Ha muerto, a los 87 aรฑos de edad, Robert Silvers, el legendario editor de The New York Review of Books. El alud de testimonios publicados en la prensa internacional y en el sitio de la revista da apenas una idea de la dimensiรณn y singularidad del personaje cuya revista ha sido, por mรกs de medio siglo, el รณrgano mรกs influyente de la crรญtica cultural en Occidente.
Recuerdo cuando descubrรญ la revista, con su mismo formato tabloide, sus portadas tipogrรกficas (temas, autores) y las geniales caricaturas de David Levine. Fue hace mรกs de cuarenta aรฑos y he sido su รกvido lector desde entonces. En aquellos tiempos prehistรณricos en que para leer un libro en inglรฉs habรญa que encargarlo a la American Bookstore y esperar tres meses, leer la NYRB era la mejor manera de ser, como predicaba Octavio Paz, “contemporรกneo de todos los hombres”. La revista fue, en muchos sentidos, mi verdadera universidad, libre y abierta, a la que debo el acercamiento a autores esenciales. Pienso, al azar, en Isaiah Berlin, Hugh Trevor-Roper, Conor Cruise O’Brien, Leszek Kolakowski, V. S. Pritchett, Saul Bellow, Susan Sontag, V. S. Naipaul, Irving Howe y, mรกs recientemente, Ian Buruma, Mark Lilla, Michael Greenberg, Mark Danner, Helen Epstein. La lista es interminable.
Naturalmente, mi sueรฑo era publicar en ella. Hacia 1985 tuve la osadรญa de enviar ยญโsin que mediara peticiรณn algunaโ la reseรฑa de un libro. Bob me invitรณ a comer y con gentileza la rechazรณ con excelentes argumentos: “siempre sรฉ concreto” y “siempre cuรฉntanos una historia”. Fue una cรกtedra instantรกnea sobre la importancia de la fundamentaciรณn, la lรณgica argumentativa, la claridad y la precisiรณn.
Silvers llevรณ la figura del editor a extremos heroicos. Si cada nรบmero bimensual ha tenido un promedio de veinte artรญculos, desde la fundaciรณn de la revista Bob editรณ (junto con Barbara Epstein hasta la muerte de ella en 2006, y por su cuenta desde entonces) cerca de 25,000 reseรฑas. Pero el milagro es el grado de involucramiento personal en cada una: estar al tanto del universo cultural, literario, intelectual, cientรญfico, polรญtico de su tiempo; elegir el libro o los libros pertinentes sobre esos temas (le llegaban cientos a la semana), pensar en el reseรฑista adecuado, escribirle una carta manuscrita, sugerir las preguntas que el lector esperarรญa ver respondidas y, una vez recibidas las reseรฑas, trabajarlas hasta la perfecciรณn. Esa prodigiosa artesanรญa, y una vivacidad sin paralelo, explica el รฉxito y la permanencia de The New York Review of Books.
Hacia 1998 comencรฉ a colaborar en la revista. Pasaron los aรฑos, y un domingo por la tarde me llamรณ para sondear pausadamente posibles reseรฑistas de literatura brasileรฑa. El dรญa y la hora eran improbables, pero el momento lo era mรกs: la final de la Copa del Mundo de futbol entre Alemania y Argentina. Nunca hubiese esperado yo que Bob estuviera viendo el juego o supiera siquiera que se llevaba a cabo, pero me impresionรณ el contraste simbรณlico: mientras cuatrocientos millones de personas condescendรญamos a ese divertimento, Bob Silvers planeaba el nรบmero siguiente de su revista.
En 2015 me encargรณ un texto sobre el deshielo en Cuba. El tema tocaba una fibra รญntima en รฉl. Me narrรณ sus viajes a la isla, su entusiasmo inicial, su papel (junto con Ted Kennedy y Arthur Schlesinger) en la operaciรณn de salvamento de Heberto Padilla, el poeta disidente, perseguido y humillado por Castro. Con sus preguntas, matices, orientaciones, recortes, libros complementarios (hasta sobre coches antiguos en Cuba), querรญa lograr una visiรณn crรญtica pero justa del rรฉgimen cubano. “Esto es solo el comienzo”, me dijo, como entreviendo el desarrollo futuro de una “historia” cuyo desenlace le importaba mucho.
Aunque John H. Elliott, Hugh Thomas, Paul Preston, Antony Beevor y otros grandes historiadores britรกnicos se ocuparon en sus pรกginas de la historia espaรฑola, mi รบnico reparo con รฉl fue la escasa atenciรณn que prestaba al orbe hispรกnico. No obstante, fueron memorables los numerosos reportajes sobre Amรฉrica Latina que, a lo largo de muchos aรฑos, publicรณ la gran Alma Guillermoprieto. Pero Mรฉxico lo exasperaba: “Cuando parece que va a despegar, nos decepciona. Siempre nos decepciona”.
“No nos damos por vencidos”, escribiรณ a sus amigos hace unos aรฑos, en la celebraciรณn del cincuenta aniversario de la revista. Tampoco nosotros, sus lectores, autores, amigos, nos damos ni daremos por vencidos. Su ejemplo no nos lo permitirรญa.
Publicado previamente en el periรณdico Reforma
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.