Valencia lo formaba gente humilde y sin estudios. โVosotrosโ, dijo Alberti, โsois los autรฉnticos salvadores de la cultura espaรฑola, no esos que dicen querer protegerla con la espada del Cid y la bendiciรณn sediciosa de los obisposโโ. โVosotrosโ, seguรญa hablando Alberti por la boca de Alfonso, โhacรฉis verdad lo que os ha dicho don Antonio Machado: no hablรกis tanto de patria, pero la defendรฉis con vuestra sangreโ.
Y me empujaba, Alfonso, acabado el discurso de Alberti, hacia el rellano de la escalera, pero yo no querรญa irme aรบn. โยฟY quรฉ hiciste al acabar tu misiรณn de rescate de las pinturas con la Alianza?โ โYa te lo contarรฉ otro dรญa. Pero lo que te adelanto es que le hice caso a Velรกzquez. Una semana despuรฉs de aquella parrafada que echรฉ con รฉl, estaba yo pegando tiros en el frenteโ.
No sรฉ si este relato es sรณlo de Alfonso o yo mismo, al contรกrtelo con tanto detalle, me he querido involucrar en รฉl. Espero que no te resulte demasiado pestiรฑo.
Abrazos,
Moncho. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).